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I
Sí, la vida ha cambiado. Teníamos rituales en el diario vivir que cambiaron abruptamente con la pandemia.
Salíamos de casa a determinadas horas y antes de salir disponíamos el cuerpo y los ojos para el día que avizorábamos en las calles, en el trabajo, en el esquivo placer de abrazar a otros, de compartir un restaurante, un teatro, una librería o un bar.
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El encierro nos privó de muchas de esos indescifrables encantos de la vida y nos enfrentó ante nuevos retos cotidianos. Disponer el cuerpo para estar en casa, vestirse para estar allí. Quizá vestirlo, parcialmente, para que se asome a las pantallas. Imaginar la vibración de los otros viendo sus ojos en las imágenes que nos llegaban por los infinitos canales virtuales.
II
Ahora volveremos a salir, unos tímidamente, otros con un extraño frenesí; pero no seremos los de antes. Cambiarán los ritos del encierro.
Debo decirlo: no hay nada que extrañe más que entrar a una librería y comprar un ejemplar después de recorrer varios estantes o elegir una obra, un concierto o una película y, desde el primer momento, ocuparme del lugar de la sala en la que estaré sentada. Hasta el vestido para llegar es un detalle finamente cuidado en ese templo que es para mí un teatro.
Los rituales que antecedían ese momento eran tan alegres o minuciosos como el hecho mismo. Ir al encuentro con los otros en recintos pequeños o grandes era habitual, pero no intranscendente, pues siempre había alguna sorpresa; cada alegría era distinta, cada decepción también.
La pandemia minó esos rituales. Ahora estamos obligados a una extraña distancia, la proximidad nos planteó un conflicto: obligados a habitar nuevos lugares, salimos a las calles, al aire libre, a mirarnos de lejos, a evitar los gérmenes, esas moléculas invisibles que vuelan a velocidades inapreciables.
Debemos entonces reinventar la proximidad, ya que el encuentro con los otros será distante. A través de la expresión de los ojos tendremos que reconocer la risa y la picardía.
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III
¿Y cómo van los números? El sector cultural representa del 5 % al 6 % del PIB de Bogotá D. C. Para el 2018, el DANE calculaba para la capital una ocupación de 187.616 personas en el sector: 120.441 de ellas asalariados y 67.175 independientes. De las 795.648 empresas creativas registradas 727.771 (es decir el 97,6 %) son micro y pequeñas empresas que generan un gran porcentaje de los empleos formales de Bogotá. No obstante, en 2020 hubo una reducción drástica de $312.000 millones en los ingresos generales del sector cultural y artístico en Bogotá.
IV
Este panorama nos lleva a un gran desafío: reinventar la puesta en escena, la circulación de las artes y sus rituales.
Es decir; reactivar la promoción de bienes y servicios artísticos y culturales en la ciudad mediante circuitos en horarios diversos y ampliados que nos permitan habitar la ciudad y la noche de otras maneras. Un proyecto que cobra especial vigencia en una ciudad que le apunta a un nuevo contrato social y ambiental para conectar movilidades cortas y seguras.
Otro de los puntos claves será el fomento del trabajo en red, una apuesta por un modelo colectivo, colaborativo y cooperativo para las artes que se proponga amplificar el diálogo con la diversidad de la creación, los agentes y las cadenas de valor. Todo esto sin olvidar que la activación de pequeños formatos en lo local y los encadenamientos productivos de nuestro ecosistema serán decisivos para darle un gran impulso.
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Por último y no menos importante: avanzamos hacia la ciudadanía digital y no podemos dar un paso atrás. La producción innovadora en espacios no convencionales se encargará de romper las distancias y generar esas nuevas proximidades.
La apuesta es ambiciosa y requiere la unión del sector. La recuperación de la confianza, empatía y solidaridad será nuestra meta.
*Catalina Valencia es coreógrafa de la Universidad Nacional de las Artes de Argentina, magíster en Gestión Cultural de la Universidad de Buenos Aires y directora del Instituto Distrital de las Artes (Idartes).