Publicidad

Pablo Larraín: “Si pierdes la exigencia contigo mismo, es hora de irte”

Pablo Larraín es uno de los directores latinoamericanos más influyentes de la actualidad. Con una filmografía que transita entre la historia política de Chile y biografías cinematográficas de figuras icónicas, su trabajo ha logrado un impacto global. En esta conversación para El Espectador, Larraín habla sobre el papel de la disciplina en la creación artística, su visión política, la influencia de su madre en su interés por figuras como María Callas o Diana Spencer y cómo la era digital ha cambiado la forma en que el público se relaciona con el cine.

Laura Camila Arévalo Domínguez
04 de abril de 2025 - 01:17 a. m.
Pablo Larraín ha construido una filmografía alrededor de la historia del mundo y de algunos personajes, como en “María Callas”.
Pablo Larraín ha construido una filmografía alrededor de la historia del mundo y de algunos personajes, como en “María Callas”.
Foto: EFE - ETTORE FERRARI
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

En alguna conversación escuché que se había interesado por María Callas, por Diana Spencer, por Jackie Kennedy, porque, a pesar de haberse rodeado de tantos poderes políticos y económicos, lograron forjar su propia identidad. ¿Cuáles fueron las características de esas personalidades femeninas que le atrajeron para rodar esos filmes?

Me interesan porque son íconos culturales que, finalmente, creo que terminaron convirtiéndose en una digresión dentro de las familias en las que existieron. En el caso de Jackie y Spencer, probablemente estuvieron ahí primero como esta idea de la mujer destinada a acompañar a un hombre. Pero la historia cambió y las expuso en un lugar distinto, inesperado. En el caso de María Callas, me interesó mucho contar su historia desde su propio punto de vista y no centrar la narrativa en los hombres de su vida. Kennedy, Onassis o el príncipe Carlos están presentes en estas historias, pero no son gravitantes, porque no quería hacer películas que giraran en torno a la mujer de alguien ni sobre cómo sufrieron en sus relaciones amorosas con hombres tan poderosos. Me interesaba conocer el mundo a través de los ojos de ellas. Creo que también hay un testimonio político en esto. No hablo de belleza física, sino de belleza humana. Eran mujeres que resultaron profundamente transformadoras. A pesar de llevar vidas extraordinarias, generaron una empatía inmensa en millones de personas que no tenían esas mismas vidas. Eso es lo increíble de las tres: ya sea como artista, como miembro de la realeza o como alguien vinculada a una de las familias más influyentes de la aristocracia estadounidense.

Puede ser porque esas figuras lograron mostrar una humanidad con la que todos nos identificamos…

Exactamente. Hay algo en ellas que rompe con la postura y la compostura. A través de gestos sencillos y naturales se revelaron como seres humanos frágiles y complejos. Y desde ahí crearon un nivel de empatía que nadie esperaba. Seguramente el caso de María es un poco distinto, porque ella conmovió no solo con su vida, sino también con su voz, con su trabajo, con su manera de entender el arte. Pero hay algo ahí que me gusta y que, inevitablemente, asocio con mi madre. Es un acto de admiración y de homenaje a mi madre, continuamente. Acepto que ella es el gran personaje de mi vida, en la de mis hermanos y en la de quienes la rodean. Es una mujer transformadora porque educa, pero, sobre todo, educa con su vida, con lo que hace.

Con su ejemplo…

Claro, pero no porque quiera ser un ejemplo, sino porque toma decisiones sobre su vida, su familia y su trabajo que terminan siendo ejemplares, admirables. Y todo está conectado. Mi mamá escuchaba a María Callas, así que la conocí a través de ella. Fui al teatro con ella. Mi mamá se vestía al estilo de Diana Spencer, entonces empecé a seguir a Lady Di gracias a ella. Lo mismo con Jackie Kennedy. Es como una fascinación que nació en Latinoamérica por estos íconos. Y después tuve la suerte de poder hacer películas sobre ellas con actrices extraordinarias.

Le iba a preguntar qué era lo que tanto le gustaba de la ópera y qué redescubrió de ella a través de La Callas, pero acabo de darme cuenta de que tiene mucho que ver con su mamá…

Fui durante toda mi infancia y adolescencia con mi madre al Teatro Municipal de Santiago de Chile. Para mí, la ópera fue la primera forma de representación que vi, antes del cine y antes del teatro. Me conmovía. Por ejemplo, los subtítulos estaban en la parte superior del escenario, pero me negaba a leerlos porque sentía que me distraían de la belleza de lo que ocurría: el escenario, los cantantes… Fui a la ópera durante muchos años sin entender completamente el detalle de lo que decían, pero sí comprendía el argumento. La música me lo contaba. Y creo que esa fue mi primera forma de acercarme a la narración. Me importa contar historias, me importa contarlas bien, me importan los argumentos, pero el cine, en realidad, es un trabajo sensorial. Son las imágenes y el sonido los que llevan el relato: los cuerpos, las caras, las expresiones, las emociones.

¿Cuántos años tenía cuando fue por primera vez a ver una ópera?

No me acuerdo exactamente, pero diría que entre 8 y 10 años. Seguí yendo hasta los 15, y ahora soy yo quien invita a mis padres. Hace poco los llevé a ver “La Traviata”.

Y durante esa edad, ¿alguna vez puso resistencia a la ópera?

La verdad es que esto ocurría en un contexto de dictadura. No había muchas opciones: algunas películas, poco teatro… Mis padres compraban un abono anual para el teatro, pero mi padre solía estar muy ocupado, así que nos turnábamos entre los hermanos. Con los años, mis hermanos perdieron interés y yo empecé a ir más seguido. Pero ojo, no era solo ópera: ballet, conciertos… y ópera.

Ahora que menciona la dictadura: No es una película basada en lo que ocurrió en Chile en aquellos tiempos. También está Neruda, que retrata a una figura icónica de la izquierda chilena. Sin embargo, usted proviene de una familia de derecha. ¿De dónde surgió su interés e inquietud por contar historias desde la izquierda? ¿Se ubica en alguna de esas dos orillas?

Sí, soy una persona que ha apoyado y votado siempre en el sector de izquierda, y estoy en ese lugar porque allí están mis intereses culturales, mis valores y mi visión de la sociedad.

¿No ha habido problemas o discusiones familiares por eso?

No, para nada.

Cuando usted habla de Fábula, su productora, su empresa, destaca la disciplina que se ha requerido para convertirla en un negocio sostenible. Y al hablar de Angelina Jolie, dijo que de ella destaca, también, su disciplina. Hablemos de ese rasgo, de su interés en él y de cómo lo vive en el cine…

Me parece fundamental entender que una película, una obra de teatro, una serie de televisión o una ópera deben organizarse como cualquier otra empresa. Existe la percepción de que en Latinoamérica hay cierto caos asociado a la producción audiovisual, pero eso no es necesariamente así. Hay muchas personas que han trabajado para cambiar esa idea. Mi hermano, por ejemplo, es el CEO de nuestra empresa, Fábula. La lleva con mucha sensibilidad porque tiene que leer guiones, contratar a actores y estar conectado con el lado creativo, pero gran parte de su trabajo está en el orden, la estructura, el financiamiento, los impuestos y los contratos. Eso es disciplina y orden. La única manera de producir arte de calidad hoy es con estructura, dándole al orden la misma disciplina que tiene la creación. En un set hay actores que se prepararon durante meses, directores de fotografía que son artistas y una enorme gestión creativa. Pero esa misma disciplina también debe aplicarse en la distribución, venta y financiamiento de una película. La disciplina atraviesa todos los niveles.

¿Es así de disciplinado en su vida cotidiana?

Por supuesto. El orden, por ejemplo, en cada cosa de mi vida personal es absolutamente fundamental.

Y en el proceso de creación de una película, ¿cómo se manifiesta ese orden?

Hay directores o guionistas que siempre trabajan desde la historia. A mí me gusta ver lo que estoy construyendo desde el personaje.

Hay una preocupación que compartimos desde el periodismo cultural y el cine: nos enfrentamos a una audiencia cuya capacidad de atención se ha visto afectada por un aluvión tecnológico. ¿Cree que podemos hacer algo para revertir, corregir o al menos aminorar ese impacto?

No lo sé, pero estoy de acuerdo, creo que el problema más grande hoy es la atención. Cuando hago cine y tengo a la audiencia en una sala oscura, sin teléfono, con el modo avión activado, puedo tomar decisiones distintas: puedo jugar con el sonido, extender ciertas escenas y confiar en que el espectador deducirá cosas por sí mismo, porque tengo su atención absoluta. En cambio, en una experiencia de visualización en casa, la gente recibe una pizza, suena el timbre, un niño interrumpe, llega un mensaje de Whatsapp... Es muy difícil que alguien esté 50 minutos sin mirar su teléfono. Entonces, debo pensar en un ritmo distinto, asumir que el sonido vendrá de un televisor con ruido de fondo y que el encuadre debe adaptarse a ese espacio. No sé si nosotros podemos solucionar eso, ni quiero sentirme responsable, pero es un problema enorme.

Aunque hay que seguir insistiendo…

Sí. Lo que sé es que la calidad es clave. La disciplina más importante está en eso. Además, la calidad parte de uno mismo: el primer espectador de lo que haces eres tú. Si llegas a un punto en que lo que estás creando ya no te importa tanto, ese es el momento en que debes retirarte. Si pierdes la exigencia contigo mismo, es hora de irse.

Laura Camila Arévalo Domínguez

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar