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La construcción de un ícono del arte: la Capilla Sixtina

El 9 de agosto de 1483 se dio por finalizada la construcción y decoración de uno de los emblemas italianos, la Capilla Sixtina. Quinientos treinta y nueve años después de que sus puertas abrieran por primera vez, retomamos la historia de uno de los templos católicos más visitados.

Andrea Jaramillo Caro

08 de agosto de 2022 - 09:00 p. m.
A museum employee wears a face mask to curb the spread of COVID-19 as he walks inside the Sistine Chapel of the Vatican Museums on the occasion of the museum's reopening, in Rome, Monday, May 3, 2021. The Vatican Museums reopened Monday to visitors after a shutdown following COVID-19 containment measures. (AP Photo/Alessandra Tarantino)
Foto: AP - Alessandra Tarantino
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Miguel Ángel no fue el primero en poner su brocha sobre los muros de la Capilla Sixtina. De hecho, fue el último. Unos treinta años antes, artistas como Sandro Botticelli, Pietro Perugino, Pinturicchio, Domenico Ghirlandaio y Cosimo Rosselli crearon los frescos que envuelven los muros del célebre recinto religioso y muestran diferentes pasajes de la vida de Cristo. Bajo pedido del papa Sixto IV, estos hombres, que eran considerados los grandes artistas del momento, llegaron a decorar en 1481 la capilla, que había estado en construcción desde 1473 y que hoy cumple 539 años.

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Las bases del edificio, que hoy es considerado como una de las muestras más importantes de arte en la historia, se encuentran sobre los restos de la iglesia Cappella Magna y, como era característico durante la era medieval y renacentista, su exterior demuestra austeridad, mientras que su interior celebra la creatividad y el arte con una decoración reconocida a nivel global.

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El recinto donde se celebra el cónclave, y cuya función principal es ser la capilla papal, hoy recibe aproximadamente cinco millones de personas al año. Según el artículo de Mia Forbes para The Collector, el templo fue construido entre 1473 y 1481 con las mismas dimensiones del Templo de Salomón, 40 por 13 metros y su techo a 20,7 metros del suelo.

Fueron tres periodos durante los cuales los artistas dedicaron años a la creación de sus frescos. Durante el primer periodo, entre 1481 y 1483, el grupo de hombres, entre los que se encontraba Botticelli, pintaron los frescos de los muros norte, sur y este. Al terminar, el muro occidental continuó siendo un lienzo en blanco y el techo quedó pintado de azul para reflejar el cielo nocturno. No fue sino hasta 1508, y bajo el mandato del papa Julio II, que Miguel Ángel, coleccionista y apasionado por el arte, entró en escena. En principio se le comisionó crear los frescos para el techo, que configuran la primera parte de su obra maestra. El florentino pintó durante cuatro años nueve escenas del libro del Génesis, doce figuras proféticas, cuatro pechinas con escenas bíblicas y catorce lunetas sobre las ventanas con los ancestros de Cristo.

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Finalmente, en 1535, Miguel Ángel aceptó de nuevo una comisión para añadir una última pieza a la capilla. Esta propuesta vino de la mano del papa Clemente VII, pero se completó bajo la dirección del papa Pablo III. Este último fresco que realizó en el muro occidental completó su obra, en la forma del Juicio Final. Los simbolismos e interpretaciones que envuelven una de las obras más conocidas del florentino continúan asombrando a visitantes de diferentes geografías casi 500 años después de su creación.

Detrás de los pigmentos aplicados al yeso se esconde una historia que refleja los movimientos políticos y sucesos históricos que pasaron en cada periodo de decoración de la capilla. La historiadora de arte Elizabeth Lev comentaba en una charla TED que la “explosión creativa” que tuvo lugar dentro de los muros de la iglesia vaticana se dio como un proceso evolutivo que tuvo tres etapas, “cada una ligada a una circunstancia histórica. El primero tenía un alcance bastante limitado. Reflejaba la perspectiva más bien provinciana. El segundo tuvo lugar después de que las visiones del mundo se alteraran dramáticamente tras el viaje histórico de Colón; y el tercero, cuando la Era de los Descubrimientos estaba en marcha y la Iglesia asumió el desafío de globalizarse”.

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Ese primer alcance limitado al que se refiere Lev, vino de la mano de Botticelli, Ghirlandaio, Peruggino y Rosselli. En sus frescos hay una técnica que ya había existido por más de 200 años: el pigmento mezclado con agua es absorbido por una fina capa de yeso y al secar, el color queda fijo en el muro. El grupo de artistas seleccionado por Sixto IV retrató escenas bíblicas de la vida de Moisés y Jesús, como la pesca milagrosa, la conversión de San Pablo y la entrega de las llaves a San Pedro. En estas utilizaron diferentes elementos propios del paisaje toscano del que provenían monumentos romanos que los rodeaban, junto con retratos de amigos y familiares del papa que los contrató. “Esta era la decoración perfecta para una corte limitada al continente europeo”.

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Lev afirma que esta visión cambió tan pronto llegaron las noticias de un nuevo mundo en 1492 y entonces comenzó el desafío de la expansión. A Miguel Ángel lo contrataron a los 33 años, a pesar de la ira que había provocado en varios patrones en Florencia y su pasado cambiante entre la pintura y la escultura. Al inicio solo le habían encargado pintar a los doce apóstoles en la bóveda sobre el fondo que ya existía, no la historia épica que ha cautivado a millones. “El genio estuvo a la altura del desafío. En una época en que el hombre se atrevía a navegar a través del océano Atlántico, Miguel Ángel se atrevió a explorar nuevas aguas artísticas. Él también contaría una historia sin apóstoles, sino una de grandes comienzos, la historia del Génesis”.

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El desafío no se encontraba únicamente en la historia que iba a narrar. Primero tenía que convencer al papa Julio II y luego pasar horas con la cabeza echada hacia atrás pintando su visión. “Miguel Ángel no era realmente un pintor, así que aprovechó sus puntos fuertes. Miguel Ángel era un esencialista; contaría su historia en cuerpos masivos y dinámicos. Su plan fue aprobado por el papa Julio II, un hombre que no temía al genio descarado de Miguel Ángel. Era sobrino del papa Sixto IV, llevaba 30 años inmerso en el arte y conocía su poder. Nos dejó las Estancias de Rafael, la Capilla Sixtina. Julio fue un hombre que imaginó un Vaticano que sería eternamente relevante a través de la grandeza y la belleza, y tenía razón. El encuentro entre Miguel Ángel y Julio II fue el origen de la Capilla Sixtina. El artista estaba tan comprometido con este proyecto que logró terminar el trabajo en tres años y medio, utilizando un equipo mínimo y pasando la mayor parte del tiempo, horas y horas, estirando las manos por encima de su cabeza para pintar las historias en el techo”.

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Tanto el esfuerzo del florentino y los papados para los que trabajó, como el de los maestros que pasaron antes que él y el autor intelectual del edificio, Sixto IV, ofrecieron a las generaciones futuras un ícono del arte occidental que ha estado en pie por más de 500 años y no parece estar dispuesto a desaparecer o ceder su puesto como una de las grandes muestras de la capacidad humana.

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Por Andrea Jaramillo Caro

Periodista y gestora editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en temas de artes visuales e historia del arte. Se vinculó como practicante en septiembre de 2021 y en enero de 2022 fue contratada como periodista de la sección de Cultura.@Andreajc1406ajaramillo@elespectador.com
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