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                                                                                                                              La conversación, un acto de trascendencia

                                                                                                                              Mariano Sigman escribió un libro llamado “El poder de las palabras”, en el que sostiene que la conversación es la herramienta más efectiva para transformarse. Analizamos lo que propuso, teniendo en cuenta asuntos como la mayéutica de Sócrates o lo que opinan autores como Ilan Stavans y Juan Villoro sobre este acto cotidiano.

                                                                                                                              Laura Camila Arévalo Domínguez

                                                                                                                              Editora de El Magazín cultural
                                                                                                                              Ilustración basada en los efectos de la conversación para el pensamiento y el relacionamiento humano.
                                                                                                                              Foto: Ilustración de Viviana Velázquez

                                                                                                                              Por lo general, uno habla convencido de que tiene toda la razón. Hace poco, alguien se burló de ese reproche: “Pues claro que creo que tengo razón, si no cómo podría hablar de algo”. Y sí. Las convicciones o meras creencias suelen ser necesarias para tomar alguna decisión, enrutar el camino, hacer algún chiste o intentar no vivir muertos del miedo, pero lo que preocupa a algunos, sobre todo en estos tiempos de interacciones un tanto mediocres (chats a través de redes sociales, reacciones con emojis, trinos, etc.), es que la ausencia de buena conversación (la que implica que haya interlocución, no tarima para ponentes) debilita la argumentación, la apertura y el pensamiento. Es decir, cuanto menos conversación, menos habilidades para convivir, que se traduce en menos habilidades para cumplir pactos sociales, detener el piloto automático y sospechar, por lo menos unas cuantas veces, que la verdad que creemos tener no es correcta o absoluta o simplemente no es verdad.

                                                                                                                              Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

                                                                                                                              Ilustración basada en los efectos de la conversación para el pensamiento y el relacionamiento humano.
                                                                                                                              Foto: Ilustración de Viviana Velázquez

                                                                                                                              Por lo general, uno habla convencido de que tiene toda la razón. Hace poco, alguien se burló de ese reproche: “Pues claro que creo que tengo razón, si no cómo podría hablar de algo”. Y sí. Las convicciones o meras creencias suelen ser necesarias para tomar alguna decisión, enrutar el camino, hacer algún chiste o intentar no vivir muertos del miedo, pero lo que preocupa a algunos, sobre todo en estos tiempos de interacciones un tanto mediocres (chats a través de redes sociales, reacciones con emojis, trinos, etc.), es que la ausencia de buena conversación (la que implica que haya interlocución, no tarima para ponentes) debilita la argumentación, la apertura y el pensamiento. Es decir, cuanto menos conversación, menos habilidades para convivir, que se traduce en menos habilidades para cumplir pactos sociales, detener el piloto automático y sospechar, por lo menos unas cuantas veces, que la verdad que creemos tener no es correcta o absoluta o simplemente no es verdad.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              “Sócrates buscaba estimular el espíritu de sus discípulos. No actuaba como un maestro al uso, que inocula nuevos conocimientos a su alumno. Su método era la mayéutica, término que proviene de la palabra griega mayeuta (partera, que era la profesión de su madre). Igual que una partera o comadrona ayuda al alumbramiento, Sócrates ayudaba al discípulo a aflorar las ideas que este guardaba en su interior, para analizarlas y saber si eran valiosas y merecían detenerse en ellas o si se trataba de falsedades que se debían desechar”, escribió José Solana Sueso, en un texto titulado Sócrates, el maestro de Grecia, para el portal National Geographic, en el que también sostuvo que para Sócrates el diálogo no era una conversación cualquiera, sino que debía partir de una máxima: el diálogo es, ante todo, una forma de razonamiento.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              La imagen de la conversación anterior entre estos murmullos se amplía cuando nos encontramos con alguien, y entonces, después de toda esta elaboración personal, salen palabras atropelladas para intentar conversar con los murmullos de alguien más, que, así como uno, solo tiene, por más de que haya leído, viajado, visto, vivido y escuchado, una visión parcial de todo. Hablando, pensando en voz alta con otro que escucha, estos susurros quedan expuestos, se pueden revisar con distancia.

                                                                                                                              Ilustración basada en los efectos de la conversación para el pensamiento y el relacionamiento humano.
                                                                                                                              Foto: Ilustración de Viviana Velázquez

                                                                                                                              “Para mí, pensar es conversar”, dijo Mariano Sigman, un investigador argentino para quien ese acto es una deliberación con las distintas voces que nos constituyen: la del anhelo, la prudencia, el miedo o la osadía.

                                                                                                                              El resultado de la conversación interna es que uno termina pensando que quiere hacer algo: quiere verse con alguien, quiere viajar o quiere beber agua. Y a pesar de que uno pasa tiempo con muchísimas personas desde que nace, el compañero de ruta permanente siempre es uno mismo, así que también dice que lo más importante de entender después de establecer la relación directa entre pensamiento y conversación, es que más vale ser buen compañero de uno mismo. “Uno debería cuidarse mucho. Yo sé que es un lugar común, pero las voces propias suelen ir a sitios de mucha oscuridad”, agregó el neurocientífico, a quien no le importó mucho que el título de su libro, El poder de las palabras, además de su promesa (¿cómo cambiar tu cerebro, y tu vida, conversando?), tuviese un aspecto de manual de autoayuda.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Su idea, durante los últimos años desde que se publicó El poder de las palabras, es la que encierra este acto de hablar consigo mismo, pero, sobre todo, con el otro.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Le sugerimos leer: Convocatoria de fotografía para narrar la crisis migratoria

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                                                                                                                              Cómo así que yo recuerdo algo que nunca pasó. Si lo recuerdo, es que sí pasó, es que fue un hecho, ¿no?

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Uno elige qué mirar, y al elegir qué mirar, elige qué grabar, esa es la clave. El primer punto de edición está en dónde eliges poner la cámara, cómo cortas la historia y, a partir de un relato o de una realidad que existió, pero que tenía muchos relatos posibles, eliges uno. Aquellas cosas que recuerdas, lo que has sido, lo que has querido, lo que no has querido, lo que te ha gustado, lo que no te ha gustado, es lo que define tu identidad. Uno es el conjunto de sus recuerdos. La identidad es como una especie de autobiografía que uno escribe de sí mismo. No es ficción pura, algo sabes, pero la memoria es un relato, primero porque eliges qué contar, como en cualquier película, es un relato de la realidad, pero ficcionado.

                                                                                                                              ***

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                                                                                                                              Sigman hizo un libro sobre la conversación, conversando. Lo hizo con filósofos. Alguna vez propuso un tema: ¿hay buenas y malas conversaciones? ¿Hay que elegir con cuidado al interlocutor para que eso que ocurrirá hablando, se convierta en un terreno fértil y las palabras en algo parecido a las semillas? Y la conclusión fue que no había malas charlas ni malos intercambios. Al parecer, no tiene mucho que ver con el otro en términos de, por ejemplo, calidad intelectual. Es decir, no hay que elegir a eruditos para conversar, hay que ofrecer las condiciones básicas para que la conversación suceda: apertura, escucha, comprensión, curiosidad, compasión, atención activa, respeto y concentración. “Es un asunto de disposición”.

                                                                                                                              Podría interesarle ver: Fito Paéz y las tres décadas de un disco que se volvió un hito del rock en español

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                                                                                                                              “Uno de los mejores conversadores que conocí fue Alejandro Rossi. Dedicaba horas al tema y su mayor virtud era que sabía escuchar. El profeta monologante puede asombrar o abrumar, pero no conversa. Es como un tenista que quiere ganar el partido con un saque tras otro. Borges dice que toda la cultura proviene de un peculiar invento griego: la conversación. De pronto, un grupo de hombres decidieron algo extraño: intercambiar palabras sin rumbo fijo, aceptar las curiosidades y opiniones del otro, aplazar las certezas, admitir las dudas. De ahí proviene todo lo demás. Esto se ha debilitado con internet, Twitter y Facebook, ya es un lugar común decirlo, y sin duda faltan lugares de reunión para hablar sin metas. Por eso celebro este diálogo, solo lamento que entre tus palabras y las mías no se levante el humo de una taza de café”, le escribió Juan Villoro a Ilan Stavans, sobre el asunto en cuestión. El intercambio entre estos dos autores fue publicado en el blog de literatura Calle del Orco, en el que Stavans también celebró el acto que aquí nos ocupa. Le contó a Villoro que había algo en la conversación que le encantaba, pero que no se refería al diálogo en el sentido socrático, que para él eran encuentros que buscaban hallar una verdad absoluta, suprema e incuestionable, sino al diálogo juguetón, desenfadado. “Sobra decir que hay mucho en él de literario. El placer de la conversación, para mí, es que empieza en cualquier parte y termina en el mismo sitio. Es decir, lo que importa no es la meta, sino el viaje”, concluyó.

                                                                                                                              Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖

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                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              “Hay que entender que somos un monstruo de muchas cabezas, o sea, de ganas de ejecutar deseos, de no ejecutarlos. Esa consistencia es esencial a la condición humana y a la identidad de cualquier persona. Son trampas de la mente, son las cosas que queremos hacer, pero que en realidad no sabemos ni de dónde vienen. La regulación de las que no queremos hacer, pero terminamos haciendo, comienza con un compromiso con el futuro”, concluyó el escritor, para quien el acto de conversar mejor se da desde la comprensión de que nuestra identidad (creencias, convicciones, pensamientos y obsesiones) está compuesta de palabras, y que si esas palabras salen para observarse con otro que, probablemente, podrá enriquecer con su visión esa identidad, una posibilidad se ensancha hasta el punto de convertirse en revelación poderosa: transformarse es posible.

                                                                                                                              Por Laura Camila Arévalo Domínguez

                                                                                                                              Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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