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La costura, una opción para las personas interesadas en la moda sostenible

Desde 2018, Lea Baecker, una joven londinense, decidió empezar a coser su propia ropa con el fin contrarrestar los daños causados por el “fast fashion”, también conocido como “moda rápida”. En la actualidad, el 80% de su vestuario está compuesto por prendas que han sido confeccionadas por ella.

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Valentine GRAVELEAU/AFP
21 de febrero de 2022 - 09:45 p. m.
En la imagen, unos rollos de telas pertenecientes a The New Craft House, una tienda y taller de costura, ubicado en Hackney, en el este de Londres.  Rosie Scott y Hannah Silvani son las fundadoras de esta empresa que vende telas de “existencias muertas”, aquellas que sobran después de que los diseñadores han terminado de confeccionar sus colecciones.
En la imagen, unos rollos de telas pertenecientes a The New Craft House, una tienda y taller de costura, ubicado en Hackney, en el este de Londres. Rosie Scott y Hannah Silvani son las fundadoras de esta empresa que vende telas de “existencias muertas”, aquellas que sobran después de que los diseñadores han terminado de confeccionar sus colecciones.
Foto: AFP - DANIEL LEAL / AFP
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Desde cómodos pantalones para correr hasta vestidos de verano, Lea Baecker ha confeccionado la mayor parte de su vestuario en su apartamento de Londres, uniéndose a una comunidad de jóvenes costureras aficionadas críticas con una industria textil que consideran demasiado destructiva.

“Quería ser independiente del prêt-à-porter”, explica Baecker, estudiante de doctorado en neurociencia de 29 años. Impulsada por su rechazo a la “moda rápida”, ropa barata que se tira rápidamente, comenzó a coser en 2018, empezando por la confección de pequeños bolsos.

Cuatro años después, “aproximadamente el 80% de su vestuario” está hecho en casa, desde pijamas hasta largos abrigos, pasando por vaqueros confeccionados con retales de denim recuperados entre miembros de su familia.

Lea Baecker ya casi no se compra ropa nueva, afirma, luciendo un vestido largo cosido a mano.

La industria de la moda y el textil es el tercer sector más contaminante del mundo, después de la alimentación y la construcción, y representa hasta el 5% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, según un informe publicado hace un año por el Foro Económico de Davos.

Las marcas de moda de bajo coste son criticadas regularmente por los residuos y la contaminación que provocan y las condiciones salariales impuestas a sus trabajadores.

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Pensar en su consumo

Tara Viggo conoce bien esta industria de la moda rápida, porque trabajó en ella durante 15 años como patronista. “Veía la cantidad de ropa que entraba y salía de los almacenes, era aterrador”, afirma.

En 2017, decidió crear sus propios patrones (los dibujos en papel de las partes de una prenda), tomándose su tiempo, poniendo a la venta solo un modelo al año, lejos de los “cuatro patrones al día” que a veces le pedían en la industria del prêt-à-porter.

“No creo que H&M vaya a cerrar mañana”, dice sobre el gigante sueco de la industria textil, pero la costura le hace reflexionar: “Una vez que sabes coser, no puedes imaginar que una camisa cueste tres libras” (4 dólares o 3,5 euros).

Su mono “Zadie” es ahora uno de los más vendidos en The Fold Line, según Rachel Walker, una de las creadoras en 2015 de esta plataforma de diseñadores de patrones independientes.

Ha pasado de unos 20 diseñadores en su lanzamiento a más de 150 en la actualidad.

En su taller londinense, donde venden telas procedentes de las existencias no vendidas de los diseñadores de moda, algo aún poco frecuente en el Reino Unido, Rosie Scott y Hannah Silvani también han visto el resurgimiento de la popularidad de la costura, sobre todo entre los jóvenes.

“Nuestros clientes son ahora más jóvenes, está claro (...) y quieren hacer su propia ropa y hacerlo de forma sostenible”, explica Scott.

Colores, patrones, materiales... Las costureras aficionadas -las mujeres constituyen más del 90% de la clientela- pueden elegir entre unas 700 telas de creadores, que se venden desde 8 libras el metro de velo de algodón hasta 110 libras el de encaje.

Los pedidos se dispararon durante la pandemia y se han mantenido tras el levantamiento de las restricciones.

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Comunidad de Instagram

Para Scott, la explosión del sector no habría sido posible sin Instagram, donde la comunidad de costureras aficionadas ha puesto de moda una actividad que antes se veía como anticuada.

En Instagram, “la gente puede compartir su trabajo y charlar con los demás”, dice.

Esto es lo que impulsó a Baecker a inscribirse en la red social, donde ahora comparte sus creaciones: “Cada patrón tiene su propio ‘hashtag’, por lo que puedes encontrar gente que ha hecho el mismo modelo e imaginar cómo te quedaría a ti”.

De terciopelo o de algodón, con o sin mangas, el mono #Zadiejumpsuit de Tara Viggo, por ejemplo, ha sido objeto de casi 11.000 publicaciones por parte de las internautas.

La etiqueta #handmadewardrobe (“vestuario hecho a mano”) tiene unos 900.000 mensajes.

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“Ves a tanta gente increíble haciendo ropa estupenda, que me hizo pensar que yo también podía hacerlo”, explica Baecker.

Con sus numerosas creaciones, la joven ha conseguido incluso convencer a sus amigos para que se animen: “Eso es lo que más me enorgullece”.

Por Valentine GRAVELEAU/AFP

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