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La dictadura del lector: el autor que ya no existe

La dictadura del lector exige que todo sea rápido y desglosado. No hay tiempo para autores complicados, porque la vida es complicada y el tiempo poco y estás compitiendo ya no con escritores, sino con otras formas de entretenimiento que garantizan espectáculo.

Jaír Villano / @VillanoJair
19 de noviembre de 2020 - 05:38 p. m.
"Heidegger, filósofo cuya interpretación es todo un desafío, tiene hondura en sus ideas, un poco de exageración en su regodeo sobre el ente, el ser, la nada y el 'Dasein'. Me esfuerzo en capturar un poco de su ser", dice Jaír Villano.
"Heidegger, filósofo cuya interpretación es todo un desafío, tiene hondura en sus ideas, un poco de exageración en su regodeo sobre el ente, el ser, la nada y el 'Dasein'. Me esfuerzo en capturar un poco de su ser", dice Jaír Villano.

La cosa es así: un francés aniquiló al autor, dijo que la nueva autoría era del lector y la cultura, o algo por el estilo. Para calma de los académicos (esos críticos impares), sé quién es, pero no lo voy a citar. Esto de ahorrarle el tiempo a los perezosos me tiene cansado: que vaya y busque la cita quien la necesite. Además de darle vueltas y vueltas a un asunto, resulta que tengo que someterme a un rígido y árido sistema de citación. No. No. No. O mejor: no. Qué bueno que en mi tribuna importa más la idea que el rigor.

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Ah, sí, excusas: me salió digresivo ese primer párrafo; hombre, estoy en plena investigación, me tenía que desquitar. Vuelvo. Desde que el lector tomó la autoría del texto ha emergido un problema: que tiene un poder de deslegitimación que no necesariamente corresponde con sus competencias interpretativas. Quiero decir: un lector brama: “usted escribe ladrillos”, o “usted escribe claro”, a pesar de que esos ladrillos son ladrillos para quien goza del léxico más básico, o eso claro es claro para quien su lenguaje es precario (Pierre Menard, 2020).

Habría entonces que analizar quién es el lector que está detrás de un juicio de valor, porque cualquiera que haya leído el catálogo editorial de turno puede afirmar que esto es complejo o aquello es sencillo, y no: puede que lo complejo sea sencillo, solo que el lector carece de acervo; o que lo sencillo sea inane, pero sus referencias son exponentes de ese estilo.

Pienso en toda esa camada de vedettes de estilos agotables, como Mario Mendoza, como Paulo Coelho, como Elvira Sastre. No está mal ir a esos autores: que cada quien lea lo que considera de su gusto. Lo que es bastante cuestionable es regar veneno sobre otras plumas con otros estilos, con otros tonos, con otros lenguajes; arrojar afirmaciones a pesar de tener referencias tan básicas y convencionales, y creer que el problema es del escritor y no de uno como receptor de sus mensajes.

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Un poco de humildad no estaría mal: no es que ese autor sea enredado, es que quizá me hace falta escarbar otra tradición que me permita llegar a él; no es que la pluma se ininteligible, es que quizá no soy digno de espejos y laberintos.

Esta actitud punitiva viene siendo una consecuencia de la literatura cosmética de la que en otro texto hablé: han acostumbrado tanto al lector a decirle todo, que este ya no quiere ni tiene tiempo para pensar por sí mismo.

Todo aquel que se sumerge en un texto desea entenderlo (disfrutarlo), pero no todos tienen la voluntad de abrir un diccionario, ni de pensar una metáfora, ni cuestionar un concepto, ni la paciencia para regresar a las primeras páginas. La literatura cosmética acabó con esa disposición. No hay paciencia que valga. La dictadura del lector exige que todo sea rápido y desglosado. No hay tiempo para autores complicados, porque la vida es complicada y el tiempo poco y estás compitiendo ya no con escritores, sino con otras formas de entretenimiento que garantizan espectáculo. (Pregunten cuántos se desvelan leyendo una novela y cuántos viendo una serie).

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No es que todos los escritores que escriben fárragos sean buenos. No es un tono abstruso equivalente a profundidad. Hay autores sencillos y agudos. Pero también hay otros que demandan tiempo. A mí últimamente me trasnocha Heidegger, filósofo cuya interpretación es todo un desafío.

Me gusta detenerme: me parece que hay hondura en sus ideas, un poco de exageración en su regodeo sobre el ente, el ser, la nada y el Dasein, pero me esfuerzo en capturar un poco de su ser. No renuncio a un filósofo que habla de la eternidad porque me parece que es más ameno leer a Schopenhauer o a Nietzsche. Heidegger escribió como quería, para quien quería, y sin hacer concesiones a sus lectores. La filosofía invita a pensar, y eso empieza desde el lenguaje.

Quiero invitar con esto a la autocrítica, al replanteamiento del lector, leer libros en un país como Colombia es toda una hazaña, una proeza de unos pocos; por eso mismo, este merece cierto respeto y cierto prestigio en ciertos círculos: “mi hijo el lector, mi tío el lector, mi primo el de los libros, mi amigo el devorador”.

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Ya, está bien. Qué bueno que usted lea. Pero no se conforme con esos elogios. Recuerde que hay muchísimos autores por conocer. Que ningún lector los conocerá todos. Que el lector más exquisito de Latinoamérica, Borges, dudaba de sí mismo, porque sabía que era mucho lo que había por leer y poca existencia.

Recuerde que entre uno más lee, menos sabe; que siempre hay un antecedente, un antes, un algo que me hace falta, son infinitas las referencias de las que adolecemos.

Es algo básico -y que nos hace falta a todos-: pensar antes de usar las palabras. Hay que replantear la idea del lector como participante del libro; en un escenario donde prolifera la literatura cosmética, un leedor no es un conversador, sino un sujeto rendido ante las ofertas del mercado.

Por Jaír Villano / @VillanoJair

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Nelson(23874)19 de noviembre de 2020 - 09:07 p. m.
"Qué bueno que en mi tribuna importa más la idea que el rigor": ¡Válgame Dios!. Mejor decir que "Lo digo cho" y con entonación que ponga el ego en el altar...
Francisco(82596)19 de noviembre de 2020 - 06:31 p. m.
Hola, amigos. Uno de nuestros escritores más destacados y que es también un profundo pensador, nos viene mostrando lo que es la filosofía. Sin alharacas académicas, con su trabajo enjundioso y claro hace lo que un buen filósofo: enfrentar la realidad y tratar de comprenderla. Hablo, desde luego, de William Ospina. Hoy, día de la filosofía. Ahí tenemos un pensador de nuestro patio: leámoslo.
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