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La esquina delirante VIII (Microrrelatos)

Este espacio es una dentellada a la monotonía mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita. En tiempos fugaces, como los nuestros, en los que la inmediatez cobra más validez que nunca, el microrrelato se yergue como eficaz píldora psicoterapéutica. Guerra de guerrillas narrativa si se quiere.

Autores varios

03 de junio de 2019 - 07:33 p. m.
Cortesía
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Cero

Desde que me senté, vi ese número impasible y contemplativo que no se transformaba por más que el conductor aceleraba. Era un indicador estático, aunque no muerto. Tan rojo y tan vibrante, pero tan vegetal. Miré por la ventana tratando de llenar mis ojos de otro color y me ahogué entre grises con trazas de tímido verde. Entonces el mundo nos quiso engullir para luego poder escupirnos: todo giraba, nos mezclábamos en desorden,  y cada cosa se difuminaba con otra a excepción de aquel número. Yo solo atiné a ver ese punto rojo que siempre seguía igual, era el único que se mantenía inalterado mientras la vida nos arrugaba y alisaba. Lo último que vi fue al número en rojo, apagándose, y yo también me apagué.

Daniela Morales Soler

Si está interesado en leer otros micorrelatos, ingrese acá: La Esquina Delirante VI (Microrrelatos)

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Sanitarios                                                                                                       

Él era graduado en su país de origen, y después de años en el oficio, no dejó de seguir haciendo lo mismo.  Sorbiendo lágrimas, dijo: -¡Mierdaaa!  ¡Maldigo la hora en que nos creímos pobres!  ¡La maldigo una y otra vez!- Aspiró suspiros hasta acortarlos, y con un gemido lánguido... siguió lavando sanitarios.

Renandarío Arango

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La conferencia

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Norah, la primera dama, se puso su vestido rojo diseñado por Óscar de la Renta, mientras repasaba mentalmente las líneas de su discurso. Era un tema que no dominaba, y para que no notaran eso ni otros asuntos sus «admiradoras de la prensa», las recompensaba con trabajos de consultoría bien remunerados. Seguidamente, Jacinta, su sirvienta, le ayudó a colocarse sus botines Chanel, al tiempo que Norah se decía para sí misma que no debía olvidar emplear en el evento el lenguaje inclusivo. Luego le pidió a su sirvienta traerle su bolso Louis Vuitton (estaba encima del armario Ferrini), en tanto ella se colocaba su Rolex. De pronto se acordó de algo: hizo una llamada rápida a un empresario brasileño, apuntó con un lapicero Diamante Aurora en su agenda de cuero Renzo Costa el monto de dinero que recibiría por sus «servicios» en la concesión de la construcción de una refinería (en un país donde no había petróleo) en la cuenta de su cuñada en Suiza... 

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Por último, le dio otro mordisco a su chocolate Godiva, y se fue a dar su conferencia sobre cómo gestionar adecuadamente los recursos de los programas estatales de ayuda a la extrema pobreza.

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Marco Antonio Román Encinas (Perú)

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Si está interesado en ler otro capítulo de La esquina delirante, ingrese acá: La esquina delirante IV (Microrrelatos)

La milagrosa 

Hannah cumplió 18 años el 25 de diciembre de 1991, un año capicúa. Desde ahí lloró sangre sin parar hasta la media noche del 31. En 1992 sucedió lo mismo y cientos de personas la visitaron para tocarla y pedir milagros. Alguien se atrevió a probar una lágrima y afirmó haberse curado de un cáncer de páncreas. Así las cosas, al año siguiente la fila frente a su casa le daba varias vueltas a la manzana y aunque no pedía dinero, cientos de personas estuvieron dispuestas a darle grandes sumas a cambio de sus lágrimas curativas. En 1994 sus lágrimas se vendían en frasquitos debidamente etiquetados, y para 1995 eran un producto de exportación. Pero en 2002, otro año capicúa, las lágrimas desaparecieron. Hannah intentó sonreír antes de presentarse ante sus fieles, sin imaginar que moriría despedazada en manos de una horda ávida de sangre y milagros.

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@alvaroescribe

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La maldición de Caín y Abel

En el momento en el que el mundo era joven, Dios también lo era. Existieron dos hermanos, Caín y Abel. Ellos se repartían el mundo. Dios se aburría al ver un mundo feliz y armonioso. Por ello decidió quitarles la vida a los padres de Caín y Abel. Repartir el mundo. Sembró el odio entre hermanos. Caín sintió envidia de que Abel poseyera las ovejas. Abel envidió a Caín por los frutos que nacían de sus árboles. Solo discutían. Cada hermano se fue por un lado distinto. Poblaron la tierra. Un día se encontraron y lucharon. En medio de la lucha Caín mató a Abel. Dios se divirtió tanto que decidió implantar el odio en los hijos de Caín y de Abel. Años después, Dios se dio cuenta de que moría mucha gente por su diversión. Decidió crear el infierno.

Diego Armando Peña

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Para ser publicado, envié su microrrelato a laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras.

 

Por Autores varios

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