El Magazín Cultural

La Esquina Delirante XXIII (Microrrelatos)

Con la presente entrega, les hacemos una invitación a los delirantes de mente y corazón para que participen en la serie de microrrelatos apocalípticos y post apocalípticos.

Autores varios
18 de marzo de 2020 - 07:59 p. m.
Ilustración: Sara Aranzales
Ilustración: Sara Aranzales

Arquitectando

-Y, ¿cómo te gustaría que fuera? ¿De qué estilo? –preguntó Dédalo

-Cubista –contestó el Minotauro

-No, imposible –rehusó el inventor–. Minos jamás aceptaría colocarte en semejante morada.

-Pues dile que es una prisión.

Silvia Favaretto (desde Italia)

Si está interesado en leer otro capítulo de esta serie, ingrese acá: La esquina delirante XIV (Microrrelatos)

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Serial

En medio del zumbido de las libélulas y del cargante sopor tropical, una anciana se balancea sobre su mecedora de encina mientras teje a punto de cruz. A tan solo metros de su balcón, unos negros descamisados y azotados por el sol juegan al fútbol con una pelota de trapo. El que funge de portero desvía su atención hacia una muchacha de biquini rosa que usa la playa como pasarela y a quien le grita un soez piropo. Indiferente, la mujer va dejando las huellas de sus pies descalzos sobre la arena, arrastradas en segundos por el mismo mar en el que se adentra un chiquillo que acaba de encontrarse una gargantilla de plata enterrada en sus profundidades. En el crucero recién aventurado hacia el Atlántico, una extranjera acusa del hurto de su joya a un grumete que está pasando inadvertido al lado de su habitación. Y en la bodega del navío donde se presenta la discusión, viaja de contrabando un cargamento atiborrado de hilos, uno de los cuales quedó en las manos de una anciana que ahora cose desde su casa litoral y del que penden todos los sucesos.

Esteban Dublín

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Me apeno

“Me apenó que no te quedará ni un recuerdo para llenarlas”. Las horas vanas, aquellas cuando tu voluntad de luchar se fundió, y te refugiaste en ese silencio absoluto que tomó cada una de tus articulaciones para dejarlas igual que una muñeca avejentada, sucia, fría. Como cuando una chiquilla desecha a su preferida a la cual le ha partido piernas y brazos y ésta ya no puede sostenerse por sus propios medios.  Eres un objeto casi inútil, a pesar de que pinto tu rostro en coloridas facciones, y mi mano te recorre en íntimas caricias. Respira. Te amo.

Ricardo Muñoz

Si está interesado en leer otro capítulo de La esquina delirante, ingrese acá: La esquina delirante X (Microrrelatos)

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Vivirla

Una sensación que no comprendía lo inundaba, era como una tristeza que no salía del todo, que no lograba apoderarse de él, tal vez la esperanza impedía que este proceso culminara, el del apoderamiento del alma por la sombra de la angustia. Las imágenes que había producido sus palabras se hacían cada vez más reales, el verse sin ella, sin la posibilidad de verse en sus ojos, de fundirse en sus besos se presentaba como un hecho, fuera cercano o no. Vivirla, es lo que le quedaba, vivirla en cada momento, en cada segundo, en cada mirada, en el amor.

Jorge Eliécer Villarreal Fernández

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Casas vacías

Berta y su papá caminan por una calle de edificios vacíos con fachadas cubiertas de grafitis. La vegetación se abre paso entre los adoquines en una situación doliente de abandono. A su paso se oye acercarse la tormenta.  Por la baranda de un balcón cerrado cuelgan los restos de un jazmín sediento. El olor que desprende la planta despierta el recuerdo de Berta, –¿papá esa es la casa donde vivíamos antes? -,  él aprieta su mano. Berta, que ya tiene siete años, empieza a entender. Los truenos rugen, sobre sus cabezas los nubarrones aceleran la oscuridad, tiene miedo. Su papá frota sus ateridas manitas y le cuenta que cuando ella era pequeña las farolas iluminaban la calle a la llegada del crepúsculo y a través de las ventanas de las casas; donde la gente vivía se colaba la luz al exterior, pero ahora están vacías, -¿Por qué?- pregunta Berta, -se las han quedado entidades financieras- responde con tristeza su padre y Berta pregunta a su papá si a las entidades financieras no les gusta la luz.

Rosa Reis

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Requiescat In Pace

“En serio, hay días en los que no me importaría nada caer vivo”, se le daba por comentar algunas veces a quien quisiera escucharle, pero los demás habitantes del más allá le mirábamos con incredulidad, asombro, lástima e incluso con algo de espanto, pues la inevitabilidad de que todos caigamos vivos algún día es un tema incómodo, de mal gusto, casi tabú, sobre el que más vale guardar silencio aquí, en el más allá.

Carlos A. Sourdis Pinedo

 

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