
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Alcohol
Había llegado la casa después de comprar el detergente. En la mesa del lado de la puerta había un alcohol antiséptico. Lo sirvió en un vaso, lo mezcló con un jugo en polvo y lo bebió. No, en realidad no sucedió de esa manera, porque nuestro hombre le teme a enfermar y desprecia los tragos baratos. Tomó el alcohol antiséptico y desinfectó con este sus manos. Comenzó entonces a despojarse de la ropa: primero los zapatos, luego la camiseta y los pantalones, luego tomó su celular, buscó una página pornográfica y procedió a masturbarse. Bien, tampoco pasó así, porque nuestro hombre es un tipo muy pulcro y estas cosas no le llaman la atención. Entonces después de quitarse la ropa, la puso inmediatamente en la lavadora. Fue al armario y sacó ropa nueva. Ya vestido, se desinfectó una vez más las manos con alcohol antiséptico. Comenzó a preparar el almuerzo. Rascó un fósforo y encendió la estufa. Sintió calor: vio sus dedos envueltos en llamas y estas extendiéndose por las manos, luego por los brazos. Por desgracia esto sí pasó y nuestro hombre se incendió; quizás no recordaba que el alcohol es un líquido inflamable.
Yulieth Rueda
***
Una cifra más
Cerró la habitación con llave, se escondió debajo de la cama y oró en silencio. Sin embargo, todo fue en vano porque el monstruo al que tanto temía se las ingenió para forzar la cerradura. Una vez la bestia adentro, fue en busca de su presa. La sacó del oscuro lugar que debía brindarle protección. Ahora se hallaba indefensa y sabía que el susodicho no descansaría hasta lograr su finalidad. Quién iba a pensar que aquel día se le acabaría el tiempo, que sus sueños muy pronto irían a parar en el cajón del olvido. Las lágrimas comenzaron a brotar por su rostro. Uno a uno sus recuerdos se fueron desvaneciendo. Ahora, allí, yacía un cuerpo sin vida, que reflejaba la brutal violencia a la que había sido sometido. La bestia huyó como lo haría cualquiera de su especie. Cinco horas más tarde, se escucharon los sollozos productos del dolor de una madre. El llanto se hizo más fuerte gracias a una nota que había dejado la víctima en uno de sus bolsillos: “¡Mamá, no dejes que me convierta en solo una cifra más!”.
Danelys Vega
***
Clandestinos
En el mundo de las calles vacías y del encierro obligatorio, los primeros que perdieron su puesto fueron los besos clandestinos. Los míos están muriendo de hambre.
Sandra Guamán
Si está interesado en leer el anterioir capítulo de esta serie, ingrese acá: La Esquina Delirante XXVIII: En cuarentena (Microrrelatos)
***
Sin vergüenza
Viviendo. Literalmente. Eras apocalípticas. Los fantasmas de dolorosas y recientes despedidas me rodean. Mi balcón desafía a muchos otros balcones habitados por sus respectivas soledades. Es tablado desolado para el silencioso y asiduo testigo de un nuevo crepúsculo cada doce horas: miro llegar las noches cada vez más oscuras tras presenciar la partida de días cada vez menos luminosos. El viento ha barrido y hecho más tenues las fronteras; el más aquí es el más allá. Siento cómo crece el invierno. Confieso sin vergüenza, a las sombras que se alargan, sentir también algo de lástima por no pertenecer a una de esas sectas o religiones que avivan en sus fieles el miedo al fin del mundo. No ser uno de esos que esperan, gracias al fiel cumplimiento de las reglas divinas —cuando el fin haya llegado a su fin y el infierno esté por fin atestado de infractores—, el comienzo para ellos y para sus familiares de unas eternas y gozosas vacaciones.
Carlos Alberto Sourdis Pinedo
***
Virus
Entro a un cultivo de plantas medicinales. En el fondo observo una casa, me dirijo hacia la vivienda, la puerta de entrada está abierta; cierto hombre, desde el corredor, con un ademán de manos me invita a ingresar, el residente permanece silencioso, sirve una emulsión vinagrosa, veo una mujer muerta arrellanada en un mueble, uno, dos tres cadáveres más tirados en el piso, hundo uno de mis brazos en mi epidermis, extraigo un pan, le ofrezco al habitante de la residencia, le sacude migajas de sangre, fragmentos de vísceras, lo lleva a la boca, escupe, este acto me parece insultante, le hago preguntas respecto al virus, no contesta, de nuevo lo interrogo, permanece silencioso. De pronto el individuo se aleja, quedo solo, salgo, regreso al huerto, atravieso la senda. Al retornar a la calle me sorprendo de llevar en mis manos un manojo de hierbas curativas, llego a mi posada donde habito solo, preparo una infusión, la consumo, reflexiono, el entorno es triste, desgarra, tiraniza, desconcierta. A través del ventanal presto atención a un perro sin sombra bajo el sol, cruza calles fantasmales, donde hace años no transita ser humano alguno. Cuerpos atraviesan mi cuerpo.
Carlos Alberto Agudelo Arcila
***
Los surrealistas días
¡Hemos perdido la noción del tiempo!, pero nadie habla de este sentimiento en las noticias, ¿Qué fecha es hoy? ¿Qué día de la semana? ¿Qué semana del mes? ¿Qué mes del año? No lo sé, pero cargo conmigo un pequeño almanaque que reviso todo el tiempo; o al menos, cuando me lo preguntan –y si es posible, también un reloj que nunca está en mí muñeca–. No le tengo miedo a la gente, ni de lo que hablan, dicen o reflexionan al respecto; me siento viajando en un espacio irreparable, ¿Es este el presente o el futuro? Dejo enfriar los alimentos en la mesa, he perdido la cuenta; y las noches y los días parecen empernados, el uno al otro, en una yuxtaposición que no diferenciamos, ¿Qué hora es? ¿Dormiremos o amaneceremos?
Katherine Gerena Bermúdez
***
Pedazos
Somos pedazos de personas, luchando por encontrarnos a nosotros mismos, día a día. Noches en que sueño y duermo, viajando hacia mí, buscando, olvidando todas estas personas que soy yo, soy tú, ellos, él. Borrándolos a todos de mí, dejándolos ir, llegando a quien soy e implotar.
Nelson Minghetti
***
Bienvenidos todos los microrrelatos de cuarentena a laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras. Síganos en Instagram #laesquinadelirante.