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El arma del silencio

Algunos sectores políticos han convocado en Colombia una marcha del silencio, que incluye las comunicaciones y los mensajes difundidos a través de las redes sociales. Recordamos acá la histórica Marcha del silencio organizada por Jorge Eliécer Gaitán el 7 de febrero de 1948, y la de septiembre vente años más tarde en Ciudad de México.

Fernando Araújo Vélez

13 de junio de 2025 - 06:10 p. m.
Jorge Eliécer Gaitán, como jefe único del Partido Liberal, convocó a la Marcha del Silencio durante la presidencia de Mariano Ospina Pérez.
Foto: Luis Alberto Gaitán 'Lunga'
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Aquella tarde sólo se escuchaban las banderas negras y rojas que se entrelazaban y se estrellaban contra el viento, y los pasos, lentos, uniformes, gastados, incluso, los pasos casi descalzos de decenas de miles de campesinos. El andar lento de la gente, 20, 50, 80 o 100 mil personas que iban del norte hacia el sur por la Carrera Séptima hacia la Plaza de Bolívar, o del oriente al occidente por la calle 6, o desde abajo, desde la octava y la novena y la décima. Y el silencio, el silencio más largo de la historia de Colombia. El silencio, que se escuchó y habló para siempre aquella tarde del 7 de febrero de 1947, que tronó hasta las alturas de los cerros de Guadalupe y Monserrate y explotó por todo el centro de Bogotá, en La Candelaria y en Belén y más allá.

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Era silencio, y era grito y era lamento, pero sobre todo, era y fue un reclamo mudo que permaneció grabado en la historia. Era la áspera voz de Jorge Eliécer Gaitán, que al final de la marcha que había organizado sólo le dijo al presidente, Mariano Ospina Pérez, “Señor Presidente: Vos que sois un hombre de universidad debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de un partido que logra contrariar las leyes de la psicología colectiva para rescatar la emoción en su silencio, como el de esta inmensa muchedumbre”. Era el pueblo y su protesta disfrazada de indiferencia. O su indiferencia disfrazada de protesta. Eran los muertos y más muertos que había dejado la violencia partidista en los últimos dos o tres años.

Como escribió Phillip Potdevin en su novela “Serpiente de fuego”, “El agua es mansa y siempre busca los niveles más bajos, pero el agua también, cuando se enfurece, derriba montañas, así soy yo, así es el pueblo o si no, entonces ¿qué fue la gran marcha del silencio de febrero pasado?, algo histórico, inédito que sorprendió al país y al mundo, hoy ya es recuerdo memorable, un espectáculo que no tiene precedentes en nuestra historia, gentes que llegaron de todos los rincones, de todas las latitudes, de los llanos ardientes y de las frías altiplanicies como la de esta capital, marcharon hasta congregarse en la plaza, cuna de nuestra historia, para expresar su irrevocable decisión de defender sus derechos y abogar por la paz”.

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La “Serpiente de fuego” de Potdevin era Gaitán en un monólogo sobre su vida, y también, sobre su muerte, el 9 de abril del 48, pasados dos meses del gran silencio, escrito, descrito y recordado por Gabriel García Márquez en su biografía “Vivir para contarla”: “Pocos días después —el 7 de febrero de 1948— hizo Gaitán el primer acto político al que asistí en mi vida: un desfile de duelo por las incontables víctimas de la violencia oficial en el país, con más de sesenta mil mujeres y hombres de luto cerrado, con las banderas rojas del partido y las banderas negras del duelo liberal. Su consigna era una sola: el silencio absoluto. Y se cumplió con un dramatismo inconcebible... Así fue la ‘marcha del silencio’, la más emocionante de cuantas se han hecho en Colombia”.

Y Gaitán era el caudillo del silencio, que al final de la marcha habló y le dijo a Ospina Pérez, “No creáis que nuestra serenidad, esta impresionante serenidad es cobardía! ¡Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado! ¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia! Señor presidente: nuestra bandera está enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de nuestros corazones solo os reclama: ¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes!”

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Gaitán terminó su Oración por la paz con una especie de presagio: “Os decimos finalmente, Excelentísimo Señor: Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio. ¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!” Había hablado de disciplina y de emociones, de lutos, de serenidad, de organización y de voluntad y de un suelo sagrado, pues era consciente de la fuerza del silencio y de todas aquellas cualidades que se requerían para un silencio como el del 7 de febrero del 48.

El silencio era y fue la fuerza más poderosa y se convirtió en una amenaza y en una realidad: el asesinato de Gaitán dos meses más tarde. Los marchantes desnudaron al gobierno y a los asesinos que habían colmado el país de muerte y más muerte. Veinte años más tarde, en Ciudad de México, otros marchantes caminaron hacia el Zócalo de Ciudad de México en protesta por las arbitrariedades y la violencia ejercidas por el entonces presidente, Gustavo Díaz Ordaz. El 1 de septiembre, dijo, “Hemos sido tolerantes, hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite (…) no quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario; lo que sea nuestro deber hacer, lo haremos…”.

Doce días después, el escritor y periodista Eduardo Valle, líder de las resistencias del 68, le respondió diciendo: “Cuando se conoce lo dulce de la libertad, jamás se olvida, y se lucha incansablemente por nunca dejarla de percibir, porque ella es la esencia del hombre; porque solamente el hombre se realiza plenamente cuando se es libre y en este movimiento, miles hemos sido libres ¡Verdaderamente libres!”. Sus palabras fueron una especie de señal de partida para que los mexicanos caminaran. Y caminaron. Y callaron. Y pensaron e hicieron pensar. Y dijeron. Y gritaron, como en el 48 en Bogotá, y reclamaron y dejaron muy en claro y para siempre que, como escribió Miguel Hernández, para la libertad se sangraba, se luchaba y se pervivía.

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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