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“La guerra deshumaniza al que gana y al que pierde”: Emilienne Malfatto

La periodista francesa publicó “El coronel no duerme” (editorial minúscula), una novela que combina la prosa con la poesía y en la que reflexiona sobre las consecuencias de la guerra.

Andrés Osorio Guillott

11 de marzo de 2025 - 03:00 p. m.
Emilienne Malfatto, que trabajó hace varios años en El Espectador, fue reportera de guerra en Irak de manera independiente entre 2015 y 2016.
Foto: Natalie Villena Vega
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“El coronel ha olvidado el momento exacto en que dejó de dormir. Tras qué muerte, qué interrogatorio, qué batalla, qué cuerpo que ya no era cuerpo”. Esta frase puede encerrar la historia de esta novela, de “El coronel que no duerme”, en la que además de construir una narración en prosa, Emilienne Malfatto complementa las vivencias y reflexiones de su personaje con la poesía.

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En entrevista con El Espectador, la periodista francesa contó que esta novela viene “de la guerra. Fui periodista de guerra en Irak durante dos años. Sigo trabajando allá, pero en ese momento viví en Irak, tenía mi casa, mi vida allí. Fue algo muy particular porque, además, era una guerra... ¿cómo decirlo? Una guerra muy ‘guerra’, con tanques, trincheras, francotiradores... Pasé un tiempo en Mosul, poco después de la batalla, y eso me marcó muchísimo. Creo que todas esas experiencias vividas, vistas, escuchadas, se quedaron en mí. Escribir ese libro fue como cerrar una página. Cuando lo terminé, sentí que había cerrado algo”.

La novela, que realiza una profunda exploración psicológica de su personaje principal, invita a ponerse en los zapatos de quienes hicieron parte de un conflicto armado, de las posibles secuelas que deja la muerte, y con ella la culpa y el tormento de cargar con asesinatos que, por haberse hecho en nombre de una nación o de un ideal, no dejan de pesar con el tiempo en los recuerdos y consciencia de quienes fueron protagonistas de una guerra.

“Me interesan más los personajes oscuros y complejos que los perfectos. Un personaje completamente bueno no me dice mucho, pero un personaje con dilemas y contradicciones me atrapa más. Además, hay una pregunta de fondo: después de cometer ciertos actos, ¿qué pasa contigo? ¿Puedes seguir viviendo? Estoy segura de que hay gente que hace cosas terribles y duerme perfectamente bien. En cambio, el coronel del libro no puede. Entonces, ¿su problema es que no duerme o que siente culpa? ¿Si pudiera dormir tranquilo, significaría que no siente culpa? No tengo la respuesta”, afirmó Malfatto.

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La periodista francesa, que hace ya varios años pasó por la redacción de El Espectador, fue reportera de guerra entre 2015 y 2016 en Irak. Esta experiencia, que no solo le da un giro a su vida personal y profesional, influyó para la creación de este libro. “Creo que tenía la curiosidad que muchos periodistas tienen por las zonas de conflicto. Trabajaba en la AFP en Francia y luego en Chipre, donde está la oficina de Medio Oriente. Llegué a Chipre y, al mes, el Estado Islámico tomó buena parte del territorio de Irak. La AFP me envió a hacer reportería en Irak y me gustó la experiencia. Entonces, dejé la AFP y me fui a Irak por mi cuenta. Así fue, literalmente, y terminé quedándome a vivir”.

Hablemos de algunas frases del libro. Hay dos que hablan de la duda: una dice “La duda es el enemigo de la victoria” y otra, en la página 43, dice “La duda es un virus peligroso que se propaga entre los hombres y pone en peligro la victoria”…

Es la propaganda. En los ejércitos no se fomenta la duda ni el cuestionamiento. La idea es seguir órdenes. Y eso, llevado al extremo, puede convertirse en fanatismo. Después de escribir este libro, trabajé en un tema sobre la última dictadura en Argentina y me impactó ver que cosas que yo había escrito salían literalmente de testimonios reales. En Buenos Aires, en los centros de detención y tortura, la gente que obedecía órdenes no se hacía preguntas. Lo mismo pasó en la guerra de Argelia en Francia o con los falsos positivos en Colombia. La lógica era “hágale, son órdenes”.

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¿Qué opina de las fuerzas armadas? De esas lógicas y de esas dinámicas que parecen repetirse sin importar la biografía ni el contexto.

Yo creo que, en el fondo, es como si a los hombres, con H mayúscula, nos tramasen las guerras, porque seguimos haciéndolas. Hay un libro de Baricco, el italiano, donde reescribe la Ilíada, y al final dice algo así como: “la guerra es algo atroz, algo horrible, y, sin embargo, seguimos haciéndola”. Pero al mismo tiempo, es interesante porque uno piensa: la guerra solo destruye, deshumaniza, tanto al que gana como al que pierde. Sin embargo, también surge otra pregunta: si hay una causa justa, ¿qué es una causa justa? Es subjetivo. Mi causa justa puede no ser la de otro. Y si todos los otros recursos se agotan, ¿qué haces? Porque, entonces, para erradicar la guerra, todos tendrían que dejar de armarse y de enfrentarse, y esa sería la solución. Pero también, ¿qué pasa cuando ya no hay otra opción, cuando intentaste dialogar, resistir pacíficamente y nada funciona? ¿Qué haces? Es una pregunta muy compleja, llena de matices. Porque tampoco se puede decir que siempre hay que agachar la cabeza. Ha habido luchas armadas que destruyeron y deshumanizaron, pero que quizá fueron necesarias. Y, de nuevo, todo depende de la subjetividad.

Esto me lleva a ese verso donde el coronel dice: “No he comprendido por qué la hicimos, aunque parece que la ganamos, que fue una gran victoria para la nación”. Hay muchas personas que terminan en la guerra sin saber a ciencia cierta qué defienden…

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Eso también me parece interesante. Hay algo en las guerras que se decide desde las oficinas de un Estado, y el soldado raso simplemente está ahí porque le tocó. No entiende del todo lo que pasa y, al final, la gente común es la que sufre las consecuencias. Ahora, lo que yo vi en Irak era un poco distinto. Estuve con las fuerzas kurdas, los peshmergas, y ellos habían tomado las armas muy conscientemente. Decían: “Si no nos paramos, nos arrasan”. Era una situación extrema. Recuerdo hablar con soldados kurdos, algunos de 70 años, que habían sido guerrilleros toda su vida y que seguían en el frente. Para ellos, la lucha era por la lengua, el territorio, la cultura; por no desaparecer como pueblo. Me impactó mucho conocer a jóvenes de mi edad que habían estudiado en Europa y decidieron regresar para pelear. Uno puede pensar lo que quiera de los kurdos, pero tienen una determinación impresionante. Y al final, fueron ellos quienes se mamaron toda la guerra, y luego Occidente los dejó plantados.

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Hablemos del odio en el soldado. Es un tema que se repite en los ejércitos: la necesidad de que sientan odio, porque eso los convence de acabar con el enemigo.

Claro, algunos sí, otros lo hacen solo cumpliendo órdenes. Pero hay un proceso de deshumanización para matar. Se dice que el trabajo de los francotiradores es más difícil porque ven la cara de la persona que van a matar. En cambio, cuando los enemigos son solo puntos o siluetas, es más fácil. Y ahora, con la tecnología, todo se vuelve más impersonal: un tipo en un escritorio en EE. UU. puede estar bombardeando Afganistán desde una pantalla. Es muy fácil deshumanizar. En Colombia, por ejemplo, he hablado con politólogos que dicen que aquí no hay una tradición de discusión política; si alguien no está de acuerdo contigo, lo deshumanizas, lo conviertes en un enemigo al que se puede matar sin remordimientos. Los líderes no quieren que los soldados se pregunten qué historia hay detrás de cada enemigo. Si se hicieran esas preguntas, se les caería el sistema.

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