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Troya, su guerra, los dioses y La Ilíada

Las dudas han atravesado la historia de Homero y de sus dos creaciones fundamentales, la Ilíada y La Odisea. Sin embargo, estudio tras estudio y hallazgo tras hallazgo, la mayoría de los historiadores y arqueólogos se han puesto de acuerdo con determinar que Troya, Homero y sus obras existieron, y que fueron esenciales para la humanidad.

Fernando Araújo Vélez

15 de marzo de 2025 - 09:00 a. m.
“La ira de Aquiles”, obra de Michel Drolling, relacionada con la “Ilíada”.
Foto: Dominio público
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En los muy antiguos y trascendentes tiempos de los griegos, que empezaron a forjarse y a crear una cultura que atravesó milenios, y que superó guerras y dioses, sangre e ignorancia, cuando unos cultivadores de trigo y cebada se establecieron en Tesalónica, hacia el año 6500 a de C., apareció un hombre al que llamaron Homero, con sus escritos, La Ilíada y la Odisea. Esas obras, de cerca de veintiocho mil versos, creadas en el siglo VIII antes de nuestra era, se convirtieron para el pueblo y para las autoridades, para los sacerdotes y los guerreros, en la fuente de la sabiduría. Con el paso del tiempo, en distintos lugares y épocas, y en diferentes idiomas, fueron consideradas “la fuente primordial de la que desciende toda la literatura europea, el portal hacia nuevas formas de pensamiento”, como lo escribió Peter Watson en “Ideas, historia intelectual de la humanidad”.

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“No hay nada que se parezca así sea remotamente a este espectacular logro”, afirmó Robert D. Downs en sus textos sobre los libros que cambiaron la historia de la humanidad. La Ilíada comenzaba con los versos “La cólera canta, Diosa, del Pélida Aquiles, maldita, que causó a los aqueos incontables dolores, precipitó al Hades muchas valientes vidas de héroes y a ellos mismos los hizo presa para los perros y para todas las aves (y así se cumplía el plan de Zeus) desde que por primera vez se separaron tras haber reñido el Atrida, soberano de hombres y Aquiles, de la casta de Zeus”. Aunque fue forjada probablemente en el siglo VIII antes de Cristo, algunos historiadores han sostenido que era del siglo VI. Narraba la historia de lo que sucedió durante 51 días del último y décimo año de la guerra de Troya. Durante siglos, la existencia de Troya, de la guerra y sus personajes, también fueron cuestionados una y otra vez.

Sin embargo, entre 1870 y 1890, Heinrich Schliemann descubrió algunos de los restos de la ciudad en el monte de Hisarlik, Turquía, y afirmó que los nueves niveles de la ciudad que había encontrado eran de la Troya de la Ilíada de Homero. Según su historia, escrita por su segunda esposa, Sofía Engastromenou, luego de que Schliemann hubiera fallecido en Nápoles de un ataque cardíaco en plena calle, su fascinación por Troya se había iniciado cuando a los siete años vio en uno de los tomos de la “Historia mundial para niños” una imagen en la que se veía una muy vieja ciudad ardiendo. Schliemann era un soñador, y para comprender la realidad de lo que le habían enseñado en su infancia, aprendió a hablar y a leer varios idiomas, para tratar de saber desde posibles fuentes lo que había y no había ocurrido, o por lo menos, lo que se había escrito sobre ciertos sucesos cuya veracidad, unas veces más, unas veces menos, solían ponerse en duda.

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En sus últimos años como adolescente, se enroló como camarero en un barco que iba hacia La Guajira, Colombia, pero que naufragó en el puerto de las costas holandesas. Schliemann se quedó en Amsterdam, aprendió inglés y francés, y empezó a trabajar como contador para un importante empresario de la ciudad. Cinco años más tarde era agente comercial de la casa alemana B. H. Schröder & Co, y trabajaba en San Petersburgo, Rusia, y en 1851 viajaba hacia los Estados Unidos para conocer de cerca todo aquello de lo que le habían hablado sobre la fiebre del otro, California, el lejano oeste, el progreso y la democracia. Allí multiplicó sus ganancias, hasta el punto de que a los 36 años tomó la irrevocable decisión de no volver a trabajar en lo que no le interesaba, o en lo que no lo apasionaba. Se retiró de los negocios, se casó con una rusa, Ekaterina Petrona Lyschin, y se dedicó a viajar por diferentes centros de excavaciones en Grecia, Turquía y Siria.

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De acuerdo con un artículo de Kim Martins, publicado en 2023 en la World History Encyclopedia, “En 1868 conoció a Frank Calvert (1828-1908), un diplomático británico expatriado cuya familia inglesa levantina poseía tierras en Hisarlik, incluida la mitad oriental del montículo de Hisarlik (la mitad occidental pertenecía al gobierno turco). Calvert estudió el lugar, excavó trincheras y estaba convencido de haber encontrado la Troya homérica, pero carecía de la financiación para realizar más excavaciones. Calvert invitó a Schliemann a cenar porque reconoció que el empresario alemán contaba tanto con una enorme fortuna como con una determinación feroz de encontrar Troya. Los dos hombres se embarcaron en una asociación y Heinrich Schliemann empezó las excavaciones en 1870”. Había viajado hasta Turquía con su segunda esposa, Sofía Engastromenou, entusiasta de las búsquedas y los posibles hallazgos.

En “Un verano con Homero”, Sylvain Tesson escribió sobre La Ilíada y La Odisea, y plasmó allí lo eterno de las dos obras y lo infinito de las palabras de Homero. “La Ilíada es el relato de la guerra de Troya. La Odisea narra el regreso de Ulises a su reino de Ítaca. Uno describe la guerra, el otro la restauración del orden. Ambos trazan el perfil de la condición humana. En Troya: la avalancha de las masas rabiosas manipuladas por los dioses. En La Odisea: Ulises circulando entre islas y buscando una escapatoria. Entre los dos poemas, una violentísima oscilación: maldición de la tierra aquí, posibilidad de una isla allá. Por un lado, el tiempo de los héroes, por otro, una aventura interior. En estos textos cristalizan toda una serie de mitos que, hace dos mil quinientos años, difundían los aedos entre la población de los reinos micénicos y de la Grecia arcaica”.

La guerra sucedió, según Homero y diversos vestigios, muy a pesar de los escépticos de rutina. Homero la relató cuando ya llevaba diez o más años. Rasgó y cortó. Hirió, e incluso, mató a alguno de sus héroes. En el capítulo IX preguntaba y se preguntaba: “¿Por qué los argivos movieron guerra contra los teucros? ¿Por qué trajo aquí a tantas huestes el Atrida? ¿Fue por la de hermosos cabellos, Helena?” La historia había empezado a escribirse muchos años antes. Incluso, antes de la existencia de Helena, cuando la diosa Tetis se casó en la cima del monte Pelión con un mortal de nombre Peleo. A la boda acudió Eris, “diosa malvada, campeona de la discordia”, en palabras de Tesson, quien le propuso a Paris, un muy joven pastor, que eligiera a “la más bella de las divinidades”, entre Atenea, Hera y Afrodita.

Paris escogió a Afrodita, y Eris le entregó a Helena, que por aquel entonces era la prometida de Menelao, el rey de Lecedemonia. Como lo escribió Tesson, la guerra estaba servida. Y como lo plasmó unas líneas más adelante, “Para el griego antiguo, la belleza del cuerpo es ese ‘sublime don’ baudelairiano, manifestación de la superioridad y expresión de la inteligencia. Sin embargo, la belleza puede resultar fatal, y la de Helena, hija de Zeus y de Leda, está envenenada”. Los aqueos no podían soportar que la mujer de uno de sus reyes se fuera con un troyano, más allá de que habían jurado ante los dioses que defenderían a Helena contra todo y contra todos antes de que Tindáreo eligiera a Menelao, hermano del rey de Mecenas, Agamenón. Según algunas versiones de la leyenda, la misma Helena había escogido a Menelao.

Los cantos de La Ilíada fueron conociéndose de viva voz durante siglos, presumiblemente, hasta que Homero los unió con sus propios apuntes. De pueblo en pueblo, y de generación a generación, fueron pasando de unos a otros. La copia más antigua de alguno de sus fragmentos que se ha encontrado data del año 150 después de Cristo, aproximadamente. Estaba escrito en un rollo de papiro de dos metros de largo, fue hallado por Giovanni Finati en la isla de Elafantini, situada al norte del Nilo, quien se lo vendió en 1821 a William John Bankes, un explorador inglés que viajaba por el Mediterráneo en busca de archivos históricos, y quien se preciaba de ser amigo de Lord Byron. Siete años atrás, en 2018, la Biblioteca Británica anunció que le había dado libre acceso al rollo, luego de que se hubieran terminado los trabajos de reestauración.

Los textos, partes del canto o del libro 24, narraban los lamentos de Aquiles por haber matado a su amigo Héctor en plena batalla, como lo habían determinado los dioses con su infinita crueldad, y estaban marcados por distintos signos de puntuación que les daban a entender a los lectores cómo se debían leer. Desde aquel rollo, hasta los libros de la actualidad, los expertos en el tema han calculado en más de mil ochocientas las versiones de La Ilíada. “La verdad de La Ilíada reside en su capacidad para describir y comprender lo humano, con independencia de que alguno de los acontecimientos del poema sucediera realmente”, escribió el historiador Robert Lane Fox a comienzos de 2024 en su libro “Homero y su Ilíada”, en el que aseguró entre tantas otras cosas que Aquiles era la más importante de las creaciones de Homero.

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Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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