Sentados en un sofá aparecen Guillermo Cano a la izquierda hablando y observando a su derecha a Gabriel García Márquez, que con un vaso de agua en la mano lo escuchaba atentamente por ser su jefe y amigo por muchos años. Hay complicidad, pero también la solemnidad de dos referentes que se interesaron y preocuparon siempre por promover la cultura en una Colombia que se fue extraviando entre las balas, las bombas y el miedo que estas despertaban.
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Además de haber alentado la aparición de García Márquez como cronista y de haberlo elegido para contar la historia que terminó en la publicación de Relato de un náufrago en las páginas de El Espectador entre entre el 5 y el 22 de abril de 1955, Guillermo Cano creó y defendió El Magazín Dominical, uno de los suplementos culturales que fue abriendo un espacio para que múltiples voces, historias y oficios coparan sus páginas. Incluso, en este presente inspiró a la nueva generación de periodistas que hacen parte del mismo diario: el Magazín Cultural es la sección que cubre arte, literatura, cine y demás temas relacionados con el arte y las ciencias sociales.
Guillermo Cano, liberal y democrático, es recordado por su cercanía con el periodismo judicial, también por el periodismo deportivo y su afición al fútbol -un asunto de herencia e identidad en su familia-, pero también por ese lado que no ha sido tan explorado y tiene gran relevancia en el mundo de la cultura: la literatura fue algo que siempre lo acompañó y prueba de eso fueron los más de 5.000 libros que quedaron en su biblioteca tras su muerte.
Para los homenajes, María José Medellín Cano escribió un texto aludiendo a otro que hizo su abuelo y que tituló “El abuelo que no conocí”, en el que cita a su mamá en el siguiente fragmento: “Recuerdo las idas a comprar libros, pues en un solo día podía adquirir hasta quince volúmenes, que luego leía uno tras otro en la finca de Fidelena, en su biblioteca personal o en su cama. Los libros fueron sus tesoros y alguna vez los definió como ‘un sedante para las mentes cansadas con los problemas cotidianos’”.
A Guillermo Cano Isaza se le recuerda por su valentía: le hizo frente al grupo Grancolombiano cuando este decidió golpear económicamente a El Espectador luego de que el diario revelara irregularidades de este gremio a través de fondos de inversión y de autopréstamos de los miembros de este con dineros de ahorradores. En un editorial conocido por muchos, llamado “La tenaza económica”, el entonces director del diario afirmó: “...No vendemos, no hipotecamos, no cedemos nuestra conciencia ni nuestra dignidad a cambio de un puñado de billetes. Eso no está dentro de nuestros presupuestos”.
También le hizo frente al narcotráfico, al mismo que lo asesinó. No le temió a Pablo Escobar y a los cabecillas de ese enorme monstruo que se fue devorando con sus tentáculos a la sociedad colombiana en todos sus rincones. No cambió uno solo de sus principios y hábitos por miedo o por presiones. Su familia lo recuerda como un hombre que nunca llevó las chivas, las preocupaciones y las discusiones de la nación a la mesa. Solo había algo que podía colarse en su vida personal: la cultura, la posibilidad de dialogar en torno a la historia, la literatura, el cine o la música.
Acertado resulta el comentario de la ministra de las Culturas, las Artes y los Saberes, Yannai Kadamani Fonrodona, en el texto El país de Guillermo Cano, en el que asegura que la figura del que fue director de El Espectador entre 1950 y 1986 nos permite hablar de “la libertad de prensa, los derechos humanos, el acceso a la información, el compromiso ético con la verdad, la necesidad de visitar con mirada crítica nuestra historia, entre muchos otros temas”.
En sus acciones, decisiones y palabras se reflejó la vida y obra de un periodista integral y polifacético, que no fue de saberes superficiales sino profundos, de un calado que le otorgó la disciplina, la curiosidad por el mundo, la condición humana, y la responsabilidad de saber cómo manejar el conocimiento y ofrecérselo a los demás.
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