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La libertad enjaulada (Cuentos de mochila)

Nos encargamos de otorgarle al fin de la cuarentena un aire romántico de mega film hollywoodense. Imaginamos a líderes del mundo proclamando el fin de la supresión de la libertad, abriendo nuestras puertas para correr hacia el sol y llenando las calles para abrazarnos como un grito de victoria sobre la amenaza invisible.

Natalia Méndez Sarmiento

11 de mayo de 2020 - 05:51 p. m.
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Día 18

Pensamos, por un instante, en la humanidad apaciguada de avaricia reconstruyendo con la consciencia a pleno, desde la felicidad de sabernos vivos y de haber sido testigos de un momento histórico que transformó la manera de relacionarnos con el entorno. Tuvimos la ilusión de un final de comedia en medio de una tragedia.

Aparentemente engañó el encierro a la mente y no fue más que una ilusión, pues la realidad dista de este romanticismo imaginario. Ni siquiera existe la certeza de un final.

Las puertas se están abriendo selectivamente y en cambio de libertad se respira incertidumbre.

Si está interesado en leer otro capítulo de esta serie, ingrese acá: El veci desponcha bicicletas (Cuentos de mochila)

Los aún confinados nos preguntamos cuándo llegará nuestro turno, y los desconfinados se preguntan cómo retomar la normalidad. Algunos salen con el miedo respirándoles en la nuca, otros con el peso de un tapabocas y los cálculos en la cabeza de la nueva distancia entre humanos, y otros con la desfachatez de sentirse invencibles y burlar cualquier asomo de ansiedad.

Se imponen nuevas normas y se hacen peticiones de consciencia. Desconfío de la humanidad y de la capacidad de respuesta que tenemos hacia las nuevas reglas. Algunos faltarán a ellas por inconsciencia y otros por física imposibilidad de llevarlas a cabo.

Las puertas abiertas no están decantando en lágrimas de felicidad y abrazos. En las calles de Berlín y en las calles de Brasil se manifiestan. Están los que piden libertad por el derecho a la misma, los que la piden porque tienen hambre y los que la piden porque no creen en la existencia de un ente invisible devorador de vidas. La misma libertad con la que nacemos de sentir y pensar como nos dé la gana, nos enfrenta entre humanos y no logramos llegar a un consenso: ¿la consciencia está en acatar las reglas o en desacatarlas?

Encerrados durante dos meses hemos pedido a gritos libertad, pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de ella?, no seré yo quien responda a semejante cuestionamiento, pero si diré que abrir las puertas para salir a producir y consumir desaforadamente no es sinónimo de libertad. Hacerlo, es regresar a la zona de confort en la que, bien o mal, nos sentíamos seguros aunque nos matara de agobio y de hambre. Porqué el hambre no ha sido culpa de la pandemia ni de la cuarentena, sino del despilfarro y del uso desequilibrado de los recursos económicos y naturales.

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Si stá interesado en leer otro texto de esta serie, ingrese acá: El instante previo (Tintas en la crisis)

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No estamos aprovechando esta oportunidad para reinventarnos, en cambio, estamos suplicando regresar a la libertad inventada por el sistema. Somos libres si tenemos dinero, somos libres si viajamos, somos libres si podemos manejar nuestro carro, somos libres si tenemos una casa, somos libres si tenemos una tarjeta de crédito, somos libres si podemos escupir, aunque le caiga la peste al otro. ¡Así que por favor devuélvanos la libertad enjaulada que así somos felices!, pedimos.

Si salimos en masa a relacionarnos con el entorno tal cual lo hacíamos tiempo atrás, y a activar la máquina demoledora cómo estábamos acostumbrados a hacerlo, nos quedaremos atrapados en este círculo de libertad enjaulada infinitamente.

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El final de mega film que supusimos hace dos meses, solo lo imagino posible si optamos por el camino de la aceptación y de la reinvención. Aceptar que lo que está sucediendo está fuera de nuestro control, y reinventar la manera en la que vivimos con o sin pandemia, porque evidentemente la línea que llevábamos no funcionó para salvarnos ni del hambre, ni de la infelicidad, ni de la muerte, ni del encierro.

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Por Natalia Méndez Sarmiento

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