A los 16 años, Jaime Enrique García quedó desempleado. La fábrica de armarios de metal donde trabajaba tuvo que cerrar por falta de materia prima, y, ante su condición de cesante, un vecino quiso ayudarlo a ubicarse. Fue así como llegó a La Linterna, un taller de impresión tipográfica dedicado a la elaboración de carteles que anunciaban algunos de los eventos de la agenda cultural de la ciudad, y desde entonces no ha salido de ahí. Eso fue hace más de 40 años y, aunque puede parecer bastante tiempo, en ese entonces las máquinas que tuvo que aprender a usar ya tenían mucho más que eso. Esta es la historia de un grupo de artesanos tercos que se negaron a dejar morir su trabajo cuando el mundo digital quiso acabar con ellos.
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Entrar a La Linterna es dejarse golpear por la pintura, no solo por el mundo de color que se abre ante los ojos de cada visitante, sino por el olor punzante que inunda la nariz y destempla los rostros de los menos acostumbrados a él. Los muros de este pequeño taller ubicado en el corazón del barrio San Antonio, en Cali, están cubiertos de piso a techo con algunas de sus obras representativas, como los afiches que homenajean a salseros como Héctor Lavoe, Jairo Varela y Celia Cruz (entre muchísimos otros) y los artísticos promocionales de algunas ediciones de la Feria de Cali. Latas de sopa, bicicletas, animales y más figuras adornan los más de mil diseños de la colección con la que el local atrae las miradas hasta de los más distraídos.
Allí, entre máquinas que respiraban un aliento prehistórico y botes de pintura fresca, nos estaba esperando Dilan Franco, quien desde hace seis años quiso adentrarse en este oficio y hoy se desempeña como maestro grabador y operario de máquina. Es el nieto del maestro Olmedo Franco, uno de los hombres con más kilometraje recorrido en el taller y que ahora, además, es uno de sus dueños. “Él me trajo referenciado para que hubiese en la familia una transmisión del conocimiento que él tenía, así que, desde entonces, estoy aquí recibiendo el legado de ellos”.
Habló en plural refiriéndose también a Jaime Enrique García y Héctor Otálvaro, quienes, junto a Olmedo Franco, se dieron a la tarea de salvar a La Linterna del olvido y les han enseñado a él y a los demás empleados del taller sobre este oficio artesanal. Nosotros, al igual que puede hacerlo ahora cualquiera que visite este punto de la ciudad, pudimos ver cómo funcionan estas máquinas que, a ojos de cualquier otra persona, ya habrían visto pasar sus días de gloria, pero que para quienes trabajan en este taller son un símbolo de resistencia a los implacables tiempos de la obsolescencia programada.
“Cuando yo entré, el taller era un poco más pequeño y solo contaba con dos máquinas. Ambas las habían traído de un periódico que se llamaba El Relator: eran una prensa tipográfica Marinoni, de 1870, y otra Reliance, de 1890”, contó García. En ese entonces estaban ubicados en la carrera 10 con 6, pero al poco tiempo de su llegada al taller se mudaron al local de San Antonio, donde ha funcionado desde entonces. Este fue uno de los primeros retos que el entonces joven aprendiz de impresor tuvo que enfrentar, pues el nuevo barrio era más que todo residencial, por lo que el ruido de las máquinas (con las que normalmente trabajaban en las noches) hizo que no fueran muy bien recibidos por sus nuevos vecinos.
Sin embargo, el negocio prosperó haciendo lo que mejor sabía: carteles que anunciaban todo tipo de eventos y promocionaban visitas a lugares diversos, un oficio que conservan hasta hoy. De hecho, cuando fuimos a visitar el taller, sobre una de las máquinas estaba el molde para una de estas piezas, que promocionaba un establecimiento que se ufanaba de ser “el mejor bebedero en Menga”. Fue así como se mantuvieron durante buena parte de su historia, pero, como la bonanza nunca es eterna, en 2016 se vieron al borde de la quiebra.
Sin clientes que les compraran sus carteles y ante la inminencia de las impresiones digitales sobre su trabajo artesanal, el taller estuvo a punto de cerrar sus puertas. De los 15 empleados que había en ese entonces solo quedaron tres: Olmedo, García y Franco. Pero, en medio de la desesperanza, un par de artistas llegaron a cambiar la cara de La Linterna y le dieron un nuevo aliento que los ha hecho sobrevivir. “En abril de 2017 llegaron dos jóvenes diseñadores, Fabián Villa y Patricia Prado, que vinieron a hacer un cartel de un amigo suyo y, cuando lo vieron realizado, dijeron que estaban ante un tesoro escondido. Ellos, al ver la situación en la que estábamos —porque en ese entonces llevábamos ya seis meses sin pago—, decidieron ayudarnos”.
La solución fue crear un sistema de bonos que se vendían a las personas para que después pudieran redimirlos por carteles impresos en el taller. Tocaron cientos de puertas y así, poco a poco, reunieron unos COP 500.000, con los que pudieron volver a comprar la materia prima con la que hicieron renacer su proyecto de vida. Muchas cosas más cambiaron desde ese momento, pero la más importante es que empezaron a trabajar con artistas locales que llenaron de color a La Linterna. Salseros, frases populares, personajes de películas y muchos más fueron poblando cada una de estas piezas y, con nuevos interesados en salvar este proyecto, los días de la crisis quedaron atrás.
En diciembre de ese mismo año aceptaron quedarse con las máquinas y se convirtieron oficialmente en los nuevos dueños del taller. Hoy en día siguen allí y ninguno tiene la intención de reemplazarlas. Estos vestigios del pasado seguirán siendo, hasta el fin de sus días, el arma principal con la que defenderán su oficio del olvido.