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El enigma indescifrable de sus notas aromáticas, que en cada grano confunden entre el caramelo y el chocolate, logrando perpetuar la elegancia mediante la cremosidad y la acidez; ¡qué cita deliciosa!
Desde 1972, Gustavo Leyva nombró la que 46 años después sería la base de los azahares con la producción más galardonada del país a nivel internacional; y un representante innato de la exclusividad, selectividad, excepcionalidad y preponderante tradición arraigada al bello suelo cuyabro.
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Cómo homenaje al seductor poder de la naturaleza, el ritual es preparado como una oda a la antigua Galia, aquel terreno que con su mutar a través de los decenios sería la ostentosa Francia, y a su vez, cuna de los mejores vinos. En inevitable símil, en adjetivo de calidad superior es ahora calificado el suelo de Bellavista a causa de los cafetales de la hacienda San Alberto.
Sin huir de la influencia del país galo, hacen del 'terroir' su aliado en la búsqueda de la perfección. El micro, macro y mesoclima que pueda tener cada lote, juega un rol de metrónomo en la composición a cinco compases para cada pergamino, empaque al vacío, tostión o molienda que sale del encuentro más sacro que afronta la más antigua divisa colombiana: nuestro café.
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Los caracteriza el equilibrio; la consistencia en la cúspide, fidedigno a cada reconocimiento; desprenden los sentidos de la tierra con aromas entre oro; museo del sabor, dentro de la historia precolombina; apología sensorial sumergida en la muralla que protege cada gota filtrada; espacio de notas cremosas entre los adoquines del norte capitalino. Bienvenidos a Café San Alberto.