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Leyendo a Marcela V. Díaz sobre los conflictos y el desarrollo en América Latina, muestra a Bolivia y a Ecuador como los países en donde más se lograron transformaciones jurídicas en la construcción de un Estado plurinacional debido a los movimientos políticos que llegaron al poder; me lleva a pensar que solo se logró evolucionar la distancia entre el aspecto diferencial, es decir, el racismo, el sexismo, la lgbtiqfobia, el clasismo, etc.
Pues ha sido demostrado en variadas ocasiones que generar leyes sin ser consecuentes con el consenso social no produce ningún cambio, además, que termina por delimitar el Deber Ser de ese diferencial, por ejemplo, en EUA, luego de la liberación de la raza negra en realidad, lo que sucedió fue que se legisló sobre el Deber Ser de las negritudes en torno al género, desde sus identidades hasta sus corporalidades.
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En la Constitución política del 91 en Colombia también hay varios artículos hablando sobre la protección y el reconocimiento de las comunidades indígenas, negras y las lgbtiq, varias sentencias que han marcado precedentes, sin embargo, en Colombia no hay una verdadera educación sobre estas, lo que produce que los actos blanquizados y cis-heterosexuales se sigan repitiendo entre generaciones, por ejemplo, se ha demostrado que legislar sobre la protección a las mujeres trans en ciertos espacios como los baños no genera ningún efecto, pero sí la educación de identidad de género y sexualidad, además, Ochy Curiel muestra en su libro La Nación Heterosexual, cómo la carta magna del país está constituida en la protección de la familia tradicional y de la mujer cis-género (vista desde un cuerpo y no como un ser de ideas).
También, reconocer la lengua, la cultura, creencias y territorios sagrados de los indígenas nos permite verlos como comunidades que se comportan diferente, entonces, suceden cosas como: en las manifestaciones de abril en donde políticos ordenan a la Minga volver a su “hábitat natural”, como si fueran animales, o nominalizaron a los citadinos como únicos ciudadanos y a los indígenas como grupos apartados que conviven con la nación colombiana.
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En torno al lenguaje de las comunidades también las transformó, las tribus africanas y latinoamericanas precolonización no tenían una diferenciación ni nominalización que cubrieran el género o la existencia de razas para jerarquizarlas y darles un orden determinado, su orden, era funcional en tanto la superviviencia de sus grupos.
Asimismo, la alta centralización que maneja el país, constituye imaginarios negativos segregantes como ver a las mujeres caribeñas como vulgares o prostitutas, por sus acentos, cuerpos y formas de verse, a los hombres por pobres, sucios, perezosos, violentos y demás, igual, para las mujeres y hombres del pacífico y esto solamente desde un contexto heterosexual, pues en las demás identidades de género el problema es mayor.
Lo que me lleva a contemplar que en Colombia no ha existido una negligencia estatal, sino que es la presencia completa y dura de un Estado racista, clasista y patriarcal, que ve los efectos diferenciales del Ser humano como diferencias evidentes que deben tener un trato distinto, fuera del concepto de Nación. Violencias y agresiones que se dan desde nuestra cotidianidad y van permeando todas las instituciones. Un problema que se extiende incluso por un Estado plurinacional, lo que demuestra el fracaso de la multiculturalidad, porque hemos intentado adoptar grupos diversos sociales en los cuales recluimos a espacios específicos para que no interrumpan con los valores y formas de ser hegemónicas.
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