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La nostalgia se deja escuchar

En Colombia, la crónica sobre los géneros musicales ha contado con cultores como Alberto Salcedo Ramos en el caso del vallenato y César Pagano en la salsa y el bolero.

Juan Guillermo Álvarez Ríos
06 de noviembre de 2022 - 11:26 p. m.
Édison Marulanda, autor del libro "Si he sido vida fue por darte a ti la vida. La balada entre besos y voces".
Édison Marulanda, autor del libro "Si he sido vida fue por darte a ti la vida. La balada entre besos y voces".
Foto: Archivo pa

La balada extrañaba ese tratamiento, por lo que Si he sido vida fue por darte a ti la vida, de Édison Marulanda Peña, no solo viene a ser su roman, sino también el aleph en el que cada lector-oyente puede reconocer flashbacks de su propio periplo en el multiverso cuántico de la música lenta a partir del Bildungsroman del propio autor. Se nos introduce en el capítulo inicial, llamado “Autorretrato”, a los orígenes en sepia de su ritual con la radio, pasando por un variopinto abanico de exponentes: Jerónimo, Franco Simone, Lorenzo Santamaría, la inglesita Jeanette, Miguel Bosé, Juan Bau, Paloma San Basilio, Víctor Manuel, Luis Ángel, Nilton César, Leo Dan, que el azar y la necesidad a partes iguales han puesto a tiro del reportero.

Marulanda los acomete en el texto para ofrecer un collage dramático de la canción de amor que, paralelamente, corre con la radiodifusión colombiana desde los adalides (“¿Cuánto le debe la balada a Gonzalo Ayala?” p. 241) que diseñaron el pénsum de la educación sentimental de nuestra generación, hasta los programadores de franja que llegaron a urdir el mote de “música para planchar” y señalaron su venida a menos.

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Como todo lo que refleja un destino personal y recoge una vida, este libro encierra las grandezas y miserias de una época pretérita, pero no clausurada en las voces de algunos de sus protagonistas, su trato con su público, las impresiones de sus países de origen, de Colombia y del mundo, algún rasgo que los caracteriza, su trayectoria y sus hits, desde el primor puntual de hechos y descripciones, consignados con un rigor periodístico que se mezcla con variados recursos narrativos, con la anécdota al oído y pinceladas de un saludable humor cuyo origen me consta.

Así, entreverado con el estribillo de alguna canción, cada entrevista, perfil o crónica de este libro nos conduce a encender las ascuas de una grata nostalgia: la canción lenta seguirá viva en tanto exista un acervo de oyentes dispuestos a demorarse en las entrañables fórmulas que guardan el sentimento vero. Seguirá viva mientras haya quien insufle vida en esas notas que caldean el alma.

El todo, este libro es más que la suma de sus partes: Édison Marulanda es la voz y el verbo, la memoria viva de la canción de amor, y eso no solo permea cada fragmento de su escritura, sino que resuena en el oído del lector y le sugiere entre líneas nuevos hallazgos que dilatan el placer de su lectura, como cuando explica que Franco Simone no es un cantante para triunfar en San Remo o cuando menciona que algunos otros obtuvieron su reconocimiento más perdurable en la posteridad, lo cual ya nos trae a la mente a la RAI, el festival y sus tardes de eliminatorias, a Mina Mazzini (que tampoco era una típica “ganadora” de San Remo), a Luigi Tenco y su trágico final. Es decir, el libro encierra felicidades instantáneas y otras que pueden llegar con la relectura. Sin pretenderlo, Si he sido vida fue por darte a ti la vida nos provee claves para explicar la enigmática supervivencia de la canción de amor en una época signada por la extravagancia de todos y el pragmatismo de la industria.

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Édison Marulanda entiende que toda lectura es un viaje personal, un ejercicio de la imaginación, así que propone a sus lectores una aventura multidimensional, valiéndose de un encuadre amplio que se dilata y se contrae alternadamente desde la epifanía frente al transistor de su tía abuela paralizada por una artritis erosiva, en el pueblo que debe abandonar para acceder a una oportunidad de educación en una ciudad. Su propuesta engloba ricos paralelos entre aldea, ciudad y mundo, micro y macrocosmos, trabajo y pasión, tradición y tecnologías, con la metáfora del viaje, su partida y sus metas provisionales, la radio y la escritura.

Desde el principio de esta aventura textual, la amistad (en una generosa dedicatoria) acompaña el río de la vida. Ya se trate de un personaje casi anónimo como Hamilton, el tabernero coleccionista de vinilos autografiados, o de un personaje de Carver o de Bolaño, o de una voz a la altura de Nino Bravo (“Juan Bau, cuarenta años cantando al amor”, p. 131), no soltaremos el hilo conductor que se extiende por estas páginas mientras la sístole del amor y las canciones en las que viaja aviven nuestra ilusión.

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Por Juan Guillermo Álvarez Ríos

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