El Magazín Cultural

La película de Jorge Ortiz

En la galería La Balsa Arte de Medellín está abierta al público, con entrada libre, “La idea y el objeto”, exposición en la cual los visitantes pueden apreciar la obra más reciente de Jorge Ortiz.

Daniel Grajales T.
26 de enero de 2019 - 02:00 a. m.
La exposición “La idea y el objeto” irá hasta el 8 de febrero. / Cortesía La Balsa Arte
La exposición “La idea y el objeto” irá hasta el 8 de febrero. / Cortesía La Balsa Arte

“La torre”, una apología a la imagen cinematográfica

El artista y cineasta Sebastián Múnera (Medellín, 1989) es, por encima de cualquier cosa, un ser deseante de imágenes, pues la manera en que opera su pensamiento es la del montaje mismo: su cabeza no para de articular formas visuales. “La torre” (2018), película que escribió y dirigió, es producto de sus experimentos con el lenguaje cinematográfico. Allí decididamente trocea el tiempo y nos introduce en el espacio fascinante de una biblioteca en ruinas. Su excusa: hacer del cine un delirio en el que tres personajes se entrecruzan y deambulan entre la realidad y otra dimensión imposible de nombrar. En 2004 la Biblioteca Pública Piloto de Medellín fue víctima de un atentado terrorista que dejó como evidencia una única imagen fotográfica, esta es la premisa que da origen a “La torre”: “Construí una ficción al margen de esa fotografía. Toda la película busca señales sobre esa imagen y —con ella como pretexto— exploré diferentes estados de la imagen en sí misma: en el rodaje, perseguí la forma en la que la luz habita el interior del espacio (…) y, perseguir la luz es perseguir la imagen”, expresa Múnera sobre su hazaña.

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Cincuenta años antes de la revolución que es hoy Instagram, el artista antioqueño Jorge Ortiz (1948) ya se había aventurado a decir, con conceptos, objetos e ideas, mucho más de lo que las fotos podían mostrar. Luego de pasar algunos años detrás de las lentes, encuadrando con una mirada particular paisajes urbanos o la naturaleza, decidió fundir su cámara y, entonces, su obra cambió por completo.

Todo comenzó en 1976, cuando Ortiz estudiaba Diseño en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, ya que decidió capturar el cableado eléctrico de las ciudades colombianas viajando con su camarita de cajón. De ello salió su serie “Cables”.

Después, en 1979, hizo “Boquerón”, una producción de fotografía que capturaba el cielo, con disparos cada cinco minutos, hablando del tiempo, del paisaje que cambia, de la naturaleza.

Ahí acabó su rol como fotógrafo tradicional, la cámara quedó inmortalizada en bronce, fundida, cual escultura madre de dos series monumentales, dando paso a una experimentación con los materiales y objetos fotográficos, con conceptos, una manera particular de reflexionar sobre el oficio mismo, como se ve en la exposición “La idea y el objeto”, abierta al público hasta la primera semana de febrero en La Balsa Arte (antes Galería de La Oficina), en el barrio El Poblado, de Medellín.

Como explica en una de sus investigaciones la maestra Melissa Aguilar, curadora y docente universitaria, lo importante en el trabajo de Ortiz, con el paso del tiempo, es que “la imagen fotográfica poco a poco empieza a diluirse en una pregunta cada vez más compleja por los elementos que la hacían posible: reveladores, fijadores, luz, oscuridad; hasta el punto en que dejan de ser parte de un proceso técnico —es decir, medios para llegar a un fin— y se convierten en agentes, soportes y finalidad misma”.

En otras palabras, en vez de ver a un fotógrafo hacer planos y revelado, de ir a ver fotografías, cada exposición del maestro es una cita con el arte contemporáneo, con un trabajo conceptual pionero en el país, como lo es pensar la imagen desde una poesía propia, una carcajada constante y elementos críticos para entender la realidad.

“La idea y el objeto”, muestra abierta y sin cobro de ingreso, motiva a que los ciudadanos y visitantes vean en Medellín creaciones que “son eventos, circunstancias, obligando a pensar que antes de la foto hay un montón de cosas: la cámara, entonces tiene fuelles, las cubetas, el cuarto oscuro, todo va al manejo de la luz”, como explicó en vida el curador Alberto Sierra, quien durante cuatro decenios y medio fue el galerista de Ortiz.

Se trata, pues, de obra reciente que entreteje, cual antología, la coherencia conceptual y estética del dueño de obras como “Foto-grama”, instalación en la que una fotografía y un pedazo de grama (de césped) descomponen este concepto propio de la fotografía. Tres salas de La Balsa Arte contienen el trabajo de Ortiz presentando, en la primera de ellas y más amplia, la instalación Mi película (2018), elaborada en papel, que presenta frases relacionadas con el oficio de la fotografía como “difícil-fácil” o con sus trabajos pasados como “nube-boquerón”. Luego, un espacio presenta objetos que el creador ha usado para hablar de temas que le interesan como lo que hay detrás de la imagen, teniendo piezas que con efectos como el de la luz van variando de color. Ya en una sala final están enmarcados trabajos de la serie de la primera sala, contenidos, descolgados de la pieza única que es su instalación.

“Son prácticamente cincuenta años de trabajo. Yo diría que mi reflexión tiene que ver con una idea muy distinta de lo que es la fotografía”, narra el artista, quien explica que esta técnica artística “es realmente tener otra mirada, otra lectura y que la cámara ni los medios fotográficos, ni las técnicas fotográficas respalden un concepto; porque la idea mía con la fotografía es básicamente la luz, el espacio y el tiempo, y eso quiere decir el azar, y eso quiere decir el accidente”.

Cuando se aprecia con detenimiento la exposición, el espectador podrá encontrar una película, porque La muestra, dividida en fotogramas, cuenta una historia: “Es mi película de la fotografía, es lo que me ha tocado a mí en 36 palabras, lo que hice fue resumir cuál es mi concepto sobre la fotografía. Además, es muy interesante resolver ese problema gráfico que es la fotografía con la escritura, entonces la escritura también, de acuerdo a como está planteado el contexto de las 36 palabras, es una fotografía con imagen y sin imagen”, afirma el autor.

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Para hacer cada pieza que integra la obra, Ortiz regresó a una técnica ancestral como lo es el grabado. Son intaglios, explica la arquitecta Clara Arango, coordinadora de La Balsa, dejando claro que se trata de “tallar, de generar relieve sobre el papel, con una prensa de grabado, que se logra poniendo unas piezas de madera sobre la prensa, mojando el papel de algodón un tiempo, hasta que tiene una plasticidad, para luego tallar la imagen sobre el papel. El intaglio se vuelve una fotografía en sí mismo, porque es la luz la que revela la imagen”.

En palabras del artista Luis Carlos Muñoz, amigo de Ortiz, se debe valorar cómo en su trabajo se da “el manejo del tiempo y del espacio a través de sus ideas, a través de sus propuestas, yo diría que pictóricas, porque de alguna manera Ortiz abandona la fotografía y hace de la fotografía pintura, más pintura que fotografía, hace unas lecturas del espacio y del tiempo”. Álvaro Marín Vieco, pintor abstracto, aporta que la belleza, lo bello, está presente en el cuidado de Ortiz por cada obra, en cuanto “le da la vuelta a lo objetual, sin perder la estética, sin complicaciones, por lo que es el más claro de los artistas, así la crítica todavía no lo entienda, porque les falta verlo más y profundizar”.

El dibujante Óscar Jaramillo, a su vez, enfatiza que Ortiz no tiene como resultado la foto, sino el proceso. Rescato que para él es fundamental el oficio; no lo ha descuidado, como es habitual en nuestra generación".

Finalmente, Jorge Ortiz cuenta que quiere llevar a Bogotá, por primera vez, obras suyas hechas a color, pues siempre se ha interesado por el blanco y negro o las oxidaciones con químicos fotográficos en tonos grises. Él espera regresar pronto a las aulas, volver a ser docente universitario, un profesor que da clase de fotografía sin cámara, porque su película es la luz, el espacio, la idea, la alquimia.

Por Daniel Grajales T.

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