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La pequeña patria y los símbolos de Hollman Morris

Presentamos la primera entrega del especial sobre los candidatos a la Alcaldía de Bogotá y su relación con la cultura. Neruda, Italo Calvino y Kapuscinski son algunas influencias del representante de la Colombia Humana.

Andrés Osorio Guillott

27 de octubre de 2019 - 11:09 a. m.
Hollman Morris, candidato a la Alcaldía de Bogotá por la Colombia Humana, leyendo a Italo Calvino. / Nicolás Achury
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“Uno siempre vuelve a Neruda. Dependiendo de la tarde, dependiendo del amor o el desamor, uno vuelve a Neruda”, decía Hollman Morris mientras buscaba en la biblioteca de su casa el mismo libro de poemas al que no solamente él sino muchos de nosotros acudimos cuando sabemos que en los versos de siempre está la trinchera, está el bálsamo, está la melodía que imita el balanceo de una balsa en medio del mar.

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Antes que candidato a la Alcaldía y concejal de Bogotá, a Morris muchos lo recordamos por Impunity, el documental que realizó junto a Juan José Lozano y que se estrenó en el 2011 como evidencia del fracaso de la Ley de Justicia y Paz del gobierno de Álvaro Uribe con los grupos paramilitares, agentes del conflicto armado en Colombia y uno de los sectores que más recrudecieron la guerra por medio de torturas, desapariciones forzadas y muertes violentas.

“Recorriendo este país, en un momento me di cuenta de que no me bastaba con contar historias en Contravía, que era mi espacio de televisión periodístico, sino que ya había una historia. O llegan momentos en la vida como periodista, como cronista, andando este país, que le hacen a uno un nudo en la garganta. Usted hace un minuto, dos minutos, treinta minutos, y le sigue quedando ese nudo. No ha podido liberarse. Y eso me pasó con Impunity. La historia de Impunity es haber acompañado a decenas de víctimas a exhumar fosas comunes en este país. Me di cuenta de que no eran suficientes los treinta minutos de Contravía y que tenía que desarrollarlo en un gran formato para que impactara y marcara la memoria del país”, cuenta el candidato a la Alcaldía de Bogotá por la Colombia Humana.

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Morris estudió comunicación social y periodismo en la Universidad Javeriana de Bogotá. Vivió en el sector de Galerías, ese barrio que precede al estadio Nemesio Camacho El Campín y al cual proclama como su pequeña patria, haciendo alusión a la poesía de Neruda. Creció bajo la influencia de su tío poeta, Pedro Manuel Rincón. El complemento del sonido terso del verso en máquina de escribir y de las melodías de un piano lo condujo a la poesía, a un gusto especial por la literatura y también por la música clásica, esa que escucha en las noches para relajarse y que le recuerda que si no hubiera tomado el camino de la política y la defensa de los derechos humanos estaría en tarimas tocando, entre otras piezas, los conciertos para piano de Tchaikovski.

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“Uno en diferentes etapas de la vida tiene música. Hoy, en esta etapa de la vida, es recurrente volver a Fito Páez con esa canción de Vengo a ofrecer mi corazón. Papá, cuéntame otra vez es una canción de un compositor español que es la historia de la revolución de los 60 y de los sueños que se fueron y se frustraron. Mercedes Sosa. Y en los clásicos digamos que también me gustan mucho Haendel, Beethoven, pero eso ya en determinados momentos de la noche”, dice Morris.

En su biblioteca guarda algunas reliquias que lo son por las firmas que llevan dentro, por las anécdotas que hay detrás. Sin embargo, más que los libros presentes, le angustian los libros ausentes, los que están en la casa de sus hijos, los que siempre le han recordado el valor de luchar, de resistir y de poseer la esperanza de mundos mejores.

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“La relación con los libros, la cultura, el cine y el documental ha sido una experiencia de toda la vida. Antes que nada soy periodista, un defensor de derechos humanos. Y desde el periodismo soy un cronista. El género que yo adopté, y con el que me siento a gusto y cómodo, es la crónica. Y para hacer buena crónica o cometer buena crónica hay que leer bastante”, comentaba mientras insistía en la búsqueda de libros que narraran su pensamiento, sus reminiscencias y sus propósitos en la vida.

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Aquella tarde leyó La ciudad y los signos de Italo Calvino, para hablarnos de lo que no vemos de Bogotá, de las muchas Bogotás que existen y de cómo esas pequeñas ciudades están sumidas en alegorías de esquizofrenia y desasosiego. Nos leyó a Neruda y recordó que la obra de Germán Castro Caycedo, los libros de Mark Twain, Fernando González, William Ospina, el profesor Hermes Tovar Pinzón, de la Universidad Nacional, y el informe del Centro de Memoria Histórica escrito por Gonzalo Sánchez son textos a los que está permitido retornar y hablar para no olvidar las ilusiones y la esencia de unir fuerzas para construir comunidad.

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“Una vez, en un taller único e irrepetible, estábamos con Kapuscinski y García Márquez leyéndonos sus crónicas. García Márquez decía que él aprendió a escribir, en parte, leyendo a Kapuscinski. Y Kapuscinski decía que García Márquez tendría que haber nacido primero que él. Entonces, por las tardes, en ese taller pasaba Carlos Monsiváis, filósofo mexicano, irreverente, genial. Una vez dijo una frase que nunca se me va a poder olvidar. Dijo que él había tenido muchos amigos brillantes en la vida, pero que nunca se dieron el permiso de la locura y se echaron a perder. Eso para decirnos que debemos darnos licencia de locura, que hay que reivindicar la locura, y a mí me gusta eso. La locura es ser irreverente, es darse licencia de pensar más allá, de pensar en grande, de pensar que otro mundo es posible. Esa es una locura. De pensar que el mundo en manos de estos que llaman inteligentes termina en guerras todos los días. Los locos pensamos que una humanidad puede ser posible, donde todos los mundos quepan puede ser posible. Eso me lo decía Marcos, el subcomandante Marcos, en 1996, debajo de una gran ceiba en Chiapas, en una comunidad indígena tojolabal que se llamaba La Realidad. En esa época acababa de salir un librito que se llama El perfecto idiota latinoamericano, cuya tesis prácticamente es que en Latinoamérica no podemos soñar un mundo mejor. Entonces Marcos me decía: ‘Y mire el mundo en manos de quién está y cómo está: un mundo inequitativo, un mundo donde las riquezas están en manos del 30 %’. Y me enseñó lo siguiente y lo reivindico desde la política. Me decía: ‘Hollman, ¿uno por qué da la vida? ¿Qué vale la vida de un zapatista? La vida de un zapatista no vale un ministerio, no vale un puesto’. La vida de un hombre, de una mujer, no vale ni un puesto ni un ministerio, la vida de un hombre y una mujer como la de aquella tarde zapatista vale cambiar el mundo. Y en el caso de Colombia, vale cambiar el país”, concluyó Hollman Morris.

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Por Andrés Osorio Guillott

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