“La poesía clásica ha muerto”: Armando Madiedo
La dualidad verso-prosa es el sello narrativo del poeta, así como la soledad y las cicatrices por un amor fallido son los temas transversales a sus escritos.
María José Noriega Ramírez
Armando Madiedo, poeta barranquillero, cuenta que su amor por la lectura y la escritura viene de cuando era niño. La biblioteca, desde entonces, ha sido su refugio y gracias a las horas que ha pasado entre libros logró conocer, desde un principio y entre muchos otros, los versos de José Asunción Silva. A partir de ese momento, se enamoró de la poesía y así ha sido hasta el sol de hoy.
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Armando Madiedo, poeta barranquillero, cuenta que su amor por la lectura y la escritura viene de cuando era niño. La biblioteca, desde entonces, ha sido su refugio y gracias a las horas que ha pasado entre libros logró conocer, desde un principio y entre muchos otros, los versos de José Asunción Silva. A partir de ese momento, se enamoró de la poesía y así ha sido hasta el sol de hoy.
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Siempre vinculado al mundo artístico, Madiedo, desde que cursó el bachillerato en la Escuela Normal Superior La Hacienda y con la educación complementaria en la misma institución, ha fortalecido su amor por la literatura. Las clases de pintura y de teatro, en menor medida, y las de música, con algo más de influencia, terminaron por acercarlo al mundo de las letras e historias. Pero quizá la cátedra Gabriel García Márquez, durante su formación complementaria y con la que se adentró a estudiar el nadaísmo en Barranquilla, lo acercó aún más al universo de los versos y las estrofas. Esto lo llevó a investigar la poesía de Gonzalo Arango y Fernando González.
Fue en la Escuela Distrital de Artes, gracias a Luis Mallarino y Oswaldo González, donde su gusto por la literatura se consolidó. A través del primero, conoció a Margarita Galindo, premio nacional de poesía, quien lo incitó a escribir con disciplina versos propios. En el taller literario Ojo de Agua, que ella dirige, conoció a Rosa Peñaranda, su madrina literaria. Luego, coincidió con Antonio Silvera, poeta y profesor. Así, “las exploraciones artísticas me llevaron a conocer a personas que tenían mis mismas afinidades literarias”.
“Vengo a contarles del pasado vestido de gala / de las astillas que guardo en mi piel / y del dolor que causa sacarlas en forma de palabras. / El tiempo me ha forjado con sangre al besar el cemento, / con la fuerza de partir contra el piso los deseos / como una figura de hielo”. Así empieza el libro Llegué tarde a todo, un poemario en el que la soledad, el amor que no pudo ser y las cicatrices que quedan en el alma son temas transversales. Los versos de Madiedo no pueden ocultar eso, pues “es inevitable no escribir sobre los fracasos amorosos”; además, el ser humano, por naturaleza, vive en soledad. “Al final siempre estamos solos, pero el hombre le teme a eso”.
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El libro es la compilación de unos poemas que ni el mismo Madiedo sabía que tenían el potencial para ser parte de un mismo poemario. Fue con la guía de Fabio Rodríguez Amaya como se dio cuenta de que tenía entre sus manos un libro de poesía. Así comenzó un proceso de depuración y edición de las docenas de versos que tenía almacenados y que guardaban entre sí una relación de estrecha melancolía y soledad. “Construí sobre ruinas del pasado. / Olvidé hacer polvo sus cristales rotos / y me esperaron todo el camino. / Estoy sobre cenizas que arden / mientras juego a curarme cicatrices / con el filo del día a día, / y nunca fue la mejor receta. / Esperé ver florecer la primavera, / pero la incendié ante la primera espina / y corrí desesperado hasta el infierno / a ver descender con encanto de niños / un anhelo que se perdía. / Ahora eres la causa de que no sepa dormir / del lazo izquierdo del colchón, / un disfraz de heridas / el vicio de mal creerte, / de mal quererte, / un espacio vacío, / una sonrisa en una foto, / el sueño inconforme”.
Para Madiedo, la poesía clásica ha muerto y lo que antes solo se escribía en verso, ahora se lee en prosa. Él recuerda que Jaime Jaramillo Escobar escribió en Método fácil y rápido para ser poeta que “el verso ha sido el refugio tradicional de los malos poetas, los falsos poetas, los poetas mediocres”. Quizá por eso es que el poeta barranquillero ha optado, como estilo personal, por explorar las dos formas de hacer poesía. Su libro Cassette para el olvido es muestra de ello. En él, la prosa y los versos se unen en un mismo relato.
El libro narra una misma historia desde dos perspectivas: la del hombre, en el lado A, y la de la mujer, en el lado B. “Quería dejar claras las dos visiones. Así, cada historia de un lado encuentra su complemento en el otro. Como la escritura es un medio de catarsis, yo quise contar una historia desde los dos lados”. La narración es una prosa poética. Cada bonus track, que corresponde a un poema, está acompañado de un cuento.
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BONUS TRACK I
Quise hacer, trazo a trazo, un
autorretrato de mi inocencia
ajeno a todo el fracaso de la mocedad,
pero la virtud de mi mano hizo
un bodegón,
el claroscuro de un escorzo,
la inevitable procesión mortuoria del pudor.
Esto que avanza hacia la noche
es un esfumato,
el resultado de un grabado en
plancha,
un collage inútil de emociones.
Del lado B se lee:
BONUS TRACK VIII
Si llegara a la puerta al amanecer
con las palabras rotas como cadenas,
dejaría que pasara al círculo de
sombra al que pertenece.
Somos la ceniza agonizante,
la frágil oscuridad que seduce
para olvidar la íntima soledad.
La dualidad de los seres humanos fue el punto de partida de la escritura de Cassette para el olvido. El libro, precisamente, es un juego entre masculino-femenino, prosa-verso.