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La poesía se puede tocar: el efecto de nuestro afecto por las cosas

Inti Guevara cree que la poesía es táctil: cuando el objeto se reconoce como parte del proceso creativo que implica el libro, los versos se alteran, se escuchan, se huelen.

Laura Camila Arévalo Domínguez

17 de noviembre de 2025 - 04:34 p. m.
Algunas de las ilustraciones que acompañan los libros editados por Volcán ediciones, a cargo de Inti Guevara. .
Foto: Ilustración de Leandro Rodríguez
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En la esquina de la habitación está el bastón de mi abuelo, que murió en 2019. Y es como si ahí siguiera él, cuidando el sueño de mi abuela. Ya no es bastón... o no es solo eso. Es como si mi abuelo, que encontró un poco más de firmeza con ese palo alargado y adornado, hubiese adquirido otro cuerpo. Mi abuelo se convirtió en bastón, en mesa de noche y en esa mecedora en la que se sentaba a ver noticias. Porque todo lo que fue de él evoca su figura y prolonga su huella.

Y de eso hablamos con Inti Guevara, que no pretende glorificar el amor por lo material, pero está convencida de que las cosas funcionan como símbolos de nosotros mismos, y que darse cuenta de que ese afecto por las cosas tiene un efecto en nuestra cotidianidad.

Artista plástica, editora y creadora de Volcán Ediciones y del Taller Editorial El Bosque, Guevara trabaja en los bordes entre arte, libro y poesía. Su práctica parte de una convicción: los libros no solo se leen, sino también se tocan, se despliegan, se escuchan. En su voz, la palabra “objeto” no es una categoría técnica, sino un modo de encuentro. “Mirar también es tocar”, dijo.

El 13 de noviembre, Inti Guevara contó, en una charla llamada “Poesía táctil”, cómo es que habla con las manos. En este espacio explicó cómo un libro puede convertirse en una extensión del cuerpo, así como el bastón se convirtió en otra pierna de mi abuelo. Para ella, el libro es una experiencia táctil que despierta los sentidos antes que las ideas. No parecía que estuviese presentando un proyecto editorial, sino contando un viaje íntimo: el de una artista que encontró en la materialidad una forma de hacer poesía.

En el auditorio Germán Arciniegas, de la Biblioteca Nacional, Guevara mostró sus libros intervenidos —cuadernos que respiraban, papeles que se abrían como flores—, y habló de Poéticas recobradas. El proyecto, realizado con la Biblioteca, reunió algunos de los versos de poetas como sor Francisca Josefa del Castillo, Aurelio Arturo y Jorge Gaitán Durán. Cada pieza fue un homenaje sensorial y un diálogo material con la palabra.

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Abrió cada librito, que se creó pequeño con el objetivo de sacar la poesía de la casa, del estante, y pasarlo por las calles y los sitios y las manos que también se relacionan con nosotros, darle una suerte de vida propia. Si se arruga, si se dobla, si se moja, qué importa, esas serán sus cicatrices: el testimonio de que algo le ha pasado, de que ha vivido.

De esa manipulación del libro en vivo, los que estuvimos ahí vimos cómo se desprendieron los poemas a través de papelitos de colores, formas en 3D y dibujos que le daban otra vida a cada verso, que alteraban ese texto que nació como una cosa y se transformó en otra al encontrarse con la retina del lector.

Vimos que, además, ese libro que ella nos mostraba estaba en una constante metamorfosis: podía ser afiche, pero también minilibrito del libro grande, o cuadro en una pared o ventana de ese universo que fue el poeta.

En cada ejemplar, los poemas conviven con trazos, collages, texturas. Los dibujos fueron hechos por artistas de distintas regiones, y el resultado fue una constelación de gestos: el poema ya no estaba solo, se reescribió visualmente.

Su manera de editar desafía la noción industrial del libro. La imprenta no es un punto final, sino parte del proceso creativo. Guevara colabora con prensistas, encuadernadores y artistas que trabajan manualmente, sin repetir nunca el mismo ejemplar. Sus libros son objetos irrepetibles, cargados de accidentes felices. “Me interesa mucho el error, porque revela humanidad. Creo que con la inteligencia artificial el error será cada vez más valioso: demuestra que hubo una mano humana. Equivocarse no está mal; los procesos también son parte de la obra”.

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Esa reivindicación del error, de lo artesanal, no es nostalgia: es una forma de resistencia. En tiempos de pantallas y algoritmos, Guevara busca devolverle cuerpo a la experiencia estética y el encuentro con los lectores se ha convertido en una prolongación natural de esa búsqueda. En Poéticas recobradas, los libros no son solo para leer. Quien los abre debe desplegarlos, moverlos, exponerse a su textura y su peso.

Para Inti Guevara, publicar un texto es “darle cuerpo”. Sus ediciones son pequeñas ceremonias de permanencia: cada hoja doblada, cada tachón, cada color elegido, es una manera de afirmar que la poesía no muere cuando se imprime, sino que vuelve a nacer cada vez que alguien la toca. Su fe en lo manual no es conservadora, sino vital.

Usted habló de “tocar la poesía”. ¿Cuál ha sido la retroalimentación de los lectores que ya han tenido la experiencia con estos libros y cómo descubrió que ese contacto iba a cambiar su relación con la literatura y con los objetos?

Creo que justamente esa experiencia del contacto es esencial. Mirar también es una forma de tocar. Hay un teórico de la imagen que dice que la percepción visual es tocar la carne del mundo. A veces le damos demasiada importancia a la experiencia racional, pero lo táctil es fundamental.

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¿Cómo fue la elección de los poetas y poemas para cada libro de Poéticas recobradas? Y, sobre todo, ¿cómo rompió las reglas académicas para crear objetos únicos, irrepetibles para cada lector? Y se lo pregunto porque, además, usted es docente, y en la academia hay mucho de estructuras, manuales, pasos a seguir…

Fue un proceso muy libre. La Biblioteca me dio la posibilidad de proponer y experimentar. Al trabajar con poesía, podía dejarme llevar por los colores, los materiales, la textura. Pensé en un color para cada poeta: el amarillo para sor Francisca, por su fuego interior; el rojo para Jorge Gaitán Durán, por su pasión; el verde para Aurelio Arturo, por su naturaleza. Luego trabajé con dibujantes para que sus trazos también dialogaran con los poemas.

Además de las Poéticas recobradas, usted mostró otros libros que ha editado en Volcán… Y hay uno en el que, sin miedo, se revelan los tachones, es decir, los “errores” …

Ese libro lo trabajamos con el poeta; no fue una decisión arbitraria. Él mismo eligió qué tachar y qué dejar visible. Me interesa mucho el error, porque revela humanidad. Creo que con la inteligencia artificial el error será cada vez más valioso: demuestra que hubo una mano humana. Equivocarse no está mal; los procesos también son parte de la obra.

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Usted también le da mucho valor al retrato y el encuentro. ¿Qué lugar ocupa para usted el encuentro en el libro, que suele considerarse una experiencia solitaria?

Para mí el encuentro es central, no solo en la pintura sino en todo. Los libros impresos parecen solitarios, pero son profundamente colectivos. En Poéticas recobradas hubo encuentros con los poetas —algunos ya muertos—, con los dibujantes, con los prensistas que pegaron cada pieza a mano, y ahora con ustedes, los lectores.

Cada libro es el resultado de muchos cuerpos que lo tocaron. Esa materialidad es también un acto de afecto. Hoy estamos afectándonos unos a otros: eso, al final, es lo que más me importa.

También habló de los “fenómenos poéticos”. Viendo todo su trabajo, desde Volcán Ediciones hasta los Talleres del Bosque, pareciera que esos fenómenos son encuentros entre materia y palabra. ¿Cómo se transforma la escritura cuando se hace cuerpo?

Publicar un texto es darle cuerpo, darle vida. Cada libro es un nuevo ser en el mundo. Tiene la capacidad de trascender a quien lo hizo, de hablar con los muertos, de tender puentes. Cuando un poema se convierte en objeto, ya no es el mismo: se renueva. Y para mí, eso también es poesía.

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Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
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