El Magazín Cultural
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La poesía tiene valor, pero no precio

La figura del poeta que recitaba versos al concluir un reinado de belleza o algún acto cívico. La manifestación masiva o el evento cultural de turno son instancias sumergidas entre el olvido, consideradas, a ojos de la actualidad, rarezas folclóricas.

Alberto Berón y John Harold Giraldo Herrera
26 de diciembre de 2022 - 01:37 p. m.
Según Fernando Rendón, el Festival de Poesía ha logrado que más personas aspiren a ser artistas o poetas.
Según Fernando Rendón, el Festival de Poesía ha logrado que más personas aspiren a ser artistas o poetas.
Foto: Gloria Chvatal

Esos montajes barrocos presuponían que la poesía y el poeta mismo formaban parte de una heráldica nacional junto a las banderas, los escudos, las flores; una pompa donde instancias como la nación, los departamentos, los municipios se auto-celebraban y donde el poeta cumplía de maestro de la palabra, ocupando con esto una centralidad ritual. Ejemplo, los “juegos florales” que contribuyeron a ofrecer estatus sobre ciertos conceptos ideológicos: la raza, el género, la civilización. Declamador y poeta prefiguraban en las primeras décadas del siglo XX el tránsito de la oralidad anclada en la tradición, a la historicidad del libro impreso como objeto caracterizado por fechas y cronologías.

Cortázar soñaba con forrar el fondo del mar con libros. En uno de sus cuentos sentencia: “Como los escribas continuarán, los pocos lectores que en el mundo había van a cambiar de oficio y se pondrán también de escribas”. El libro fue, por un buen tiempo, el objeto preciado, el símbolo de la cultura, su tótem. Hoy puede que haya más libros que lectores, más poetas que poesía, más escritores que lectores, lo cual podría derivar en menos cultura y más en un afán o por insinuar el exceso de yoismo. El caso es que la declaración del poeta es como la elevación de cometas en medio de un espacio donde soplan vientos, llegan los huracanes, ocurren tragedias. Es habitar un territorio ilimitado. En un mundo de jerarquías, valdría la pena recordar a Borges y asegurar que, si él se pensó como un poeta menor, los alcances y valoraciones pueden graduarse de muchos modos. ¿Será que hay demasiados poetas y poca poesía?

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En el mundo previo a la modernidad, el rapsoda y el bardo exaltaban principios milenarios como lo divino, la nobleza, el coraje; pero con la invención de la imprenta, la secularización, industrialización de la vida e instauración de la burguesía, en cuanto a clase dominante, convierten al dinero en valor de cambio. De esta manera, el poeta juglar y bucólico migrará a las redes de intercambio que se organizan en las ciudades donde perderá la tranquilidad que le otorgaban los mecenazgos, para así tener que competir por un sitio en las nuevas instituciones que se crearon con los estados modernos. Tendrá que arriesgar su aureola de pureza en plena calle, tal como lo expresa Baudelaire, para sobrevivir ante un nuevo e impersonal amo: el mercado. ¿Cuánto vale un poeta cuando su precio no lo tasa la corte o el príncipe?

Como bien lo estudiaron Walter Benjamin, Rafael Gutiérrez Girardot, Enrique Foffani, el poeta ofrece su producto fundamental, como son sus metáforas y su imaginación, a un mundo si se quiere, más prosaico, donde compite con nuevas y múltiples mercancías que se disfrutan de modo más instantáneo. Baudelaire simboliza la tragedia del poeta que no tiene sino los antros para esconderse de esa transparencia vítrea de una modernidad que pareciera atravesar y marcarlo todo con la etiqueta del precio. En tiempos del Frente nacional colombiano, los poetas pelecharon a la sombra de algún jefe político, escribiéndole discursos, inventándoles una vida, publicitándolos en la prensa.

Capítulo aparte merecen quienes recibieron a favor de algún narcotraficante, convertido en mecenas de la literatura. Acerca de lo anterior y observando el caso colombiano, un caballero de la injuria, como se autodenomina el poeta Harold Alvarado Tenorio, interpreta los signos del capitalismo al interior de la poesía colombiana; sus páginas repletas de diatribas contra lo que Alvarado define la relación entre un capitalismo narco y la literatura. ¿Será que es en esa relación donde los poetas deberán medir su lugar social? Los años 90 fueron tiempos horripilantes para la sociedad colombiana, el dinero del llamado narco corría a raudales, así como la sangre, mientras que los escritores, según su lugar geográfico y social, recibían algún tipo de maná. Uno que otro poeta se instaló a la sombra de los nuevos ricos.

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En la medida que las ciudades crecen, se urbanizan y la educación avanza, tenemos que las aspiraciones de reconocimiento creativo se multiplican en cada ciudad, se desarrollan sus agendas culturales, se aceleran las aspiraciones y la autovaloración sin freno, de alcanzar un espacio de visibilidad poética. Con menos de treinta años, Rapu Kair vendió en 2018 más de cuatro millones de libros: su generación dice estar sedienta de sus palabras. En cambio, muchos poetas buscan quién pueda leerles los versos que han compuesto por medio de Instagram, en pre-ventas para financiar una publicación. Sueñan con al menos algún día publicar. Los escritores de novelas y de ficción, sin embargo, son más vendidos, James Patterson, creador de una serie de libros sobre Alex Cross, agente del FBI, vendió más de 350 millones de copias de los más de 100 títulos que ha escrito y es casi imbatible en récords de mercado. Stephen King maldice la obra de Patterson. Los poetas locales deslegitiman los gustos estéticos de sus colegas, se arman peleas y disputas de nunca acabar entre “micro-carteles literarios”, y quedan heridas y salpullidos sin remedio.

Lo anterior expresa que los poetas encontrarán una manera de negociar con las dinámicas que un orden neoliberal impone y del que nadie parece estar a salvo: profesor, animador cultural, inventor de festivales de poesía. El poeta menor, el poeta de territorio, de provincia, de la aldea, atiende invitaciones en izadas de bandera, algún acto cultural, prepara sus poemas y se suma a la lista de invitados, sabiendo que, para el llamado de la poesía, basta con visualizar su propio nombre en la tarjeta de invitación. Lo cierto es que los poetas se encuentran, como Baden Powell, “siempre listos” cuando la institución llama a leer la poesía.

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En las primeras décadas del siglo XXI los festivales y las galas pasaron a ocupar el lugar de los recitales, mientras los poetas se juntan en colectivos que responden a causas en boga como las víctimas, las luchas de género, étnicas, reivindicaciones ambientales o por medio de redes que reemplazan a las asociaciones de poetas. La organización en las ferias, en las bibliotecas, y en otras espacialidades, ¿dónde se los ubica? ¿Cuál es el lugar para los poetas? Y más aún si tuviera honorarios, ¿a cuánto se haría acreedor? Giovanny Gómez, en Pereira, le dio dignidad a los poetas menores. La poesía no puede ser centralista, solía decir. Del otro lado, en el Festival de Poesía de Medellín, Fernando Rendón realiza lo que pocos: una asistencia masiva en torno a las letras que se desplazan entre aires, vientos, fuegos y centellas, y los poetas menores, tienen allí un espacio.

Pero ¿Cómo hacen los funcionarios públicos para ponerle precio a un poeta? Preguntan por ahí si tienen título o si son graduados de alguna carrera, para otorgarles un incentivo por su participación, si la voluntad lo permite. Fue el escritor Oscar Wilde quien pusiera clara la diferencia entre valor y precio, al comparar las cualidades con los costos ¿Cuál es el precio de un poeta? El poeta puede instalar su carpa en medio del mercado, pero ¿dónde está el mercado para las palabras del poeta? ¿Qué podría vender? Esas muchachas con sus labios estrenando cirugía, venden perfumes, artesanías, baratijas en los parques, pero nunca poemas. De allí que el valor de la poesía continúe de uso, en la posibilidad de ser leída y cantada de generación en generación; más no en su cambio. El valor de la poesía como precio pronostica un inmenso fracaso en el capitalismo, esto lo supieron Baudelaire, Porfirio Barba Jacob, Cesar Vallejo quienes encarnan al poeta que hace préstamos, engaña o roba a parientes, vecinos, amantes. Poesía y capitalismo, poesía y pobreza fueron en algún momento el horizonte que se anunciaba a quien entregara su talento a las alas de la poesía.

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Por Alberto Berón y John Harold Giraldo Herrera

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