La revolución de Rosa Parks al decirle ‘NO’ a un blanco
¿Por qué la sociedad no puede aceptar un no por parte de una mujer? Esta fue la difícil tarea que desarrolló Parks el 1 de diciembre de 1955 al no ceder su puesto a una persona blanca.
María Hernández Cárcamo
¿Por qué la sociedad reacciona de forma violenta al recibir un no por parte de una mujer? ¿Por qué es raro que ellas alcen la voz y se hagan escuchar? ¿Acaso la sociedad no está preparada para convivir con mujeres que con una simple palabra pueden armar una revolución? ¿Tienen tanto miedo que prefieren callarlas? Es primordial entender que los tiempos cambian. Hace más de 200 años las mujeres emprendieron una lucha para ser reivindicadas y tratadas con igualdad. Uno de estos íconos fue Rosa Parks, quien hace 64 decidió decir ‘No’.
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¿Por qué la sociedad reacciona de forma violenta al recibir un no por parte de una mujer? ¿Por qué es raro que ellas alcen la voz y se hagan escuchar? ¿Acaso la sociedad no está preparada para convivir con mujeres que con una simple palabra pueden armar una revolución? ¿Tienen tanto miedo que prefieren callarlas? Es primordial entender que los tiempos cambian. Hace más de 200 años las mujeres emprendieron una lucha para ser reivindicadas y tratadas con igualdad. Uno de estos íconos fue Rosa Parks, quien hace 64 decidió decir ‘No’.
"No, no me paro", esas palabras de una señora de 42 años que nació en la época más marcada por la segregación racial de los Estados Unidos, que abandonó sus estudios ya que no tenía las garantías para terminarlos, que se dedicó a cuidar a su familia y que al casarse cambió su apellido por el de su esposo, fueron las necesarias para empezar la revolución de los derechos civiles de la población negra en los Estados Unidos.
Ese 1 de diciembre de 1955, en Montgomery, Alabama (Estados Unidos), Rosa McCauley, o más conocida como Rosa Parks, no guardó silencio cuando en el bus Nº 2857 de la Avenida Cleveland, reino de los blancos y especialmente de las leyes de “Jim Crow” que promovieron la segregación racial desde 1876 hasta 1965, el conductor le pidió pararse a ella junto a otras tres personas más, pues alguien blanco acababa de subir y necesitaba sentarse.
Los tres hombres se pararon y fueron a la parte trasera donde estaban ubicados los negros. Pero Parks no lo hizo. En esta ocasión se armó de valor y recordó aquella vez en 1943, cuando no fue capaz de pronunciar alguna palabra. Con voz firme dijo que no se iba a parar porque estaba cansada. ¿Pero de qué estaba cansada realmente? Tal vez sería de su día laboral como costurera, o de las discriminaciones a diario, no solo a ella, sino también a la comunidad negra en general. Acaso ese cansancio no era el reflejo de una sociedad afroamericana que fue usurpada de sus tierras para convertirse en esclavos de los blancos. ¿Podía estar cansada de mil cosas a la vez? Sí.
“Simplemente estaba cansada del maltrato. El joven blanco que estaba de pie no había pedido el asiento. Fue el conductor quien decidió crear un problema”, contaría Parks en su biografía.
Ese simple acto significó una nueva esperanza para los negros. Aunque dijo esas frases con su voz suave, el eco que generó en la multitud fue tan grande que en menos de un mes ya todos conocían a Rosa Parks y supieron que montarse en los buses con segregación era sólo ayudar a la discriminación, así que decidieron no hacerlo. Se rebelaron.
Parks fue la tejedora de una lucha por la igualdad, no solo de razas sino también de sexos. Desde pequeña creció junto a su madre, Leona Edwards, maestra de escuela, y su pequeño hermano, Sylvester McCauley. Tuvo que tomar las riendas de su hogar cuando su padre, James McCauley, carpintero, los abandonó.
Muchos dicen que el valor lo heredó de su madre, pero no fue así. A medida que crecía era consciente de los riesgos que los negros corrían a diario. Para esa época el poder del Ku Klux Klan, grupo conformado por varias organizaciones de extrema derecha que promovía la supremacía blanca, se acrecentaba en Estados Unidos, y con ese poder, las amenazas hacia los negros se multiplicaban
A su lucha también se sumó su esposo Raymond Parks, 10 años mayor que ella, con quien se casó cuando tenía 19 años. Su nueva pareja, miembro activo de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, la impulsó a terminar sus estudios en la escuela industrial Montgomery Industrial School for Girls y en el colegio para maestros Alabama State Teachers College.
Él representaba para ella una inspiración, “porque él creía en la libertad y la igualdad”, dijo Parks.
Más adelante, gracias a la ayuda de Virgnia Durr, una mujer blanca y una de sus mejores amigas, ingresó a Highlander Folk School, en Tennessee, un centro de activismo y de promoción de derechos civiles, laborales e igualdad social. En ese lugar, según testimonios que daría a conocer más adelante, sintió que era tratada con igualdad.
La población de color, después de aquel 1 de diciembre, cuando Parks alzó la voz por todos ellos, no volvió a tomar los buses. Armaron transporte propio para evitar a los blancos. Un año después del boicot, la justicia estadounidense terminó por abolir esa ley del transporte público. El 2 de julio de 1964 promulgó la ley de los Derechos Civiles que prohibió la discriminación de cualquier tipo y lugar.
Los resultados de la revolución hicieron que los Parks se fueran de Alabama hacia Detroit en 1957, donde ella empezó a trabajar con el congresista John Conyers para realizar una lucha más a fondo por los derechos civiles. Veinte años más tarde, con la muerte de su marido, Parks fundaría el instituto Rosa and Raymond Parks Institute for Self-Development, centro dedicado a la libertad.
Parks murió el 24 de octubre de 2005, luego de su intensa lucha, no solo por los derechos de las mujeres sino por los de todos. En una ocasión dijo que le gustaría irse del mundo siendo una persona libre. Así se fue.