1984: el poder de la palabra para controlar la realidad
1984, la obra de George Orwell, muestra que el pasado, presente y futuro pueden ser manipulados a conveniencia. Todo mediante un arma aparentemente sencilla: el lenguaje.
Daniela Cristancho Serrano
“Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro”, afirmó George Orwell hace más de 70 años y el mundo distópico que construyó en su novela 1984 da cuenta de la veracidad de aquella afirmación. Más que un arma, la palabra puede alterar significativamente la sociedad en la que es producida y reproducida. Es por medio de esta que los individuos pueden ser controlados, como logra hacer con éxito el gobierno en la novela.
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“Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro”, afirmó George Orwell hace más de 70 años y el mundo distópico que construyó en su novela 1984 da cuenta de la veracidad de aquella afirmación. Más que un arma, la palabra puede alterar significativamente la sociedad en la que es producida y reproducida. Es por medio de esta que los individuos pueden ser controlados, como logra hacer con éxito el gobierno en la novela.
En la obra de Orwell, el Partido Ingsoc ha llegado al poder y, para soportar sus necesidades ideológicas, ha creado la Neolengua. Es decir, un vocabulario supremamente limitado, diferente al inglés. Todo aquello que no es ideológicamente neutral ha sido borrado de la lengua. Y ahí está la clave de su éxito como arma de control: sin las palabras para expresar ideas revolucionarias, es casi imposible pensarlas. “Ampliar el lenguaje es ampliar la capacidad de pensar”, afirma el psicólogo David Myers.
Lo anterior sucede porque, aunque nuestros pensamientos van más allá de las palabras, el lenguaje ayuda a darle forma y expresión a aquellas ideas complejas que hay dentro de nosotros. Todos los pensamientos únicos que podríamos tener -imaginarios, sueños y opiniones- se vuelven cada vez más difíciles de albergar. Las únicas frases que podemos expresar son aquellas para las que tenemos palabras, ergo, aquellas que han sido aprobadas por el gobierno, y es así como también muere el individualismo y las ideas originales.
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“Al final, haremos que el crimen del pensamiento sea literalmente imposible”, dice uno de los ingenieros de la neolengua en el libro, hacienda referencia a todos los pensamientos que van en contra del régimen, “porque no habrá palabras para expresarlo”.
La palabra, como forma de control, tiene una ventaja sobre la violencia física -que también hace parte de las tácticas de Ingsoc-: es más discreta y, por lo tanto, genera menos oposición. A diferencia de las torturas que deben sufrir los opositores del gobierno al interior del cuarto 101 fuera del ojo público, el control psicológico que permite el lenguaje se difunde a través de los medios. La neolengua se utiliza en los noticieros, en los periódicos y revistas. Está a la luz de todos los ciudadanos, el nuevo vocabulario inunda su día a día. Más aún, está presente en las pantallas de sus casas, las cuales ni siquiera pueden apagar.
Más allá de eso, los líderes en 1984 descubren que, al controlar el lenguaje, controlan también la memoria. Sin las palabras para evocar el pasado, este puede desaparecer. Como afirman Florence Lewis y Peter Moss, “los recuerdos mueren cuando las palabras no los evocan”.
El personaje principal de la obra, Winston, trabaja en el Ministerio de la Verdad, donde modifica documentos como libros y periódicos, que contengan información inconveniente para el Partido. El pasado se construye cada día. Esto sucede a tal punto que el mismo Winston no puede recordar contra quién está luchando Oceanía -el país en el que habita-. “¿Eurasia o Asia Oriental?” se repite el personaje.
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Los medios de esta distopia se basan en la idea de que, cuando la información se repite lo suficiente, se convierte en una verdad. Winston no sabe, a ciencia cierta, cómo era el mundo antes de la Revolución y el sistema opresivo que esta impuso.
“¿Cómo saber qué era verdad y qué era mentira en aquello? Después de todo, podía ser verdad que la Humanidad estuviera mejor entonces que antes de la Revolución. La única prueba en contrario era la protesta muda de la carne y los huesos, la instintiva sensación de que las condiciones de vida eran intolerables y que en otro tiempo tenían que haber sido diferentes”, se lee en la novela.
Por medio de la palabra, de la destrucción del pasado, se construye la realidad presente y se le da la forma deseada. Como afirmó Orwell en otro de sus ensayos: “el lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen verdaderas y el asesinato respetable, y para dar una apariencia de solidez al viento puro”.
Como ha evidenciado la historia de las guerras y como lo hace el propio Orwell en su novela, el lenguaje es un arma muy eficaz para sembrar e instigar odio. En 1984, los personajes son parte de los Dos minutos de odio, un momento del día en el que ven la cara de Emmanuel Goldstein y escuchan sus palabras en contra de la revolución, lo que desemboca en un frenesí. Este ‘enemigo del pueblo’ los hace gritar, saltar de rabia y, así, mantener la cohesión y apoyo para el régimen.
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Por medio de la manipulación de palabras, Ignsoc instaura el doble pensamiento, que permite pensar dos ideas contradictorias al mismo tiempo. Así, el ente de gobierno justifica la existencia de los Ministerios de la Verdad, la Paz, el Amor y la Abundancia. En Ministerio de la Verdad se ocupa de la falsificación de registros y el Ministerio de la Paz, de la guerra. El Ministerio del Amor interroga y tortura a los enemigos del régimen y el de la Abundancia, inventa cifras que indican estabilidad económica.
Además de que los personajes de 1984 pueden ser controlados por el lenguaje que usa su gobierno, el libro en sí mismo es una prueba de que la palabra, escrita en este caso, puede cambiar el mundo. La novela advierte sobre el poder que tiene la palabra para crear verdades, destruir el pasado y darle forma al presente. Estos conceptos presentes en la obra de Orwell son utilizados para analizar los gobiernos hasta el día de hoy y para tildar situaciones de opresión como orwellianas.