El Magazín Cultural
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Alfonso Valdivieso Sarmiento: “Mi decisión fue continuar en política y mantener al margen los resentimientos”

En esta entrega de la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos una entrevista con Alfonso Valdivieso Sarmiento.

Isabel López Giraldo
10 de junio de 2021 - 11:00 p. m.
Alfonso Valdivieso Sarmiento estudió Derecho en la Universidad Javeriana en el periodo de decanatura del Padre Gabriel Giraldo.
Alfonso Valdivieso Sarmiento estudió Derecho en la Universidad Javeriana en el periodo de decanatura del Padre Gabriel Giraldo.
Foto: Archivo Particular

La influencia del núcleo familiar inmediato ha sido determinante en la formación de mi carácter, en mi manera de ser, en las oportunidades de estudio, así como en las posibilidades que he tenido de actuar en la sociedad.

Diversas circunstancias me orientaron principalmente al sector público, que he considerado fundamental para el bienestar colectivo y que desde un primer momento entendí como una responsabilidad noble, anteponiendo siempre el interés general, el verdadero sentido del servicio a cualquier deseo de satisfacer expectativas personales o particulares. Así, he contribuido al avance de la comunidad con una aproximación constructiva, carente de radicalismos o sectarismos.

Satisfecho con el desempeño de las labores que se me han confiado, las adelanté sin dejarme seducir por el poder que conlleva ese ejercicio, por la notoriedad pública o por la vanidad. Con sinceridad puedo decir que si hay algo de lo cual me pueda ufanar es de haber actuado de manera discreta, sin ostentaciones, como creo deben cumplirse funciones públicas, actividades profesionales o labores ciudadanas.

Orígenes familiares

De mis ancestros maternos, originarios de Charalá y Oiba, tengo muy buenos recuerdos, principalmente por la personalidad, las grandes condiciones de verdadera matrona y la influencia que tuvo en toda la familia nuestra abuela “Mamía”, María Suárez de Sarmiento. Vivió los últimos años en Villa de Leyva y allá íbamos a oírle sus crónicas y recibirle sus apreciados consejos. Para nosotros, sus nietos, fue un gran referente, afectuosa, enterada de cuanto acontecía en el país y siempre deseosa de saber de nosotros y nuestros hijos.

Mi abuelo, Luis Francisco Sarmiento, murió a temprana edad, inclusive no alcanzó a conocer a la menor de sus hijos, lo que obligó a “Mamía” a sortear grandes dificultades. Al no encontrar solidaridad entre quienes tenían negocios con él, que exigieron liquidarlos y de manera abrupta el pago de obligaciones, debieron trasladarse de Charalá a San Gil donde ella trabajó en la oficina de telégrafos y con mucho esfuerzo logró que sus hijos tuvieran una formación básica, así no fuese profesional, suficiente para que se abrieran camino.

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Los Sarmiento Suárez fueron seis. Tres mujeres: Cecilia, casada con Mario Galán Gómez; Luisita, fallecida recientemente; y Mercedes, mi mamá. Y tres hombres: Benjamín, Guillermo y Eduardo.

Merceditas, como todos llamaban a mi mamá, estudió en Charalá y se desempeñó como profesora de primaria. Se hacía querer de quien la trataba, de carácter suave, austera en su manera de vivir y aún de vestir, de tono bajo al hablar, lo cual era llamativo por contrastar con el que nos suele caracterizar a los santandereanos. No ofendía a nadie, no daba órdenes a manera de regaño y puedo decir que aprendimos ante todo de su forma de ser y de su ejemplo.

De ella heredé, entre muchas otras, esa característica del tono de voz, como me decía Hernando Santos Castillo cuando trabajé en El Tiempo: “Usted no parece santandereano porque no grita, no habla duro”. Exactamente así era mi mamá.

La familia Valdivieso Serrano proviene de Girón, Santander. Conocí a mi bisabuela, Manuela Ordoñez, a sus noventa y ocho años, es decir, en su etapa regresiva a la niñez. La recuerdo en su cuarto jugando con muñecas.

Con mi abuelo Crisanto Valdivieso en su casona de Girón y en sus fincas de Lebrija, compartimos gratos momentos en la niñez y juventud oyéndole anécdotas, experiencias en la actividad agrícola y ganadera, y aprendiendo de su larga vida. Por esa influencia nos familiarizamos con la producción del agro, la elaboración artesanal de la panela, el cultivo y procesamiento del tabaco, el tomate, la ganadería y todo lo que nos permitió adquirir sensibilidad especial hacia el campo.

Mi abuela Dominga Serrano murió muy joven y no alcancé a conocerla. Mis tíos Valdivieso Serrano fueron seis: Delia, Guillermo, Esther, Cecilia, Ernesto y Enrique.

Mi papá, Roberto, no llegó a ser profesional universitario, pero su formación de tecnólogo en temas administrativos y financieros le permitió vincularse a la fábrica de gaseosas Hipinto, luego Posada Tobón – Postobón. Allí se desempeñó como administrador hasta su jubilación e inclusive fue llamado luego a reincorporarse durante otros cinco años para manejar situaciones laborales difíciles en la empresa.

El trato que le daba a la gente, tanto a la que manejaba camiones de distribución, a operarios, como al personal de oficina, llamaba la atención por la amabilidad, las buenas maneras y porque nunca tuvo actitudes ofensivas ni autoritarias ni humilló o maltrató a alguien. Nos enseñó a ejercer autoridad, sin agredir a los subalternos ni marcar distancias, generando afinidades de manera civilizada. En el relacionamiento social fue siempre cordial y apreciado por su alegría y espíritu festivo.

Como mi papá había heredado parte de una propiedad rural cerca a Girón y comprado otra extensión aledaña, en temporadas de cosecha madrugaba varios días a la semana a recibir el tabaco, el tomate y la panela de la finca para vender esos productos en las plazas de mercado locales.

El hogar de nuestros padres

Mis papás se casaron jóvenes e integraron un núcleo familiar muy interesante. Nací en una casa pequeña del barrio Sotomayor de Bucaramanga, y a los pocos años nos trasladamos a la que construyeron en La Aurora, barrio típico de clase media en la misma ciudad, donde pasé la mayor parte de la niñez y juventud. En la obra ayudaron los recursos producto de una reclamación al Estado en su condición de maestra. Esa casa todavía se conserva con las mismas características externas de hace más de sesenta años, en un vecindario que tanto disfrutamos con amigos de la cuadra entretenidos con juegos callejeros.

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Fui el segundo de cinco hermanos, tres hombres, los mayores: Rafael Crisanto, Roberto y yo el segundo, y dos mujeres: María Mercedes y Elsa Beatriz. Como lo hiciera Crisanto, también Roberto se casó con una prima hermana, y, hasta donde tengo entendido, mis hermanas menores tuvieron algunos flirteos con los primos hermanos. Estas circunstancias, entre otras, evidencian las relaciones tan especiales que tuvimos con los Galán Sarmiento.

El mayor, quien lleva el nombre del abuelo, estudió Administración de Empresas y Derecho. Desempeño cargos públicos en la Alcaldía de Bucaramanga y en la Gobernación de Santander. Fue diputado y congresista. Tiene seis hijos: Daniel Roberto, Susana, Javier Alberto y Andrés, de su matrimonio con Elsa Galán Sarmiento. Con Arlethy Márquez, su actual esposa, tiene dos hijas: María Beatriz y María Mercedes. Está dedicado a actividades relacionadas con el campo, en Lebrija, Santander.

Roberto fue siempre muy alegre y algo parrandero, aunque con los años se aplacó tal vez demasiado. Estudió Economía y se casó con María Victoria Galán Sarmiento con quien tiene tres hijos: Felipe, Diego, y Ana María. Continúa dedicado a su actividad profesional en el ramo de seguros.

María Mercedes es sicóloga, está casada con Miguel José Pinilla, padres de Miguel Andrés, Catalina y Santiago.

Elsa Beatriz, administradora de Empresas, esposa de Ricardo Serrano con quien tiene tres hijos: Silvia, Elsa María y Laura.

Infancia

Con mis hermanos crecimos libres de relaciones tóxicas, en un ambiente agradable que favoreció lo que bien puede llamarse el desarrollo de nuestras personalidades, sin sentirnos en momento alguno presionados por imposiciones, guiados por unos padres comprensivos y siempre dispuestos a colaborarnos con afecto. Nos brindaron las condiciones apropiadas para tener lo indispensable, en medio de limitaciones que iban forjando nuestra forma de ver la vida, sin privaciones extremas, pero también sin lujos ni excesos.

Así se fueron estableciendo los parámetros de lo que habría de ser el proceso de formación y los valores que son algunos de los que ahora en nuestros hogares intentamos transmitir.

No tengo recuerdos infantiles de la primera vivienda. Al trasladarnos a la residencia en La Aurora, pudimos gozarnos esos primeros años en compañía de vecinos y amigos con quienes jugábamos en la calle con trompos, latas de gaseosa para organizar competencias, futbol, pepas de cristal, cometas hasta la diversión de Navidad elevando globos y manipulando pólvora, por fortuna ya prohibida.

Colegios

Estudié con mis hermanos la primaria en el Colegio Divino Niño. El bus nos recogía para asistir a las dos jornadas diarias. Los resultados académicos me permitieron recibir una beca para cursar el primer año de bachillerato en el Colegio San Pedro. Descarté la oportunidad pues tenía cierta prevención o prejuicio al considerarlo elitista, de niños consentidos.

Preferí presentarme a un colegio público, técnico, el Instituto Dámaso Zapata, luego Instituto Tecnológico Santandereano, dirigido por la comunidad lasallista. Al no pasar la prueba de admisión, la rectora, a quien le habían ofrecido dirigir el que estaba fundando precisamente esa comunidad religiosa en la ciudad, les dijo: “¿Cómo voy a aceptar el ofrecimiento si ustedes no le dan la oportunidad de estudiar a uno de los buenos alumnos de primaria?” Fue así como pude ingresar y logré un desempeño académico suficientemente satisfactorio en este gran centro educativo.

Los primeros años fueron duros, pues nos debíamos enfrentar al trabajo pesado en los talleres de fundición y mecánica. Resultaba exigente y en mi caso con mayor razón por no ser de contextura fuerte, comenzando por mi estatura, pero fui acostumbrándome. Llegaba a la casa con las manos peladas por el calor de los materiales que utilizábamos y por la fuerza que había que hacer, pero consideré muy formativa esa etapa, que hace parte de mis gratos recuerdos.

Allí recibíamos refrigerio diario a manera de complemento nutricional, que viene siendo un antecedente del programa de alimentación escolar PAE por medio del cual se suministra alimentación en los planteles oficiales.

En quinto año se culminaba un énfasis o especialidad, en mi caso la de electricidad que se formalizaba con el título de Experto. Nunca llegué a poner en práctica esos conocimientos y en broma comentaba que fue más adelante en mis estudios profesionales cuando volví a oír de “circuitos” al hablar de los juzgados de esa categoría.

Durante ese período me vinculé a la publicación de una revista, El Crisol, en la que comentamos temas propios de nuestros estudios y algunos de coyuntura. Una valiosa experiencia.

Diez estudiantes decidimos retirarnos de la formación técnica que implicaba dos años más para llegar a ser bachilleres. Teníamos ya preferencias sobre los estudios futuros y ese nivel significaba un año adicional en secundaria en comparación con los de formación clásica. Así fue como replanteé mis reservas con el San Pedro y allí obtuve el título de Bachiller. Fui admitido por desempeño académico, no sin antes validar unas treinta materias que tenían diferente intensidad horaria a la del Tecnológico, como Filosofía, Historia y aún Educación Física.

Tengo muy presente al prefecto Álvaro González, S.J. cuando al final de año me dijo que le llevara varias hojas de papel de examen, las que fue marcando una a una con el nombre de la materia que debía validar y me mandó para la casa a “responder” las preguntas o temas que yo escogiera.

Al profesor de matemáticas le pareció llamativa mi decisión de estudiar Derecho luego de una formación técnica con buenas bases y comentaba al curso la importancia de la lógica tanto para contenidos de matemáticas como de humanidades.

Quizás el primer contacto directo con temas comunitarios lo tuve cuando organizamos con un grupo de compañeros en ese año del San Pedro la recolección de libros usados para llevarlos a sectores muy pobres. Esa actividad, a la que llamamos: “Marcha del libro”, fue un inolvidable y exitoso ejercicio.

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Luis Carlos Galán

Tuve un vínculo muy estrecho, no sólo por el parentesco sino por la amistad que mantuvimos con mi primo Luis Carlos Galán Sarmiento. Esto fue así pese a la diferencia de edades, pues él me llevaba seis años que son notorios, especialmente en la juventud. Durante las vacaciones del colegio iba a Bogotá a casa de mi tía Cecilia, Mario y su numerosa familia. Me sentía como un hijo más y así fui tratado. La relación con Mario la consideré siempre muy especial para mi formación.

En uno de esos viajes, cuando él terminaba su bachillerato, tuvo su primer trabajo en el naciente Servicio Nacional de Aprendizaje – SENA. Debía visitar empresas para obtener información sobre el personal que requería capacitación, la misma que brindaría la Institución.

Con once años, Luis Carlos me llevaba a esos recorridos y lo esperaba mientras hacía su trabajo. Ocasiones como esas contribuyeron a unirnos entrañablemente. En la casa de la calle 75 durante mis estudios universitarios compartimos habitación.

Destinaba varias horas a jugar con sus hermanos y primos. Organizaba concursos muy divertidos. Le gustaban las marchas militares y las ponía a todo volumen. Observé la manera como valoraba la lectura tanto de la historia como de autores que fueron influyendo en su formación, en sus expectativas y fortaleciendo su personalidad.

Era algo tímido, poco parrandero, pero compartía con alegría las reuniones con un buen grupo de sus amigos, a quienes conocí. No consumía licor, su vocabulario era bastante pulido, carente de expresiones vulgares y disfrutaba argumentando y ejerciendo la pedagogía en temas complejos o que generaban polémicas, sin incomodarse con interlocutores imprudentes. Entre las incontables anécdotas de las giras de campaña, advertimos desde un primer momento cómo al llegar a las reuniones el licor que se acostumbraba a repartir era inmediatamente camuflado en presencia de Galán.

La política fue su dedicación predilecta, tanto en activismo, como en sus escritos y conversaciones. Desde un primer momento se interesó por su tierra santandereana, donde tuvo las primeras experiencias electorales, que lo llevaron a dos Concejos Municipales y al Senado.

Le dedicaba todo el tiempo que fuera necesario a escuchar a la gente y por hacerlo se volvió impuntual, pero nunca incumplido. En los recorridos que hacíamos en un todoterreno Daihatsu que compramos en compañía y destinamos a las campañas, algunas veces recogíamos a alguien para llevarlo a su destino en la ruta. Luis Carlos les preguntaba, entre muchas cosas, si habían oído hablar de Alfonso Valdivieso y les decía: “Tengan muy presente ese nombre”. También preguntaba: “¿Han oído hablar de Luis Carlos Galán?… ¡Ese soy yo!”. Las reacciones y comentarios nos divertían.

Alguna vez, de gira política, mientras dormíamos en el Hotel Campestre Los Arrayanes saliendo de Barbosa hacia Moniquirá, bien tarde en la noche oímos unos disparos y de inmediato nos lanzamos al piso, donde estuvimos por largo rato. Al día siguiente preguntamos qué había pasado y nos dijeron que eran borrachos acostumbrados a disparar al aire. A propósito del tema de armas, varios años atrás nos fuimos por unos días a la finca que tenía la familia cerca de Sasaima en el plan de pintar la casa y lograr algunos recursos para el cine y las salidas. Unos vecinos le habían prestado un revolver y temprano en la mañana me dijo: “Vamos a dispararlo a la quebrada donde no nos vean”. Nos acompañaba la inocencia propia de esos tiempos, al pretender disparar y simultáneamente taparnos los oídos para silenciar el ruido.

Para mi fue un privilegio la amistad que nos unió. Consideré incuestionable que debía mantener el parentesco con la mayor discreción, como me lo hizo saber Emilio Aljure, un colega del Valle en la Cámara de Representantes, cuando ya íbamos por el tercer año del período: “Todo este tiempo y apenas me entero de que usted es primo hermano de Galán”.

Universidad Javeriana

En buena parte tomé la decisión de estudiar Derecho por ser la profesión que tuvo Luis Carlos. Mientras él adelantaba su carrera y yo mi bachillerato, me fui condicionando para ser también abogado.

Ingresé a la Universidad Javeriana de la comunidad de los padres jesuitas, la misma del Colegio donde terminé bachillerato. Conté con una ventaja enorme y era que la Facultad de Derecho, de manera simultánea, ofrecía materias de Economía que eran de mi interés y me permitieron especializarme en ciencias socio económicas, adicionando unas horas semanales a la formación básica.

Durante la carrera construimos una relación que perdura con un numeroso grupo de compañeros que en parte veníamos de diferentes regiones del país, seis de nosotros de Bucaramanga. En ese momento la Facultad era más pequeña de lo que hoy es, funcionaba en un edificio ya envejecido y hacía parte de una Universidad con la mitad de los estudiantes que ahora tiene. Disfrutamos y vivimos a plenitud ese lustro.

El padre Gabriel Giraldo, S.J. hizo época durante su prolongada decanatura, entre otras razones por su fama de quitar y poner funcionarios de alto nivel en distintas entidades del Estado y en prestigiosas empresas. Inolvidables docentes, profesionales comprometidos con la academia y catedráticos de altas calidades.

La carrera me gustó desde el primer momento, así como la Universidad. Aprecié la disposición de los jesuitas –comunidad confesional de altas calidades académicas– de practicar la amplitud conceptual con mente abierta y comprensiva hacia los alumnos contestatarios, que no se exponían a mayores consecuencias.

Primeros pasos en política

El periodo universitario influyó en la afinidad que venía sintiendo hacia la política y la gestión de lo público. En un primer momento intentamos continuar la Revista Vértice que había fundado Luis Carlos con un grupo de sus condiscípulos, sin haber podido concretar esa opción, en parte porque había dejado de ser novedosa y, además, por los nuevos temas que nos convocaban a los estudiantes en los años 70′s.

Tuve oportunidad de participar en las discusiones sobre los cambios propuestos para el nuevo Estatuto de la Javeriana, en medio de la tensión estudiantil que se vivía frente a las políticas públicas de entonces.

En 1970, cuando cursaba la mitad de la carrera se adelantaron marchas contra el Gobierno de Misael Pastrana por la reforma a la educación y otras medidas, siendo Galán ministro de Educación. Me uní a una que llegó al centro de la ciudad, pasando por El Tiempo, al que señalábamos de gobiernista.

Hice parte de los procesos políticos de la democratización liberal que había creado el expresidente Carlos Lleras Restrepo. Fueron mis primeros pasos en política, motivados por las inquietudes y expectativas que fluían en conversaciones con Luis Carlos y su decisión de avanzar hacia la participación electoral. Por sus contactos, fuentes periodísticas y acceso a dirigentes políticos, disponía de valiosa información acerca de la política regional y sus actores que yo complementaba con datos de Santander.

Revisábamos sus posibilidades de hacer “política de provincia”. Su interés se enfocó en lo que ocurría en los territorios, por ser el nuestro un país de regiones. Varias conversaciones sostuvimos sobre la conveniencia de iniciar su incursión en las regiones para conocer a profundidad el país en lugar de limitarse a la visión lejana desde Bogotá.

El Tiempo - Sección Internacional

Estando de vacaciones de la Universidad, me llamó Luis Carlos a Bucaramanga para comentarme sobre una vacante de medio tiempo en el periódico El Tiempo. Regresé para entrevistarme con el director de la sección internacional, habiendo acordado no mencionar nuestro parentesco. Sin embargo, fue lo primero que me preguntó Jorge Nieto, quizás por cierto parecido físico.

Durante dos años, mientras estudiaba en la Javeriana trabajé en el periódico. Salía de clases al medio día y me iba para la Jiménez con Séptima, regresando al final de las tardes a las sesiones de la especialización.

Dedicaba al trabajo mis fines de semana, desde las seis de la tarde hasta las una de la mañana, con descanso los lunes. Como asistente de la sección recibía los cables de los teletipos de UP, Reuters, AP y otras agencias, los cortaba, los organizaba por temas, estimaba la importancia de las noticias y establecía una cierta prioridad para que el director tomara las decisiones. Algunas veces diagramaba la página. En ocasiones sugerí titulares, aprendí a que fueran atractivos y reflejaran la información indicando la relevancia de las noticias, tratando de lograr la ubicación de algunas en primera página.

Si bien se tomaban textuales la mayor parte de contenidos que llegaban, debíamos elaborar los encabezados, los primeros párrafos, mezclando información de diferentes fuentes. Se armaban las páginas con lingotes de plomo producidos en las máquinas instaladas en el sótano del Edificio. Debíamos calcular el espacio y muchas veces era necesario cortar con habilidad, convirtiendo comas en puntos, entre otras medidas de emergencia para no levantar nuevos lingotes.

Así fue como ocupé mis fines de semana privándome de compartir con los compañeros de promoción las parrandas y fiestas que relataban con tanto entusiasmo. Las jornadas nocturnas se extendían mínimo hasta la una de la mañana, cuando nos repartían en una camioneta del periódico.

Esta fue mi primera responsabilidad laboral en la que ganaba mil quinientos pesos mensuales.

Fedesarrollo

Hernando Gómez Otálora sugirió mi nombre como asistente en un proyecto de investigación que él manejaba en Fedesarrollo sobre Derecho y Desarrollo.

Por ser estudiante de último año calificaba para hacer parte del estudio. Y, afortunadamente, se trataba de la relación de temas jurídicos con los económicos, que se fue convirtiendo en parte importante de mi actividad profesional.

Eran las etapas iniciales de lo que llegó a ser el más prestigioso centro de investigación en políticas económicas y sociales, dirigido por Rodrigo Botero. Desde la sede ubicada en la carrera séptima con calle 15, en el viejo edificio de Colseguros, vimos el incendio del edificio Avianca, en el Parque Santander, que exigió la evacuación de la zona en menos de dos horas.

Planeación departamental

Una vez graduado de abogado me vinculé como técnico de la oficina de Planeación Departamental en Bucaramanga por invitación de Eduardo Camacho Barco, su director. Nuevamente asumí temas un poco más cercanos a la órbita del desarrollo económico.

Tenía mucha sensibilidad alrededor del funcionamiento de las instituciones. Llegar a un cargo departamental, no de primer nivel, pero sí interesante, fue buena oportunidad. Las instalaciones eran pequeñas pero acogedoras y facilitaba un agradable ambiente de trabajo. Logré conocer muy de cerca la realidad de nuestras provincias.

En ese entonces adelantaba trámites para estudiar en el exterior. Me inscribí en el programa de maestría en Desarrollo Económico Latinoamericano de Boston University. Sabía que sería exigente, pues mi formación era básicamente jurídica con solo algunos fundamentos en economía, mientras la mayor parte de los estudiantes se habían graduado de economistas.

Italia

Luis Carlos Galán fue nombrado embajador en Italia una vez concluyó su labor en el Ministerio de Educación, que había desempeñado con dedicación, entereza y creatividad en medio de fuertes convulsiones.

Me invitó a visitarlo en Roma. Organicé el viaje y desde allá continué los preparativos para estudiar en los Estados Unidos, desde la obtención de la visa, que llamó la atención al Consulado de Estados Unidos por tratarse de un colombiano solicitando el documento fuera de su país. Debí cancelar un valor extra por el procedimiento.

Llegué a Italia en pleno racionamiento de energía por la crisis que se presentó al comienzo de esa década, obligando a varios países a establecer programas de racionamiento. Resulté afectado por la situación. En pleno invierno, al final del día, Luis Carlos me dejó en un parque de diversiones para recogerme luego de una recepción diplomática, sin que hubiésemos tenido en cuenta la reducción de la hora de cierre.

Intenté la ruta en bus tratando de hacerme entender. Me indicaron equivocadamente el paradero donde debía bajarme para ir hacia la residencia. Caminando supuestamente al destino, advertí la presencia de un carro de Policía que me seguía y finalmente se detuvo para interrogarme. Ya dentro del vehículo entendí la alerta causada por la ruana colombiana que llevaba como abrigo. Nada más ni nada menos que se pensaba en que fuese un “fedayín” que por esos años era sinónimo de terrorista. Finalmente verificaron datos y me llevaron al destino que buscaba.

Universidad de Boston

Antes de iniciar la maestría llegué a Washington a mejorar el inglés. Me acogieron generosamente mi prima Helena Galán y su esposo Tom Hutcheson. En esos días se adelantaba el proceso contra el presidente Nixon por el escándalo de Watergate, uno de los de mayor resonancia en la política de los Estados Unidos, que concluyó con la renuncia del mandatario. Además de los cursos, seguía por diferentes medios los reportes noticiosos sobre el proceso judicial, lo cual me ayudó a mejorar el nivel del idioma extranjero.

Viajé en tren hasta Boston y al llegar me enteré de que aún no habían girado los recursos de ICETEX a la oficina de estudiantes extranjeros, y yo sólo contaba con unos cuantos dólares. Me facilitaron una llamada a la oficina de la entidad en Bucaramanga. El director se sorprendió y de manera espontánea, sin pensar en mi angustia, me preguntó: “Si a usted no le llega la plata, ¿qué hace?”

Por fortuna esa noche había un open house que me dio acceso libre a la cafetería, donde todo era gratis. Comí en abundancia y logré ubicación provisional en residencias universitarias. Para esa época no contábamos con las facilidades de comunicación ni de giros que hoy se tienen ni yo conocía a nadie en la Universidad. Finalmente, a los tres días, la situación se normalizó.

Compartí vivienda con un chileno a quien le habían dado una beca parcial en el programa, aunque simultáneamente seguía tramitado el ingreso a una universidad canadiense que le resultó y optó por trasladarse. Por fortuna, sugirió que me adjudicaran la beca que él tenía y así sucedió.

En su reemplazo llegó un compañero de México con quien también establecí buena amistad. De esa convivencia me queda, entre otros, el recuerdo del malabarismo para mejorar el rendimiento de nuestros presupuestos, como las compras al por mayor en una típica plaza de mercado, en condiciones bien favorables.

La aproximación latinoamericana al tema del Desarrollo Económico me acercó a la región a través de lecturas, conferencias y diversas discusiones académicas. El aporte de estos estudios de maestría los he seguido aprovechando y no deja de sorprenderme el dinamismo, dificultades y oportunidades que sigue mostrando nuestro vecindario.

Entre tantas experiencias, una en particular se me convirtió en problema mayor. Estábamos presentando evaluaciones finales y me ubiqué en un sector del aula para la prueba escrita, donde los vecinos seguramente tenían acordado un fraude para intercambiarse textos y fue así como el profesor encargado de vigilar la prueba advirtió lo que sucedía. Sin mayores aclaraciones anuló los exámenes de quienes estábamos por esa zona. No logré convencer al Programa de que para mí era lo suficientemente complejo concentrarme en las respuestas como para dedicar tiempo y esfuerzos a cometer la falta. Debí repetir la prueba.

Docencia y administración universitaria

A mi regreso a Bucaramanga Enrique Galán Gómez me acogió en su oficina desde la que inicié el ejercicio profesional.

De forma simultánea me vinculé a las universidades Autónoma y Santo Tomás de Bucaramanga. En la primera enseñé Hacienda Pública, en la Facultad de Derecho, y Macroeconomía en la Facultad de Contaduría, así como Desarrollo Económico en la de Administración de Empresas. En la Santo Tomás dicté Macroeconomía en el programa de Economía.

La distancia entre las dos universidades era grande, pero yo la recorría caminando en medio de la tranquilidad de nuestra ciudad de hace casi medio siglo.

Durante un período corto fui secretario de la Facultad de Derecho de la UNAB para ser nombrado luego por el rector Alberto Montoya Puyana, como director de Planeación y más adelante vicerrector Administrativo.

Con Alberto mantenemos una fluida amistad desde cuando fui secretario general de su Gobernación. Me correspondió coordinar la elaboración del informe de actividades durante su gestión en los años 77 y 78 que refleja una etapa de realizaciones donde profundicé el conocimiento del sector público.

En esa primera etapa estuve catorce años como catedrático. A propósito de la academia, cuando la Corte Suprema de Justicia me eligió fiscal general de la Nación, acredité el requisito de docencia en una asignatura jurídica como profesor de Hacienda Pública en la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Algunos, sin razón, consideraron que la materia no era del área del Derecho, sino económica, porque suele confundirse con finanzas públicas.

Fui profesor de Marta Cecilia León Reyes, quien entonces era mi novia. Con seguridad dedicó mayor tiempo a esa materia. Había comenzado estudios de Ingeniería Industrial en la Universidad Industrial de Santander, pero debió tramitar la transferencia a Economía en la Universidad Santo Tomás por el nombramiento de su mamá, Cecilia Reyes de León, como rectora de la UIS, lo que le generaba evidentes problemas de seguridad.

En esos años, las células subversivas infiltradas en algunas instituciones de educación superior y múltiples situaciones sociales dieron lugar a amenazas y atentados, como el estallido de una bomba de alto poder en la residencia de la Rectora.

Actividad política

Comencé el activismo político como coordinador de la campaña de Galán en Santander en un movimiento que duró muy poco tiempo, la Unión Liberal Popular – ULP, conformado por disidentes del Partido Liberal y posteriormente del Nuevo Liberalismo, que significó un verdadero suceso en la política nacional.

Participé con un grupo sobresaliente de militantes a quienes nos cautivó la propuesta del ejercicio político en el que Galán fue elegido concejal en Charalá y Oiba en 1976 y, dos años más tarde, senador por Santander. Mientras tanto, teniendo en cuenta la relación familiar, coincidimos en que no era conveniente mi inclusión en listas a cargos de elección.

En el año 80 Luis Carlos presentó una lista al Concejo de Bogotá con excelentes resultados y en el año 82 se lanzó nuevamente al Senado, ya no por Santander, sino por Bogotá y Cundinamarca, lo que permitió mi ingreso al escenario electoral en Santander.

Cámara de representantes

Para el período 82 – 86 no tenía la edad exigida a los aspirantes al Senado. Nuestro candidato a esta corporación, Ernesto Suárez Rueda, fue elegido y me correspondió encabezar la lista a la Cámara que también logró un renglón.

El paso por la Cámara de Representantes a nombre del Nuevo Liberalismo fue un especial momento en mi actividad parlamentaria. Todos los procesos legislativos, los trámites, las discusiones de proyectos de ley, las posiciones del movimiento, las contrastábamos, estudiábamos y analizábamos antes de plantearlas en la respectiva Corporación. Las sesiones semanales de coordinación eran ejemplares, algo poco común en el Congreso.

Participé activamente en el trámite de leyes para reformar el Código de Régimen Departamental y Municipal promovido por Jaime Castro, ministro de gobierno, como complemento de la reglamentación constitucional a la elección popular de alcaldes.

En las discusiones internas para definir las calidades que deberían tener los alcaldes, así como su régimen disciplinario, me correspondió presentar una propuesta en la reunión de nuestra junta de parlamentarios. Propuse establecer categorías por tamaño de ciudades y calidades a los candidatos. Luis Carlos, quien presidía las deliberaciones del equipo de congresistas, me preguntó por las calidades exigibles a los candidatos a la Presidencia de la República e hizo la reflexión de que si no se consagraban para ser presidente carecía de sentido proponerlas para alcaldes.

Valoro las responsabilidades que tiene la rama legislativa del poder público y estoy convencido que hace algo más de lo que se cree, pero mucho menos de cuanto debería. Creo firmemente que es una verdadera tragedia el deterioro de la actividad política, el descrédito de los partidos y la poca confianza que se tiene en quienes nos representan en las corporaciones de elección popular. Para mí fue evidente desde ese periodo en la Cámara la degradación creciente que se observa en esa dirección.

Advirtiendo excepciones, puedo señalar la prevalencia de los intereses personales, individuales. Un buen número de congresistas tan solo se presenta para el llamado a lista y de inmediato se retira. Durante el día los debates cuentan con precario quorum que se va diluyendo al punto de que las sesiones muchas veces carecen de esa exigencia hasta cuando se pide la verificación y se dan por terminadas,

Entre las causas de las crisis que se advierten en nuestra sociedad sobresale el envilecimiento de la política. Es urgente dignificarla. Un cambio real en la manera de hacer política resulta inaplazable, como lo proclamaba Galán.

Matrimonio

A comienzos de 1983 solicité licencia en la Cámara de Representantes para iniciar nuestra vida matrimonial con Marta, luego de casi cinco años de noviazgo. Tomamos la decisión, la comunicamos muy cerca de la fecha prevista para la ceremonia, y sus padres radicados por ese tiempo en Bogotá debieron organizar a control remoto y velozmente los preparativos, que no son tan sencillos.

Nos llamaba la atención dedicar los meses siguientes al estudio, el turismo y sin duda a una temporada de descanso.

Viajamos a Oklahoma a tomar unos cursos de inglés y luego, con el apoyo del Centro de Cooperación Canadiense, participé durante cuatro meses en unas clases de desarrollo regional y urbano en la Universidad de Toronto. Temas de actualidad, exposiciones de calidad y oportunidad para pensar y repensar en cuanto debemos hacer por nuestras entidades territoriales.

Regresamos a finales de ese año. Me reincorporé al Congreso y muy pronto se inició el proceso electoral que me permitió llegar al Senado de la República en la legislatura 1986-1990.

Muerte de Galán

Me posesioné el 20 de julio de 1986 como senador y cuando terminaba mi gestión de segundo vicepresidente en 1989 ocurrió el atentado a Luis Carlos Galán en Soacha.

El 18 de agosto se había programado un homenaje en Valledupar a Alfonso Araújo, quien me reemplazó en la Vicepresidencia. Galán estaba invitado, pero optó por hacer presencia esa noche en la gran concentración organizada por dirigentes de Cundinamarca en Soacha y delegó a Gaviria, jefe de su campaña, para representarlo en el homenaje a Araujo.

Viajamos por tierra desde Bucaramanga. Al estar próximos a entrar al evento recibimos la noticia del atentado, que obviamente conmocionó a la asistencia. La reunión fue cancelada de inmediato.

Pendientes de las informaciones, muy pronto nos enteramos del fallecimiento. De inmediato llamé a Marta, que estaba en Bucaramanga, para comentar sobre la tragedia y preguntarle por las reacciones, que por el momento eran de total perplejidad en medio de la indignación.

Esa noche recibí una llamada del alcalde Alberto Montoya muy preocupado con la situación, pues temía que ocurrieran graves desórdenes. Recuerdo que le dije: “a diferencia de lo acontecido por la muerte de Gaitán considero muy remota una situación similar en este caso porque en el Nuevo Liberalismo no hay gente incendiaria”.

Regresé al día siguiente a Bucaramanga y hacia el mediodía gran cantidad de gente estaba en la Sede del Nuevo Liberalismo y procedí a compartir con la multitud los sentimientos de pesar por la orfandad en que habíamos quedado, invitándoles a actuar en consecuencia con el legado y el compromiso que teníamos con Galán.

Al día siguiente viajamos con Marta al sepelio a Bogotá. El presidente Virgilio Barco invitó al Capitolio a los congresistas del Nuevo Liberalismo, que ya se había desintegrado como organización política a raíz de la cancelación de su personería, determinada por el propio candidato debido al proceso de unificación liberal.

Entramos al salón en el que el presidente Barco dirigió unas palabras leídas de una libreta de apuntes. María Cristina Ocampo, representante a la Cámara, se enfureció pues no entendía que necesitara apoyarse en el texto para expresar esos sentimientos en lugar de manifestarlos de manera espontánea. Eventualmente eran síntomas de la enfermedad progresiva que comenzaba a padecer el jefe de Estado.

Sin duda fue inmenso y devastador el dolor y el impacto que sentí por lo ocurrido en Soacha. Recordaba cómo en varias ocasiones Galán tuvo que salir de su casa acostado en la silla del carro y cubierto para camuflarse, pues con frecuencia recibía informes sobre intentos de eliminarlo.

Era obvio que se había convertido en objetivo de estructuras delictivas que sabían de su carácter y determinación para actuar contra las mafias del narcotráfico y fuerzas oscuras de diferente origen. Galán constituía un real muro de contención para quienes, respaldados por organizaciones criminales, pretendían llegar al poder.

Mi decisión fue continuar en política, mantener al margen los resentimientos y la sensación de frustración para que no interfirieran en lo que seguía. Por supuesto repudié el hecho, el tremendo golpe que significó para millones de colombianos y muy particularmente para quienes, como era mi caso, estuvimos tan cerca de él. Nos habían dejado sin el guía, sin el gran orientador de cuanto nos había integrado como equipo político, pero ante todo habían aniquilado la esperanza del verdadero cambio que merecía y anhelaba el pueblo colombiano.

Tomé parte en las deliberaciones internas que decidieron el nombre de Gaviria para competir en la consulta liberal sobre candidatos presidenciales. Si bien algunos cuestionaron lo acordado por considerar que se trataba de un recién llegado al Nuevo Liberalismo, estuve de acuerdo.

Reflexioné mucho, era un momento muy difícil, pero de gran importancia para demostrar que el país tenía que ser capaz de sobreponerse a este y a tantos otros episodios tan dramáticos. No era del caso pensar en salir corriendo, irse del país ni, menos aún, dejar de asumir responsabilidades.

Me incorporé entonces a la campaña de César Gaviria, como candidato de nuestro sector político, que resultó triunfador en la consulta liberal y elegido presidente.

En la actividad de la Constituyente nos sintonizamos con el ejercicio entusiasta de jóvenes como Fernando Carillo, y tantos otros que, entre varios acontecimientos importantes, lograron que el pueblo definiera ese mecanismo para reformar la Constitución, labor que asumió el presidente Gaviria.

Sentí que estábamos haciendo lo deseado por Galán, quien había dispuesto y dirigido la elaboración del proyecto de reforma constitucional, base del acuerdo de unidad liberal, cuyos principales elementos terminaron incorporados en la Constitución del 91, entre ellos la Carta de Derechos del actual título segundo.

Ministerio de Educación

El presidente Gaviria en vísperas de su posesión me llamó para invitarme a integrar el gabinete como ministro de Educación. En ese momento me fue posible aceptar pese a ser congresista, por cuanto eran dignidades compatibles antes de la nueva Constitución. Asumió mi suplente, Silvia Rúgeles.

La Constituyente estableció que los congresistas ya no podrían ser ministros, les revocó el mandado a senadores y representantes, y nos inhabilitó a los miembros del gabinete ministerial. En ese momento era el único ministro-congresista y resulté directamente afectado, pues no tuve la oportunidad de presentarme a las elecciones para el nuevo Congreso.

Durante mi período en el Ministerio se comenzaron a implementar las normas que disponían la descentralización del servicio, trasladando a Gobernaciones y Alcaldías la responsabilidad de la ejecución de los recursos nacionales destinados a la educación y la supervisión de los procesos administrativos.

Fue creado el Fondo de Prestaciones del Magisterio y se formalizó el cruce de cuentas entre la Nación y las entidades territoriales, un complejo problema que había causado graves dificultades durante décadas.

Embajada en Israel

En el escenario de la nueva Constitución sobrevino el cambio en varios ministerios, entre ellos el que estaba a mi cargo. El presidente me designó embajador de Colombia ante el Gobierno de Israel.

Muy próximo al viaje, el ministro de Justicia, Fernando Carrillo, me transmitió el deseo del Gobierno de incluir mi nombre en la terna para elegir el primer fiscal general de la Nación.

Aun cuando la misión fue muy corta por la necesidad de regresar a la campaña para el Congreso, tuvimos un período tanto en lo familiar como en el contacto con esa apasionante región que no olvidaremos. Conocimos el país, interactuamos con las comunidades judías y varios árabes integrados a Israel.

Mi conocimiento de la historia del pueblo judío era precario y decidí tomar un curso en la Universidad de Tel-Aviv a fin de comprender mejor el conflicto árabe-israelí, busqué visiones más neutrales y no movidas por un interés especial, lo que me fue muy útil para entender el contexto geopolítico y comprender con mejores fundamentos cuanto allí acontecía.

Intento fallido de volver al Congreso. ¿Y ahora qué?

Regresé a las elecciones del 94 y me presenté al Senado, cuando se iniciaba la circunscripción nacional. No logré el objetivo a pesar de recibir una buena votación.

Tratando de explorar alternativas intenté ser incluido en la terna para contralor general de la Nación, iniciando contactos con el Consejo de Estado.

De otro lado, ante esa misma opción, me recibió en su despacho el magistrado santandereano Ricardo Calvete, quien presidía la Corte Suprema de Justicia. Llegó con algún retraso y me comentó que se había demorado la sesión en Sala Plena debido al debate planteado por la consulta del doctor De Greiff acerca de la aplicación del límite de edad de retiro forzoso a los sesenta y cinco años que estaba próximo a cumplir.

La decisión fue positiva y debió presentar renuncia, con lo cual el gobierno procedió a integrar una nueva terna. Una curiosa situación o coincidencia que días después me significó un cambio drástico en mis expectativas.

Comenté con el magistrado mi intención de inscribirme como aspirante a la Contraloría y me dispuse luego a evaluar la estrategia más conveniente para iniciar la ronda de visitas en una u otra Corte.

Estuve muy cerca de iniciar las entrevistas de rigor, cuando el destino intervino y ocurrió algo inesperado.

Meses antes con mi mamá habíamos tenido que viajar de Bucaramanga al municipio de Oiba donde había fallecido el tío Guillermo. Continuamos hacia Bogotá para atender citas médicas de ella que concluyeron en la necesidad de realizar una cirugía, en principio rutinaria, que terminó mal y le causó una severa infección.

Estando en la habitación de la clínica recibí una llamada del presidente Gaviria que me resultó extraña y sorpresiva, pensando inicialmente que se relacionaba con la salud de mi mamá, pero el motivo era otro. Me planteó la inclusión de mi nombre en la terna que debía enviar a la Corte para elegir nuevo fiscal general de la Nación. Vueltas que da la vida.

Fiscalía General de la Nación

No comenté a la familia el motivo de la llamada que acaba de recibir de la Presidencia. Estaba pendiente de ir a comer con Antonio Lizarazo, quien me esperaba en la recepción de la Shaio. Por el camino le relaté la conversación con Gaviria y al llegar al restaurante, casi de inmediato, el noticiero de televisión instalado en el lugar anunció la terna con mi nombre.

Me quedó claro que fui el último en ser incluido. Competía con dos personajes de la vida nacional de gran trayectoria: el procurador Carlos Gustavo Arrieta, y el decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Javeriana, Juan Carlos Esguerra. Yo era el menos conocido en relación con los temas propios de la Fiscalía y no ayudaba para nada el que hubiese sido congresista.

Obviamente dejé de lado los contactos para aspirar a la Contraloría y decidí solicitar citas a los magistrados de la Corte. Me interesaba presentarme y aclarar que no era un candidato “de relleno”, como se alcanzó a insinuar, es decir, que estaba ahí simplemente para completar la terna.

Antes que mis conocimientos sobre las labores propias de la Fiscalía, les expuse mi concepción sobre el servicio público, la independencia como garantía y la actitud de bajo perfil entendido como discreción y ponderación con la que debe actuar quien asume funciones judiciales.

El primer magistrado con quien hablé y a quien no conocía, integrante de la Sala Laboral, al concluir el breve encuentro me manifestó su apoyo, recomendándome hacer el mismo ejercicio con cada uno de sus colegas. Solo un magistrado escogió reunirnos a almorzar en el Hotel Tequendama, frente al edificio de la Corte, cuando se estaba construyendo el nuevo Palacio de Justicia. Hablé con todos, a excepción de uno que estaba en licencia.

El periódico El Tiempo tituló a dos columnas en primera página el día de la elección: “Entre Arrieta y Esguerra se elige fiscal”. En otras palabras, Valdivieso no contaba. Sin embargo, el generoso respaldo de la Corte me honró con la elección en la primera ronda.

El día de la elección estuve en la sede de la campaña de Samper y desde allí tomé un taxi para ir a la Shaio a visitar a mi mamá, cuya salud empeoraba. En la ruta oí por radio la noticia de mi elección, que no alcanzó a conocer mi mamá pues sus condiciones eran muy precarias y murió unos días después.

Comencé a concebir algunas ideas para transmitirlas a los medios de comunicación. Expresé que ser penalista no era indispensable ni, probablemente, conveniente para el desempeño adecuado del cargo. Me propuse hacer valer y capitalizar mi falta de conocimiento profundo y especializado en esa rama del derecho, para ser más cauteloso en las opiniones sobre procesos y situaciones específicas a cargo de los fiscales.

Luego vino el ejercicio de integrar el equipo de colaboradores. Busqué para la vice fiscalía un penalista que no estuviera vinculado al litigio, pues pensé que así se podrían evitar reservas sobre la designación.

Me sugirieron el nombre de Adolfo Salamanca, de quien, sin conocerlo, tenía buena imagen por su labor como Alto Comisionado para la Policía. Lo designé y de inmediato fuimos construyendo una apreciable amistad. Trabajó con gran dedicación y profesionalismo, así como lo hicieron los demás integrantes del equipo directivo y de todos los niveles. Mística, solidaridad, acertado criterio y un deseo inmenso de trabajar de manera coordinada, orientados en resultados que favorecieron el fortalecimiento de la Institución.

En los primeros momentos del denominado Proceso 8000, una de las actuaciones investigativas y judiciales de mayor recordación de los últimos años, cuando los alcances iban llegando a personas que se consideraban intocables por parte de la justicia, fiscales asignados al caso me hicieron llegar la inquietud de “hasta dónde quería el fiscal general que fueran en sus responsabilidades”. De inmediato les hice saber que tuvieran la absoluta seguridad de que no había ni podía haber límite alguno.

Una buena evidencia del compromiso con la justicia fue la actuación ante el Gobierno Samper. Si bien apoyé su campaña a la Presidencia y él mi candidatura al Senado en el 94, las investigaciones contra integrantes de su entorno se adelantaron sin que mediara preferencia alguna ni deseo o actitud de afectación más allá de lo estrictamente ajustado a la ley.

De otra parte, en cuanto al presidente, la fiscalía general, no siendo competente para investigarlo, limitó su labor a consolidar el documento-denuncia que oportunamente y en cumplimiento de mis funciones constitucionales presenté en la Comisión de Investigación y Acusaciones de la Cámara de Representantes.

Me dirigí un día, sin previo aviso, hacia las cinco de la tarde, al llamado Edificio Nuevo del Congreso a radicar el documento en la oficina correspondiente, en ausencia de periodistas, porque no quería hacer del hecho un espectáculo.

Mi expectativa era que adelantaran una investigación a fondo para establecer lo sucedido en la campaña del 94, que se realizara una investigación seria y objetiva para que los congresistas pudieran valorarla debidamente. Pero esto no ocurrió, porque absolvieron a Samper sin haberlo investigado. Un precedente grave para la democracia.

Mi convicción ha sido siempre la de que el candidato Samper conocía de los dineros de procedencia ilícita recibidos por su campaña.

Fueron cerca de tres años de una labor frenética, con entrega y compromiso, que permitió profundizar la consolidación de la Entidad y evidenciar la importancia que le asignaron los constituyentes del 91.

Aspiración a la presidencia

Con el anuncio de retirarme de la Fiscalía planteé una expectativa de aspirar a la Presidencia de la República. La primera decisión fue correcta y la segunda equivocada, como varias veces lo he expresado.

La decisión de la Cámara de absolver al presidente transmitía la falsa sensación de que era inocente y mi permanencia en el cargo exponía a la Fiscalía a un efecto adverso. Era altamente probable que se tratara de señalarme como causante de una pretendida injusticia o de haber adelantado una persecución sistemática contra Samper, algo que golpearía a la Institución.

En cuanto a la eventual candidatura, resultó claro que no logré captar la percepción de sectores significativos de ciudadanos como aspirante viable. Se me siguió considerando como fiscal general o como exfiscal y esto equivalía a estar en el lugar equivocado. Lo que alcancé a plantear no logró convocar. En fin, no fue una decisión acertada.

Optamos con un buen número de amigos por apoyar al candidato Andrés Pastrana a través de la Alianza por el Cambio, como integrantes de sectores liberales.

A pesar de mi cercanía con Horacio Serpa, de quien, en lo personal, no tenía reservas, pero en lo político sí, era imposible apoyarlo. Para el país era incompresible que él llegara a la Presidencia con el respaldo de Samper luego de lo ocurrido en su campaña, equivalía a que eligiera su sucesor.

Algunos desarrollos políticos me llevaron a reflexionar sobre el papel que pudiera cumplir en el gobierno que se iniciaba. A través de Rafael Pardo se exploró la posibilidad de mi participación en contactos con el ELN, tema atractivo, aunque algo ajeno a mi formación y experiencia.

También se nos planteó desde el Gobierno a los compañeros de la alianza la necesidad de apoyar con amigos en el Congreso a uno de los candidatos a la Contraloría General que no resultó elegido. Este episodio lo entendí como sintomático de lo que sería hacia adelante aparecer como poseedor de un relativo poder en las altas esferas del Estado sin tener una efectiva capacidad de gestión. Vendrían nuevos retos.

Naciones Unidas

El generoso ofrecimiento del presidente Pastrana de representar a nuestro país ante la Organización de Naciones Unidas en Nueva York la consideré como un inmejorable reto. Formar parte del más importante escenario del multilateralismo me atraía, luego de mi experiencia diplomática ante el Gobierno de Israel.

Tuve la oportunidad de concentrarme en temas de la Asamblea General durante el primer año, en asuntos del Consejo Económico y Social en el segundo y los dos últimos en esa exclusiva e interesantísima labor en el Consejo de Seguridad. La coincidencia de la elección de Colombia como miembro del Consejo fue en realidad de gran significado para mí.

El manejo de las decisiones críticas como consecuencia de los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001 y sus posteriores efectos en términos del papel universal de la ONU fueron apasionantes. Se creó el Comité contra el Terrorismo para hacerle seguimiento a las obligaciones impuestas a todos los países frente al terrorismo de alcance global.

Participé en varias misiones del Consejo de Seguridad: a África, a la antigua Yugoslavia, especialmente en Kósovo y a Eritrea-Etiopia. Estas experiencias me permitieron estar en contacto con diversos conflictos, regiones y visiones históricas, que tantas enseñanzas dejan.

Regreso al país

Regresé al ejercicio profesional en asesorías jurídicas, trabajé en temas de prevención del lavado de activos y fui retomando la docencia.

En el 2006 participé, por invitación de Germán Vargas Lleras, quien ya estaba en el partido Cambio Radical, en las listas al Senado. Llegué al Congreso por reemplazos en el 2008.

Este Partido se fundó originalmente bajo el nombre de Valdivieso 98, cuando, como parte de las actividades adelantadas a mi salida de la Fiscalía, se recolectaron firmas y se solicitó el reconocimiento de personería jurídica.

Durante mi permanencia en Nueva York, quienes participaron en la creación del Partido, de la cual formalmente no hice parte, decidieron conservar la personería. Ante las instancias electorales plantearon el cambio de nombre, proponiendo el de Liberalismo Independiente, que no fue aceptado. Como alternativa escogieron el de Cambio Radical, partido que ha tenido una evolución “agridulce”, por decir lo menos.

De nuevo a la docencia

De nuevo retomé la docencia como profesor universitario en el Colegio de Estudios Superiores de Administración – CESA, en la Escuela de Administración de Negocios – EAN y en la Universidad Javeriana. También he dictado módulos en diplomados en la Sergio Arboleda y en especializaciones en la Santo Tomás de Bucaramanga. Durante cinco años, entre 2014 y 2019, representé al presidente de la Republica en el Consejo Superior de la Universidad Industrial de Santander- UIS.

La docencia es una vocación que me ha acompañado siempre y que he ejercido por décadas desde 1975 con algunas interrupciones, convencido de poder aportar conocimientos y experiencias alrededor de la trayectoria en el sector público. Así, las asignaturas que dicto tienen contenido jurídico, económico y estatal, lo que bien puede ser de utilidad para los estudiantes.

Es un ejercicio que exige disciplina, que implica estar actualizado, organizar contenidos e ideas para las exposiciones. Con la pandemia he hecho la transición a la virtualidad. Mi estilo al enseñar pasa por ser muy próximo a los alumnos, acercando la figura del docente a los estudiantes.

Puedo asegurar que es una actividad que me ha brindado siempre satisfacciones.

Familia

Mi matrimonio con Marta Cecilia León Reyes ha significado un valioso soporte durante gran parte de mi vida.

Marta es economista, con sobresalientes cualidades personales, comprometida con mis actividades, entre ellas el desempeño de cargos públicos, las campañas políticas y el ejercicio profesional. Es incansable promoviendo la cohesión familiar y ayudando a la gente. Generosa, responsable, organizada, metódica y gran trabajadora.

Nuestros dos hijos ya avanzan en sus propios planes de vida.

Sergio, nació en Bucaramanga, estudió en Tel Aviv-Israel, en Nueva York y se graduó de Bachiller en el Gimnasio Moderno en Bogotá. Sus estudios profesionales fueron en Administración de Empresas y Ciencias Políticas en la Universidad Javeriana y maestría en Desarrollo Económico Local en London School of Economics- LSE. Ha trabajado en el Ministerio del Trabajo, en Planeación Nacional, en la Presidencia de la República y en el Ministerio de Educación Nacional. Es muy analítico y disciplinado, con interés especial en el sector público.

Camilo nació en Bogotá el día en que terminé mi labor como ministro de Educación Nacional. Tenía cuatro meses cuando viajamos a Israel. Asistió al colegio en Nueva York y se graduó de bachiller en el Gimnasio Moderno, en Bogotá. Estudió Derecho en la Universidad de los Andes, carrera que ha ejercido durante un buen tiempo en la Corte Constitucional. Está próximo a iniciar sus estudios de Maestría en Derecho en la Universidad de Columbia, Nueva York. Tiene una vocación muy definida hacia lo jurídico, para lo que ha demostrado gran compromiso.

Nuestros hijos han tenido total independencia para tomar sus propias decisiones y son muy exigentes en hacer valer su propio esfuerzo y dedicación.

Las familias Valdivieso Sarmiento y León Reyes han sido muy importantes en nuestras vidas y de gran apoyo. Durante varios años Arturo León y Cecilia nos brindaron hospitalidad en su casa, con afecto y generosidad. Y siempre solidarios en los momentos en que con Marta y nuestros hijos les hemos necesitado.

Reflexiones

¿Cuál es su sentido real de la existencia?

Actuar correctamente y dar ejemplo.

¿Cómo le gustaría ser recordado?

Como una persona que ha sido consecuente con los altos intereses de la vida en sociedad, que ha contribuido a mejorarla y que nunca ha dejado de considerar que Colombia es un Estado que sigue mejorando aún en medio de no pocas dificultades.

¿Cuál debería ser su epitafio?

No he terminado de concebirlo.

Por Isabel López Giraldo

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jose(33220)13 de junio de 2021 - 02:03 a. m.
Muchas gracias señora Isabel y muchas gracias señor alfonso valdivieso . historias y memorías que es necesario leerlas sin prevención , sin prejuicios . entre otras cosas muy dedicado a estudiar. . no cabe duda los colombianos no sabemos escoger . valdivieso es un buen funcionario.
Javier(18622)12 de junio de 2021 - 02:18 p. m.
Un mediocre funcionario cualquiera. Además, pésimo relato.
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