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                                                                                                                              Cuando se nace con el corazón roto

                                                                                                                              Hay quienes nacen con el corazón roto, como Emilia, una niña de 8 años que me pidió que le ayudara a morir. Emilia tenía un corazón construido a medias, al que le hacía falta el trozo que se encarga de llevar sangre a todo el cuerpo (síndrome de corazón izquierdo hipoplásico).

                                                                                                                              Catalina Vargas-Acevedo

                                                                                                                              Actualmente se conocen alrededor de 300 diagnósticos de cardiopatías congénitas.
                                                                                                                              Foto: Pixabay

                                                                                                                              Como es usual en estos casos, a Emilia le habían hecho tres cirugías en su vida: la primera, a los pocos días de nacer, luego al año y finalmente, a los cinco años. En ese momento, Emilia se encontraba en un Fontan fallido, lo que quiere decir que solo le quedaba el trasplante cardiaco como última opción, pero por sus altísimas presiones pulmonares no era una buena candidata. Todo esto se reducía a tres bombas (circulación extracorpórea), tres heridas quirúrgicas, tres hospitalizaciones en la unidad de cuidado intensivo y múltiples procedimientos invasivos. Pero, a pesar de todo esto, Emilia caminaba, jugaba, comía, sonreía y lloraba teñida de morado, una coloración violácea en los labios, en las uñas y en todo su cuerpo. Por tanto, Emilia pedía que se le respetara su derecho a una muerte digna y con 8 años, por encima de la voluntad de su padre, pedía que la dejáramos descansar.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Le puede interesar: Guerra de Corea: El soldado que todos olvidaron

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                                                                                                                              El dilema aparece cuando se entiende que hay algunos defectos, algunos pacientes, en los que se puede predecir un desenlace menos favorable, e incluso malo. Y cada vez hay más información que hace cuestionar, no solo la calidad de vida con la que estos niños y niñas salen a vivir su vida, sino también el amplio espectro de alteraciones neurológicas con las que pueden quedar como consecuencia de las cirugías, de los postoperatorios, e incluso como secuela inherente al defecto cardiaco; desde un déficit de atención, problemas de aprendizaje, hasta epilepsias severas, parálisis cerebral o muerte encefálica. Una cantidad espeluznante de riesgos y consecuencias que obligan a que se piense dos veces en la corrección inicial. Por tanto, como suele suceder, la lógica se ve amenazada y cuestionada por la incertidumbre y las verdades que conocíamos pierden valor cuando entendemos que las certezas orgánicas y el sentido fisiopatológico de la enfermedad se ven silenciados por la metáfora del corazón de Emilia, que siente, que duele, y que prefiere dejar de latir. Entonces, en este campo de las anastomosis perfectas, hay un ingrediente más. Pues la misma dualidad necesaria para la comprensión de cada latido del corazón, entre lo clínico y lo literario, es quizás inherente al estudio de corazones rotos.

                                                                                                                              Le recomendamos leer: Rosario Córdoba: “Nada se debería posponer” (Historias de vida)

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                                                                                                                              Actualmente se conocen alrededor de 300 diagnósticos de cardiopatías congénitas.
                                                                                                                              Foto: Pixabay

                                                                                                                              Como es usual en estos casos, a Emilia le habían hecho tres cirugías en su vida: la primera, a los pocos días de nacer, luego al año y finalmente, a los cinco años. En ese momento, Emilia se encontraba en un Fontan fallido, lo que quiere decir que solo le quedaba el trasplante cardiaco como última opción, pero por sus altísimas presiones pulmonares no era una buena candidata. Todo esto se reducía a tres bombas (circulación extracorpórea), tres heridas quirúrgicas, tres hospitalizaciones en la unidad de cuidado intensivo y múltiples procedimientos invasivos. Pero, a pesar de todo esto, Emilia caminaba, jugaba, comía, sonreía y lloraba teñida de morado, una coloración violácea en los labios, en las uñas y en todo su cuerpo. Por tanto, Emilia pedía que se le respetara su derecho a una muerte digna y con 8 años, por encima de la voluntad de su padre, pedía que la dejáramos descansar.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Le puede interesar: Guerra de Corea: El soldado que todos olvidaron

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                                                                                                                              Ver todas las noticias
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