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El cine queer en “La perdida”

Melissa Mejía Arias, directora, productora y fundadora de Liquid Light habló para este chat sobre su interés por el cine, los retos que ha enfrentado con su empresa y su más reciente serie, “La perdida”.

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Pablo Marín J.
18 de febrero de 2025 - 12:08 p. m.
Melissa Mejía Arias rodó “La perdida” en 21 días.
Melissa Mejía Arias rodó “La perdida” en 21 días.
Foto: Archivo Particular
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¿Qué la llevó a ser cineasta?

Estudié publicidad en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. La última materia que inscribí fue cine publicitario, y ahí supe que eso era lo que quería hacer: crear personajes y contar historias a través del formato audiovisual. Me gradué y empecé a trabajar en una agencia pequeña de publicidad, donde tenía la oportunidad de hacer de todo. Llegó “El correo de la noche”, que quería abrirse a la era digital y hacer unos tutoriales de coctelería. Nadie en la agencia se le midió. Lo hice y conseguí cámaras, locaciones, modelos, todo. Me quedó gustando mucho. El paso de producción a dirección fue gracias a una convocatoria de la Unicef con la Acnur y Señal Colombia para hacer un contenido infantil llamado “Amigos sin fronteras”. Es el nombre que propusimos, y buscaba disminuir los ataques de xenofobia contra la población infantil migrante venezolana. Más allá de ser directora, lo que me gusta o intento poner en lo que he aprendido en 15 años de trabajo es que lo que se cuente tenga un propósito más allá del entretenimiento.

¿Qué la motivó a fundar Liquid Light?

Dije: “Necesito rancho aparte porque quiero dedicarme 100 % a este tipo de proyecto”, y así nació Liquid Light, justo en la pandemia. La abrí en 2019, y en 2020 todos los proyectos se cayeron, pero de alguna forma seguimos vinculándonos con iniciativas muy chéveres. De ahí coprodujimos “Catapum”, un documental hermoso sobre tres cantadoras de bullerengue. Nos habla de posconflicto, de paz, pero sobre todo de construcción de tejido social desde los territorios y, claro, de estas tres poderosas mujeres. También empecé a escribir “Todos somos genios”, una serie animada para niños, muy educativa. Luego vino “La perdida”, la serie con la que espero lograr al menos una nominación a los India Catalina.

¿De qué trata “La perdida”?

“La perdida” es la primera serie colombiana protagonizada por mujeres trans. Es una novela policiaca de humor negro que no aborda el universo trans desde los mismos puntos de vista tradicionales. No es amarillista, sino que simplemente presenta a estos tres personajes multidimensionales que se embarcan en una aventura para descubrir dónde está su hermana desaparecida. Esa serie marcó la apertura a trabajar con la comunidad e implicó una investigación profunda. No quería que partiera de la experiencia de una mujer cisgénero, sino que se inició con un trabajo de campo intensivo, siempre en colaboración con la comunidad. Nuestro asesor principal fue Manu Mojito, un artista con más de una década de trabajo dentro de la comunidad LGBTI.

¿De dónde surgió “La perdida”?

En 2022, Manu Mojito empezó un proyecto llamado “El trepe”, un festival de artes queer. Ese año me dijo: “Meli, me dieron unas fechas en el Museo Nacional, quiero hacer esto”. Era un concurso hecho con las uñas, donde varias artistas a nivel nacional participaron. Apoyaba en producción y grabación, y quedé anonadada con el talento. No había presupuesto para pagarle a cada participante, pero había una necesidad enorme de mostrar su arte: drag, performance, transgénero, una unión de expresiones. Cada chica que pasaba me impresionaba. Ahí pensé: hay que hacer algo. Recuerdo especialmente a Pía Jiménez, Lilith. Ella es espectacular, divina y talentosa. Aunque no ganó, llegó a la final, y empecé a maquinar una historia con ella. Paralelamente, hice un corto documental sobre la Madre Cindy, una de las lideresas trans más importantes de Bogotá. En ese corto filmamos a unas chicas en el barrio Santa Fe, pero para incluirlas en el documental necesitábamos su autorización. Nos dijeron que nos la darían, pero cuando Cata Ángel —nuestra productora de campo y también lideresa trans— fue a recoger los papeles firmados, no pudo. “Se perdió”, me dijo. Y yo: “¿Cómo así que se perdió?”. “Sí, es que ellas se pierden”. Empecé a investigar y me di cuenta de que hay un montón de posibles respuestas a eso: puede ser que las desaparezcan, es decir, las matan y nunca las encuentran, o se van del país, entre otras opciones. Ahí nació “La perdida”. Con Manu construimos la historia con acompañamiento cercano de la comunidad.

¿Cómo fue el proceso de escritura para “La perdida”?

Para mí es fundamental contar con el apoyo de un escritor con experiencia. Armo el arco narrativo y defino la historia que quiero contar. Normalmente, trabajo con Arturo Torres, quien siempre me ha seguido mis ideas. Él empezó a dialogar desde su visión heteronormativa. Para mí lo esencial fueron las acciones. Después tuve sesiones larguísimas con Manu, donde lo leímos, lo actuamos y ajustamos. Él me decía: “No, esto no. Ellas no lo dicen así, lo dicen de esta manera”. Esa fue la primera corrección de estilo. La segunda se dio en las lecturas de guion con los actores y las actrices. Ahí surgieron comentarios como: “Oye, creo que esto funcionaría mejor de otra forma”, o “No lo diría así, me siento rara diciéndolo”. Muchas veces sus propuestas eran mucho más auténticas y explosivas. Incluso durante el rodaje seguíamos ajustando. Si con la cámara enfrente me decían: “Meli, no me gusta”, lo cambiábamos en caliente. Para mí era fundamental que se sintieran cómodas con lo que estaban diciendo.

Regresemos a la fundación de Liquid Light, ¿cómo fue la pandemia para una compañía productora?

Fue difícil, muy difícil. La pasión es un arma de doble filo, te impulsa a seguir remando a pesar de las circunstancias adversas, pero también hace que te aferres a cosas a las que tal vez debiste haber renunciado antes. Sin embargo, es lo que nos ha llevado hasta aquí. No había financiación, todo fue hecho a punta de aportes. Durante la pandemia, estábamos en pleno desarrollo y preproducción de “Catapum”, el documental que estrenamos en 2023 en salas de cine. Fue cuestión de invertirle, de poner todos los ahorros en proyectos en los que realmente creía.

Habla de una cercanía con su equipo, ¿cómo se gestan estos lazos de amistad?

En 2018 empecé a trabajar como gerente de producción en 7G Lab, donde manejamos clientes como Alpina y Tigo. Hicimos proyectos comerciales muy interesantes y, para mí, siempre fue clave que el equipo se sintiera apreciado y justamente remunerado. Desde la creación de presupuestos hasta la negociación con proveedores, generé confianza con el equipo, asegurándome de que se sintieran valorados y cuidados, incluso en detalles como una buena alimentación en el set. Al manejar diferentes presupuestos, el equipo sabía que cuando un proyecto tenía recursos limitados, no era porque los estuviera engañando, sino porque realmente estábamos ajustándonos a lo disponible. Esto nos permitió construir una relación de confianza y amistad genuina, evitando esa falsa idea de “familia” que muchas empresas usan para explotar a sus trabajadores. En Liquid Light implementamos un modelo colaborativo en el que las cabezas de equipo se convierten en socios del proyecto. Un porcentaje de las posibles ventas se distribuye entre el director de fotografía, el gaffer y otros roles claves. Puede que un proyecto se venda o no, pero así nadie trabaja solo con la promesa de “te pago en el siguiente”. Es una forma de trabajo más justa y equitativa, donde todos apostamos por la calidad y el éxito del proyecto.

Pablo Marín J.

Por Pablo Marín J.

Profesional en Creación Literaria. Escritor de cuentos y novelas de ciencia ficción. Apasionado del cine y guionista de varios cortometrajes.pmarin@elespectador.com
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