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¿Cómo se comenzó a gestar la colaboración entre el Teatro SAT-Galpón y El Pequeño Teatro?
Durante dos años fuimos invitados al Festival de Manizales y el Festival Internacional de Teatro de Medellín, con dos obras. Una de ellas, Las bacantes, la presentamos en El Pequeño Teatro de Medellín. Les gustó mucho nuestro trabajo y con Albeiro, uno de los actores de El Pequeño Teatro, estuvimos discutiendo y me dijo que estarían interesados en que viniera a hacerles un montaje. Al final, les propuse mejor hacer una coproducción, aprovechando la celebración de los 50 años de ese teatro y eso hicimos.
¿Por qué eligieron “La avería” para la coproducción?
Había tres razones. Primero, Dürrenmatt es el dramaturgo más conocido en Suiza y tiene una dimensión internacional. La avería es una parodia corrosiva sobre lo que es la justicia con una dimensión muy universal. No está limitada a un contexto geográfico ni a un país determinante. Por otro lado, desde el punto de vista de los personajes, se nos facilitaba más hacer esta obra. En un principio, habíamos pensado en hacer Frank V, pero es para 18 actores y ahí habríamos tenido problemas logísticos.
¿Qué es lo más impactante de la obra?
Dürrenmatt dice que la tragedia no tiene ningún sentido en el mundo que vivimos. Él tiene un humor negro y corrosivo que puede ayudar a la sociedad a entender ciertas cosas sobre sí misma. Pienso que, con la ironía y la parodia, riéndose y con un contenido muy crítico detrás, la gente se abre y percibe las problemáticas que presentamos de otra manera. Hay dos ceremonias montadas en la obra que son muy universales: comer y beber, y la parodia del tribunal, donde hay un acusado que dice que no ha cometido ningún crimen.
¿Qué fue lo más difícil de adaptar y traducir de esta obra para presentarla en Colombia?
Hubo varios desafíos. El primero fue que hicimos la traducción y la adaptación porque originalmente era una novela corta, un cuento, y la adaptación se hizo partiendo de eso. Dürrenmatt había hecho también una adaptación teatral, por lo que confrontamos ambas versiones y eso es lo que vamos a presentar. Hay un cambio de perspectiva, porque los tres personajes principales que eran hombres, en la adaptación original son tres mujeres. El otro desafío era encontrar a los actores de El Pequeño Teatro, porque ellos tienen otro tipo de método de trabajo actoral. Los invitamos a confrontarse con el método que yo propongo y para mí era un desafío porque yo soy de Medellín, pero hace 40 años que estoy en Europa trabajando teatro, por lo que mi pensamiento teatral está en francés. Debía hacer un esfuerzo importante de traducirlo al español para comunicarme con los actores.
¿Cómo describiría su método de dirección?
Para mí, fundamentalmente, el teatro es un arte del actor, de la actriz. La investigación que he hecho durante toda mi vida teatral es cómo ser una acompañante en el acto creativo del actor. Considero al actor como un músico, como un bailarín, que deben entrenarse diariamente, desarrollar el trabajo vocal y corporal. Esa es un poco mi metodología de trabajo. También creo que hay una parte que es hecha a la medida del actor. Por ejemplo, en el caso de dos actrices que vienen, hay una que ha trabajado conmigo durante 25 años y la otra desde hace ocho años. Con ellas hemos producido un lenguaje común que permite superar ciertos límites. Eso es importante para cada espectáculo, no quedarnos encerrados en un saber ya conocido, sino intentar ir más lejos.
¿Para usted cuáles son las características fundamentales que debe tener un director?
Escuchar y darle espacio creativo al actor. Yo me defino como una partera, estoy ahí para ayudar al actor a parir un personaje desde su creatividad.
SAT-Galpón está en Suiza, ¿cómo manejaron la logística de la coproducción con El Pequeño Teatro?
Ellos estuvieron invitados el año pasado a dos meses de ensayo, donde nos preparamos para presentar la versión francesa. Creo que fue una experiencia importante e intensa porque, de pronto, no estaban acostumbrados a seis horas diarias de ensayo, investigación, búsqueda y entrenamiento. Pero llegaron con una apertura humana y una curiosidad muy grande. El resultado está en las tablas.
¿Cómo fue la reacción del público en Europa?
Fue increíble porque Andrés Moure, que es el personaje masculino principal, hizo toda la obra en francés allí. Él había hablado francés cuando estuvo en Europa como niño, pero desde hacía tiempo no hablaba, para él fue un desafío grande. Durante las dos semanas que nos presentamos el teatro estuvo casi que lleno y gustó mucho porque es un autor conocido, a quien casi todos los suizos han estudiado, por lo que había mucha expectativa de ver cómo abordábamos el texto.
¿Y en Medellín?
Hubo una acogida muy importante porque nosotros estamos acostumbrados a un público europeo que es más frío, más silencioso, aquí el público es más participativo, más presente y para nosotros también el teatro estaba lleno durante todas las tres semanas de representaciones. Para los actores suizos fue una experiencia muy bonita confrontarse con este público de aquí.
¿Cuál ha sido la experiencia más bella que le ha dado el mundo del teatro?
Para mí el teatro fue el suceso de las obras, de los montajes, de la poética. Son las relaciones con las personas. El teatro me ha hecho encontrar personas increíbles. Siempre amo a los actores con los que trabajo: me dan la confianza para que yo los dirija y se establezcan unas relaciones muy fuertes, muy intensas. El teatro es lo que me tiene vivo, es mi vida. ¿Cuál cree que es el mayor aporte del teatro a la sociedad? Nos hace creativos, nos da vida, y fuera de eso participa en el lenguaje simbólico que es tan importante, sobre todo en el mundo en que vivimos. Es un aporte que enriquece el lenguaje simbólico, pero, sobre todo, a las personas que lo practican y van a verlo.
¿Cómo ha cambiado su percepción del teatro desde que empezó a trabajar en él hasta ahora?
El mundo de teatro que había cuando comencé ya no existe. Las formas de producción, las poéticas y estéticas han cambiado. Yo hago un teatro en el que es importante el trabajo en grupo y cada vez es más difícil hacer eso por condiciones económicas, pero también porque las generaciones actuales son más dispersas. Es un trabajo que exige sacrificio social. Desde mi punto de vista, el teatro es importante para desenmascarar todos esos roles sociales que tenemos, implica que las personas que lo hagan tengan esa necesidad. Para ello, en Ginebra, creé junto a otros artistas el Teatro del Galpón, que es un espacio que nos permite concentrarnos bien, que nos protege del mundo.
