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No existe hoy un documento de mayor aproximación histórico-antropológica, literaria y poética al litoral del Pacífico colombiano como esta crónica que entrega hoy a los colombianos J. Mauricio Chaves-Bustos: En el litoral recóndito -Pacífico, cultura y más-.
A través de publicaciones en los blogs del diario El Espectador, el escritor nariñense ha dado cuenta minuciosa de la textura humana de una costa que continúa recóndita, como la llamó Sofonías Yacup en 1934. Un litoral que permite develarse a partir de estos testimonios que van de viaje en lancha, por tierra, en avioneta, hasta lugares que el colombiano común no imagina que existen.
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Los nombres vienen con su sonoridad de agua, tanino y oro hasta el lector; Iscuandé, Salahonda, La Tola, El Charco, Tumaco, Barbacoas, para descubrir ahí no solo el testimonio de los pobladores de hoy, sino la corporeidad de la tradición, el canto, la danza, la gastronomía, las voces que vienen desde el pasado para contar apretadas reminiscencias, huellas exactas de una oralidad que decanta su africanía en los tiempos modernos.
No llama a sorpresa que sea un escritor del alto coto de la poesía el que describa hoy con musicalidad, donaire y valentía, lo que muchos nacionales anhelan saber de un territorio de olvido.
Mauricio Chaves viene de esas noches mestizas que suben de la hierba, como las describió Aurelio Arturo. De aquella comarca de ensueño donde “jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes, estremecían la tierra con sus cascos de bronce”.
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Desde la niebla que va de Pasto a la Patagonia, el Sur se nos puede antojar como un territorio de palabras en el que juegan al anochecer viejos rapsodas sobre mesas en las que el brillo de la madera está hecho también con baldados de luna. Ahí se pueden curtir las historias de Bolívar y Agualongo, San Martín y Rosas, Roberto Arlt y Gardel, Borges y Felisberto Hernández, Santos Discépolo y Neruda, César Vallejo, José María Arguedas o Julio Ramón Ribeyro.
El Sur puede ser una gavilla de abigeos que conducen un rebaño por trochas ignotas de la frontera, un farol de una esquina rosada y aterida en la noche -postal de tango- o la iracunda Buenos Aires, que se levanta como Santiago, Antofagasta, Valparaíso, Guayaquil, El Callao, Rancagua o Temuco, a refundar la historia en el tejido de todos los días.
Ese mismo Sur que permitió a Arturo decir:
“Te hablo de días circuidos por los
más finos árboles: te hablo de las vastas noches
alumbradas por una estrella de menta
que enciende toda sangre,
te hablo de la sangre que canta
como una gota solitaria que cae
eternamente en la sombra, encendida…”.
La mirada del historiador, del hombre de letras que como en el síndrome de Stendhal quiere verlo todo, hasta debajo de las piedras, acompaña a Chaves en este itinerario fascinante donde podemos asomarnos al Pacífico colombiano, como desde una ventana de chachajo o tangare, para viajar con los propios en sus barquichuelos empujados por velas hechas con sacos de harina.
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Aquí se instala una fabla de nativos o como quería el poeta Helcías Martán Góngora, un Mester de Negrería, para darnos a entender lo que el director de cine colombiano Luis Alfredo Sánchez describió como la tristeza del oro.
Pueblos viejos asentados sobre terraplenes de metal precioso; historias de despojos, dragas extranjeras, mitos, leyendas.
Libro para ser consultado en las escuelas y universidades de Colombia, se constituye también en un documento invaluable para el país que desea aproximarse a esta tierra donde no obstante las seculares carencias, “es dulce la vida”.
Constituye un privilegio acercarse a estas páginas con el mapa de la república en la mano, y “viajar” de verdad, de la mano de Mauricio Chaves, como quien emprende una aventura donde el regocijo de llegar, apreciar el paisaje, indagar por esteros y manglares, comprobar una realidad tan bella como dolorosa, es estímulo para el espíritu, agua para el sediento.