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La frutería (Cuentos de sábado en la tarde)

El día transcurría lluvioso y gris. La tristeza como buena oportunista empezaba a apoderarse de mis más recónditos pensamientos. Me antojé de plátano verde, el macho, aquel que viaja varias semanas en barco desde Suramérica. Confiaba en su valeroso potasio para afrontar un domingo más.

Verónica Bolaños
28 de agosto de 2021 - 05:02 p. m.
"Le pagué al frutero un par de plátanos gemelos; solo pensaba en llegar al apartamento, freírlos, comérmelos con un trozo de queso latino y que me hiciera efecto lo antes posible".
"Le pagué al frutero un par de plátanos gemelos; solo pensaba en llegar al apartamento, freírlos, comérmelos con un trozo de queso latino y que me hiciera efecto lo antes posible".
Foto: Archivo

Me calcé con los zapatos antideslizantes que tengo reservados para torear charcos, que un día compré en un comercio chino ─no he encontrado unos mejores─. Agarré el paraguas, también chino, ¿hoy en día qué no está fabricado en China?

Bajo a paso decidido a la frutería a comprar plátanos, mi antidepresivo natural. La entrada de la frutería estaba obstaculizada por una silla de plástico, de color blanco, donde se encontraba una mujer sentada, tenía el pelo plateado, de estatura media, vestía una falda azul marino, blusa blanca y zapatos negros, también, antideslizantes.

Por lo que pude escuchar, minutos antes, la señora se apoyó en la cesta de tomates, y se calló con ella, por el suelo rodaban los tomates, como bolas de bolos…

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—¿Se encuentra bien? ─le preguntaban los curiosos─. Yo me hice a una esquina.

—Estoy mareada ─respondía la mujer, abriendo y cerrando el broche del monedero que tenía en sus manos blanquecinas y arrugadas.

—¿Sabe cómo se llama, lo recuerda?

—Angustias, me llamo Angustias ─balbuceó la mujer con labios temblorosos.

—Muy bien, Angustias, no se preocupe hemos llamado a la ambulancia, necesito que me diga el número de teléfono de algún familiar. Tranquila, intente recordar…

—6951… —la señora cantó uno a uno los números, sin vacilar, mientras una mano desconocida le sobaba la cabeza.

—Hola, estoy con su madre en la frutería de la calle Lope de Vega, se ha mareado, hemos llamado a la ambulancia.

—Mi marido está en la esquina comprando el periódico, lo llamaré y enseguida va.

—Su hija dice que ahora…

A los pocos minutos llegó la ambulancia y se bajaron dos mujeres y un hombre, vestidos de amarillo, con una camilla portátil y un botiquín de primeros auxilios.

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—Se ha mareado, hemos llamado a su hija, dijo qué enseguida...

—Muchas gracias, ya nos ocupamos nosotros —dijo uno de los técnicos de emergencia.

Esperaron. La mujer seguía sentada, una auxiliar le tomaba la presión.

Pasados 20 minutos el médico y un técnico ayudaron a subir a la mujer en la ambulancia, sujetándola por los brazos.

La señora Angustias, con las carúnculas enrojecidas miraba hacia la esquina, donde quedaba el quiosco de los periódicos.

Le pagué al frutero un par de plátanos gemelos; solo pensaba en llegar al apartamento, freírlos, comérmelos con un trozo de queso latino y que me hiciera efecto lo antes posible…

Por Verónica Bolaños

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Magdalena(45338)29 de agosto de 2021 - 03:58 a. m.
Muy buen cuento,excelente su humor negro.
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