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Siempre que llega, me roza los labios con su dedo índice antes de pasar el umbral. Es un rito tan cruel como espiritual. Es una diosa que prohíbe la palabra mientras estemos juntos, y si la palabra no está entre nosotros, ¿cómo podré decirle que la amo?
Y entonces también la rozo, también la toco. Muevo la yema de mis dedos por su cuerpo con cuidado y en ellos es que grabo la sensación de su piel, porque no puedo pronunciarla. La beso en la frente, en los ojos, en los labios. Y en ellos la grabo porque no puedo llamarla.
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Ella tampoco me nombra, aunque yo no se lo haya prohibido. ¿Por qué no me llama por mi nombre? Cuando nuestros cuerpos se separan, ríe y me mira con ternura, incluso me habla de cómo ha sido su día. A veces pienso que por fin he destruido su coraza, pero entonces se aleja y calla, como para recordarme que no somos iguales. Ella allá, yo acá. Como una diosa y su súbdito, un súbdito cuyo nombre no tiene importancia ante las caídas y respiros de las eras.
Antes de irse, siempre vuelve a colocar su dedo sobre mis labios. “Adiós”, me dice a veces, pero la mayoría de las veces no habla. Me abraza o me da un beso en la frente. Es una muestra de cariño, pero siempre acompañada de algo de desdén porque no le puedo poner nombre a aquel gesto.
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Ella sabe cómo me llamo, y aún así evita nombrarme. Si la Palabra es creación, yo estoy muerto. Muerto junto con los olvidados de la historia que tampoco tienen nombre. Yo en cambio la llamo y la llamo hasta la saciedad cuando estoy solo. Al nombrarla me lleno de ella, y es como si viviera en ella aunque yo esté muerto. Ella es una diosa caprichosa, como todos los que han existido antes que ella, y sin embargo no puede evitar que su súbdito trascienda gracias a ella. Para eso es que la he hecho diosa.
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Antes de irse, yo la llamo aunque me lo haya prohibido. Porque soy un rebelde es que nazco de nuevo por un momento. Muero de nuevo cuando ella no me llama de vuelta. No importa... cuándo vuelva viviré otra vez. La llamo porque la amo. Y porque la amo es que existo de a rato a rato. Pero si la palabra creó el mundo, también lo matará. Yo nazco y ella me mata. Me mata al evitar mi nombre y por ende, niega mi existencia. Es una diosa caprichosa que pudo amar a su creación, y prefirió matarlo.