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El fandango que derrumbó la frontera con USA

Pese a que Jorge Castillo era músico, su formación era lejana al son jarocho, ritmo musical veracruzano en el que la danza, la música y el verso comunitario se juntan.

Chris Mosquera
09 de octubre de 2021 - 09:31 p. m.
Jorge Castillo es el director de Fandango Fronterizo, un festival que se lleva acabo en la frontera entre EE. UU. y México.
Jorge Castillo es el director de Fandango Fronterizo, un festival que se lleva acabo en la frontera entre EE. UU. y México.
Foto: Cortesía Shakti Comunicaciones

Hacia 2006, Castillo conoció los fandangos, fiestas en las que el son jarocho se interpreta al calor de las voces, la declamación y los pasos de los invitados. “Me invitaron a un evento en la playa de Tijuana, que quedaba en la frontera, en donde el muro fronterizo entra al mar”, dice Jorge. “Era una jornada para limpiar las playas. Fui como voluntario. Andaba recogiendo basura en las bolsas y me acerqué al muro, compuesto de unos barrotes que tenían 20 centímetros de separado, cada uno”. Jorge saludó a una familia que estaba al otro lado de la barrera. Ellos le regalaron una botella de agua. Entonces se le iluminó la idea de que allí, en la frontera entre dos países, se podría gestar un fandango sin papeles, sin documentos, sin nada. Un fandango que rompiera el muro con sonido.

Así fue como nació el Fandango Fronterizo, un evento cultural, musical y popular que subvierte la frontera y agrieta, a punta de canciones, una barrera geopolítica y simbólica que divide a Estados Unidos de México. Para hablar de este festival, Castillo fue invitado al II Seminario Internacional Música y Transformación Social, en el que 88 profesionales, de 24 países, narraron historias sobre la fuerza de la música para transformar las sociedades, que se celebró en Ibagué, y que se puede ver virtualmente a través de la web www.simts.co

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¿Cuándo fue el primer Fandango Fronterizo?

El primero se hizo el 23 de febrero de 2008 en la frontera con Tijuana y San Diego. La idea fue desarrollándose años atrás. El son jarocho viene de Veracruz, la zona sureste de México, pero poco a poco, en los 90, empezó a promoverse fuera, hacia el norte. Emigró, salió con la gente. En otras ciudades fue creciendo el movimiento del fandango, que es la fiesta del son jarocho.

En 2006 asistí a mi primer fandango. Por esos días, ya en los Ángeles, San Diego y Tijuana empezaban a haber eventos que reunían a una poca gente. En Santa Ana, California, creció una comunidad muy activa en torno a estos eventos.

Ese año había fandangos cada mes pero ocurrían en San Diego, en los Ángeles, en Tijuana o Mexicali. Nunca podíamos reunirnos en un lugar todos, principalmente por la situación legal de la frontera, las visas, los pasaportes. Especialmente el problema era para los compañeros mexicanos que no podían cruzar a Estados Unidos. Los Americanos sí podían cruzar a México, pero la situación nunca ha sido fácil. Si no era por la violencia era por las largas horas de espera para ingresar a Estados Unidos. Y las patrullas fronterizas no se caracterizan por ser de lo más flexible.

Entonces vino el Fandango Fronterizo… ¿De qué se compone el evento?

La idea es crear una fiesta en los dos lados de la frontera. Se coloca una tarima de baile, la mitad en el lado mexicano y la mitad en el lado americano. Así, tu compañero va a estar del otro lado. El son jarocho tiene esta capacidad de respuesta, dices un verso y otro te lo responde. Entonces, haz de cuenta que yo digo un verso:

Bendito cielo te ruego

Permiso para empezar

Permiso para empezar

Bendito cielo te ruego

Y alguien lo va a repetir. Si tú lanzas ese verso del lado mexicano, alguien te lo contesta del lado americano. Y esta es la manera de simbolizar que el muro no nos puede detener.

Todos pueden participar allí. Por ejemplo, si tú vienes de Colombia y sabes los sones básicos, puedes unirte. Hay un son con el que se abren todos los fandangos del mundo que es el siquisirí. Si te lo sabes, lo cantas. Eso ayuda a que la gente se integre y se sume.

Nosotros hacemos un festival de amor, poesía, humanidad y paz en un lugar donde hay un muro donde solo puede entrar tu dedo meñique para tocar a tu compañero al otro lado. El hombre crea fronteras todo el tiempo, entre una música y otra, de un país a otro, de una religión a otra y lo que queremos es derribar esas fronteras a través del sonido.

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¿Cuánto dura el Fandango?

Comienza a las diez de la mañana y va hasta a las dos de la tarde, porque la patrulla fronteriza solo nos da permiso a esa hora. Ya en la noche hacemos uno, solo del lado mexicano y se corre la música hasta el amanecer. Mucha convivencia, calor y amistad allí.

Para que la fiesta dure, en el fandango existe la mayordomía: una costumbre que consiste en proveer de alimentos a los músicos que participan.

¿Qué tanto de espontáneo y qué tanto de planeado tuvo la primera versión?

El primer Fandango fue muy improvisado, solo sabíamos que queríamos juntarnos. El evento estaba planeado para hacerse de día y, como siempre sucede, alguien invitó a seguirla en una casa y fue hasta el amanecer. Hoy, el Fandango fronterizo es el evento magno de cada año. Hay un comité, somos una organización.

¿Quién está del otro lado de la frontera?

Llega gente que vive en San Diego, Los Ángeles, Santa Ana, Texas, New York, Seattle, Chicago… El evento ha crecido mucho y hay mucho interés de ir a ese fandango. También viene mucho americano, bilingüe e interesado en la lengua mexicana. Y claro, también suramericanos, ¡Hay dos colombianos en el comité del evento!

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¿Qué tensiones políticas ha despertado el festival?

El Fandango Fronterizo no se inició como un evento político. Es una tradición cultural que nos une y nos da paz. Pero es inevitable estar frente a un muro y no querer derribarlo, porque sabemos lo que significa la frontera: muchos paisanos latinoamericanos han intentado cruzar y no han llegado a su destino; mucha gente deja todo para poder llegar allí. Se vuelve una situación política precisamente por el tema migratorio, el racismo y las fronteras.

Sin embargo, este fandango tiene la meta de derribar todos los muros, no solo los políticos, sino los raciales y musicales: allí todo el mundo es bienvenido. Solamente hay que respetar los protocolos. No se trata de protagonizar: hay un líder que dirige el fandango, y se respeta que no haya un protagonismo. Es un ritual, un mantra. Es un círculo y, casi que todos, los que estamos allí entramos en trance.

¿Qué tanto sufrió el evento con la llegada de Trump?

Hemos tenido problemas, no es fácil. Para acercarte al muro hay que pedir un montón de permisos, hacer trámites. En el evento, los soldados de la patrulla fronteriza se sitúan en frente del fandango con sus armas enfundadas y los perros, como si fuera a pasar algo… Hemos pedido que no lleven armas y no nos escuchan.

Y siempre nos ponen trabas con el permiso, nos lo alargan. A veces está todo listo menos el permiso. Siempre decimos “En el último de los casos, lo hacemos del lado mexicano”.

Trump, durante su mandato, dificultó las cosas. Unos amigos nos apoyaron con congresistas y gente del gobierno para que se moviera, pero hemos tenido muchas trabas. Y aunque no quieras, el evento se vuelve político y la gente se pone a versar en contra del muro, en contra de Trump. Eso sí, nadie insulta pero hay libertad de versar.

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¿Cómo fue el evento en la pandemia?

El año pasado lo tuvimos virtualmente y este año estábamos esperando, pero vimos que hubo la tercera ola. En el Fandango está la gente toda amontonada, cantando encima de 30 instrumentos y tienes que pegar unos gritos bárbaros. Tú cantas un verso y alguien lo tiene que repetir para responderte. No hay micrófonos, todo es orgánico, a puro pecho. Entonces imagínate la cantadera encima de los demás. Decidimos esperar para retomar actividades el otro año.

¿Qué cambió del primer al último Fandango?

Del primero que hicimos en 2008, cuando estaba empezando el Son Jarocho en Tijuana, a ahora, ya hay toda una escuela y una tradición bien establecida en la frontera. Es un poco híbrida porque, al no estar en Veracruz y con la influencia de la música americana encima, mantener una tradición de música campesina es complicadísimo. Pero hemos tratado de crear un espacio de Fandango que ha crecido muchísimo. Y hay generaciones enteras de jóvenes y niños que han hecho del son jarocho un fenómeno local.

Por Chris Mosquera

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