Publicidad

Marcelino el triste (Cuentos de sábado en la tarde)

Como todas las mamás, la de Marcelino le había dicho que no iba lograr nada en la vida si seguía durmiendo en las tardes. Para su sorpresa, él venció a su peor enemigo en la siesta de las 4:00 p.m.

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Manuel González Cardona*
07 de agosto de 2021 - 07:00 p. m.
Eran las cuatro de la tarde y en el cuarto de Marcelino parecía que fueran las cuatro de la madrugada. Su cuerpo también lo creía; cerró los ojos y se transportó al mundo de los sueños, al que Freud llamó la realización alucinatoria de los deseos, la vía privilegiada del acceso al inconsciente.
Eran las cuatro de la tarde y en el cuarto de Marcelino parecía que fueran las cuatro de la madrugada. Su cuerpo también lo creía; cerró los ojos y se transportó al mundo de los sueños, al que Freud llamó la realización alucinatoria de los deseos, la vía privilegiada del acceso al inconsciente.
Foto: Pixabay
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

De mirada baja y triste, los dedos de Marcelino eran una pena porque se comía las uñas cuando tenía miedo, y ya casi no tenía. La mayoría de su ropa era oscura y sus brazos nadie los conocía porque los escondía muy bien tras camisas o sacos de mangas largas. Tenía talento para el dibujo, pero no confiaba en él lo suficiente como para enorgullecerse.

Le puede interesar: La ventana (Cuentos de sábado en la tarde)

Cuando dormía, caía como una piedra, ni un terremoto lo despertaba. Su mamá le repetía que esa era la razón por la que no podía dormir en las noches ni utilizar esas horas “perdidas” en actividades de provecho.

Marcelino juraba que cuando la artista ochentera Jeanette entonaba El muchacho de los ojos tristes se la cantaba a él.

(…) El muchacho de los ojos tristes

Vive solo y necesita amor

Como el aire, necesita verme

Como al sol, lo necesito yo.

El muchacho de los ojos tristes

Ha encontrado al fin una razón

Para hacer que su mirada ría

Con mis besos y mi gran amor (…).

La diferencia entre el coro de la canción y la realidad es que Marcelino no necesitó de una musa para sonreír. El muchacho de ojos tristes encontró la razón en sí mismo.

Eran las cuatro de la tarde y en el cuarto de Marcelino parecía que fueran las cuatro de la madrugada. Su cuerpo también lo creía; cerró los ojos y se transportó al mundo de los sueños, al que Freud llamó la realización alucinatoria de los deseos, la vía privilegiada del acceso al inconsciente.

Le sugerimos: El 7 de agosto a la una temprano (Cuentos de sábado en la tarde)

Encerrado en casa, sentado en el sofá, consumiendo series como de costumbre, un ”¡Toc, toc!” interrumpió su soledad. Marcelino silenció el televisor y se quedó paralizado en el sofá, mirando hacia la puerta con los ojos bien abiertos y blanco como un papel, en espera del siguiente golpe. Volvió a sonar el golpe y el cuarto se llenó de una atmósfera de suspenso. Su respiración, el sonido más fuerte del lugar, y la mente llena de pensamientos sin poder capturar alguno a la vez.

Ahora camina en puntitas hacia la puerta y aunque no ha visto por el ojo de la llave, sabe que detrás hay algo malo. Se recuesta de espaldas contra la puerta, mientras el corazón amenaza con salirse de su pecho. Voltea a mirar a la izquierda y ve muebles, y cuando hizo lo mismo a la derecha, vio materializar sus miedos por la ventana.

No tenía nombre, era una silueta humana de color negro. Marcelino sólo podía reconocer unos ojos blancos penetrantes y una sonrisa maliciosa, que lejos de tranquilizarlo, lo puso tan nervioso que optó por morderse las uñas que ya no tenía. La silueta solo tuvo que apuntar con sus ojos hacia afuera para que, del pánico, Marcelino le abriera y encontrara un sujeto gigante que lo esperaba afuera.

De unos cinco metros y sonrisa burlona, el gigante parecía decirle a Marcelino: “He capturado mi presa”. Su silueta y toda su expresión facial disfrutaban del espectáculo.

El muchacho cerró los ojos y se dijo así mismo: “Es el fin”. Los volvió abrir y vio al gigante vestido de smoking y corbatín blanco, tratando de rodearlo con sus manos sin poder tocarlo. Sin embargo, su risa burlona era abrumadora. Marcelino cerró los ojos y le suplicó que no le hiciera daño.

Le puede interesar: Hojas secas (Cuentos de sábado en la tarde)

De pronto, en su mente saturada por el miedo, hubo un espacio para conversar con alguien y suplicarle ayuda.

- ¡Tú puedes contra él!, lo animó una voz.

-No puedo ¡Está tratando de tocarme!, insistió Marcelino.

- ¡Observa bien!, no te está tocando-, no puede hacerlo.

Marcelino se animó a mirar y comprobó que era cierto, el gigante no podía alcanzarlo.

- ¡Pero tengo miedo!, su risa burlona me asusta, replicó Marcelino.

- Eso es lo que quiere hacer, paralizarte para que no te puedas liberar, afirmó la voz con una convicción tan grande que el muchacho, decidido, le preguntó:

- ¿Cómo puedo vencerlo?

- ¡Con la verdad! No soporta la verdad, contestó en susurro a manera de un secreto.

Marcelino escuchó con lujo de detalle las mentiras y burlas que el caballero gigante le recitó en la oreja y empezó su lucha contra él, respondiendo con la verdad. Entonces, cada vez que el señor de saco y corbatín le decía una mentira, Marcelino acudía a la verdad y el gigante se hacía más pequeño y más pequeño, hasta convertirse en un minúsculo personaje que hasta ternura provocaba.

Verdad tras verdad, el gigante fue dejando de sonreír y al reducir su tamaño, ahora era Marcelino quien lo miraba en picada. Con la verdad como arma letal, el muchacho triste no solo derrotó al señor de saco y corbata, sino que encontró en él la razón para que su mirada sonriera.

*Manuel Alexander González: Alma vieja, siente que nació a destiempo y es un millennial de 23 años. Tan amante de la comunicación social, que la estudió dos veces. Desde que salió de casa a los 19 años, con el corazón enamorado de Dios, sabe que su destino es ser una pieza móvil como ficha de ajedrez, hasta el día en que su alma y su edad coincidan.

Escucha boleros gracias a su madre y si hay algo de generosidad en él, lo heredó de su papá. Siendo un estudiante, dio su primer discurso para motivar a sus pares a defender la educación. Ahí supo que su don eran las palabras y que su sueño era ser escuchado.

Por Manuel González Cardona*

Conoce más

Temas recomendados:

 

Jesús(o9rw6)08 de agosto de 2021 - 03:52 p. m.
Gracias Manuel muy bueno!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.