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Un chat con Mariana Carrizo, coplista y cantante argentina
¿Cómo fueron sus primeros acercamientos al canto?
Soy de una comunidad de allá, de los Valles Calchaquíes. Canto desde niña, con mi abuela. Íbamos a pastorear las cabras por los cerros, por las montañas, y entre todo ese quehacer cotidiano de la vida nacieron y se iban cantando las coplas. Así fue como empecé a cantar, entre el trabajo y la tierra, acompañando el día con la voz.
¿Cuál ha sido su relación con Colombia a lo largo del tiempo?
Hace muchos años que no venía a Colombia. Tengo muchos amigos colombianos, muchos artistas amigos, pero hay uno muy especial: Jorge Velosa. Somos amigos desde hace mucho tiempo; lo conocí cuando vine al Festival Mono Núñez. No recuerdo el año exacto, pero creo que fue alrededor de 2012. Desde entonces mantenemos un vínculo: siempre nos carteamos, ahora por medios electrónicos. Escucharlo a él es, de alguna manera, como volver a Colombia, aunque también lo hago a través de todos los artistas amigos de acá, de esos colombianos que andan por el mundo.
Recientemente participó en el encuentro con comunidades indígenas de la Sierra Nevada, en Santa Marta, y lo denominó una “ofrenda musical”. ¿Qué significa eso para usted?
Es una manera de agradecimiento a esta invitación tan emotiva para mí, y también a la madre Tierra. Me parece tan fantástico que sucedan todos esos movimientos. Para los que estamos de este lado de la trinchera, es sumar nuestra gotita de agua, como el colibrí: un poquito. Es para agradecer.
Antes de cantar, mencionó que la emocionaba mucho estar en el Caribe. ¿Qué lugar ocupa hoy el mar en su historia?
Para mí es muy fuerte, porque nosotros no tenemos mar. Pero bueno, ya lo vamos a comprar, digo yo. Pronto, pronto, apenas estemos mejorcitos, lo compramos.
Soy una persona a la que le gustan todos los lugares, porque creo que mi lugar está en todo el mundo. De chiquita soñaba con vivir un poquito en cada rincón de la Tierra. Cantaba coplas con mi abuela, y ella soñaba con conocer el mar. Falleció sin conocerlo, así que cada vez que estoy cerca de él, se lo dedico.
¿Cuál es la historia de la pieza que interpretó? ¿Por qué la eligió para esa ocasión?
Se llama “Doña Ubenza”. Es una canción que está dedicada a una mujer indígena. Es un himno para nosotros, por eso la canté. Es ese pensamiento de encuentro y desencuentro en el que transitamos día a día.
El tambor con el que acompañó su interpretación llevaba palabras sueltas y frases escritas. ¿Qué representan?
Son coplas, sí. Algunas son mías y otras me las pongo ahí, son como queridas, como flores que van bordando mi instrumento, con el que me acompaño siempre y con el que ando cantando por los caminos.
En Colombia hemos vivido muchos períodos de violencia, y tal vez por eso la música es una forma de refugio. En su caso, que es de Argentina, ¿cómo lo ha vivido? ¿Qué ha significado la música para su país?
La música es también eso: una manera muy viva y vivida de estar dentro de nosotros y de hacernos permanecer de pie. Sobre todo la música de todos los rincones, pero creo que la que más fuerza tiene es la campesina, donde está muy presente, con la misma fortaleza de la montaña. Está ahí, cobijándonos. Eso es lo que nos hace seguir de pie, persistiendo y cuidando, de alguna manera.
¿Y a usted sobre qué le interesa y le gusta cantar?
Me gusta cantar sobre las cosas lindas, sobre todo, pero particularmente muchas cosas de risa, de humor, de la vida desde ese lado.
¿De qué manera cree que la música, en este reencuentro en el corazón del mundo, atraviesa todo lo que estamos hablando: la paz, la libertad?
Creo que la cultura es una de las formas más fuertes de resistencia, y donde nos cobijamos todos. Todos estamos dentro de las culturas que nos preceden, y además es el abrazo más poderoso. Ahí tenemos que fortalecernos, resguardarnos, para continuar desde el lado amable de la vida.
