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Escuchar a Rafael Poveda sobre todo lo que representó escribir Tras la sombra de Garavito causa escalofríos. Por momentos me pregunté cómo debía ir escrito todo lo que él decía, y cuento esto porque si uno al escuchar o leer el libro se escandaliza -porque no hay escapatoria a esa sensación-, no me imagino cómo debió ser para él y para todas las personas que han estado cerca de Luis Alfredo Garavito, del asesino serial que violó y asesinó a decenas de niños en Colombia y otros tantos en Ecuador.
“Me llamó mucho la atención la manera de contar las cosas, de una forma muy fría y al mismo tiempo con una memoria muy prodigiosa, se acordaba de todo, de los lugares, colocaba los mapas, los dibujaba y con una memoria fotográfica de dónde había dejado los niños, de dónde había curvas, un árbol. Nosotros salimos convencidos de que esta es una historia que teníamos que hacer”, contó Poveda.
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El libro Tras la sombra de Garavito hace parte de un proyecto con el que también se publicó la novela El reflejo de la bestia y con el que se espera publicar pronto un documental. Xiomara Barrera, Cristian Valencia y Kevin Pinzón hicieron parte de este proyecto que tenía, por un lado, la intención de responder al por qué pasó lo que pasó, sin que eso significara hacer una apología a la violencia o revictimizar a las familias de los menores que fueron asesinados.
“Esta historia teníamos que contarla y te voy a decir por qué: aquí hubo un gran fracaso de las autoridades. Durante cerca de tres décadas esta persona, primero, violó 200 niños, y después optó, no solamente por violarlos, sino por matarlos, y lo hizo con otros 210 niños en Colombia y cuatro en Ecuador, si no estoy mal. Él era un nómada que iba de lugar en lugar, por 14 departamentos en el país, llevándose a los niños, y en muchas ocasiones las autoridades creyeron que eran sectas satánicas, y en cada lugar llevaban a cabo investigaciones, pero nunca hubo un sistema nacional que uniera todo. Aquí hay culpa de las autoridades, pero también es parte de esta sociedad nuestra, porque Garavito se escondió en ese humo producido por el narcotráfico, Pablo Escobar, Carlos Castaño, paramilitares, las FARC, ELN, todo ese tipo de cosas que iban pasando en este país... El proceso 8.000, la corrupción, la violencia, y mientras el país estaba pendiente de eso, él silenciosamente iba de pueblo en pueblo llevándose niños humildes, vendedores de lotería, de dulces, lustrabotas, niños, y esto nos tiene que poner a reflexionar, solos con mamás porque sus padres brillaron por sus ausencias, que tenían que salir a buscar el pan de cada día, por consiguiente eran vulnerables al acecho de Garavito. Él siempre se quedaba en hoteles cercanos a estaciones de buses, de bares, y ahí es cuando empezaba a tomar. Había una canción que le producía muchas cosas y era Cinco centavitos, y ahí comenzaba a transformarse. Él ofrecía uno, dos pesos, decía que lo acompañaran a traer un ternerito, y los niños se iban con él a lugares que no eran tan lejanos”, aseguró Poveda.
¿Cómo se sintió en el primer momento en el que vio a Garavito? ¿Cómo fueron transcurrieron esas horas de conversación?
Sentí como repulsión, a pesar de que fue una persona muy amable, pero comenzó a llamar mucha curiosidad de parte nuestra. Nosotros, en febrero de 2020, fuimos a visitarlo a la cárcel de la Tramacúa en Valledupar sin cámara, con Kevin Pinzón, el periodista que lo contactó y que por más de tres años ha estado hablando con él. Me impresionó mucho que es como un culebrero, es una persona que tiene palabra en el sentido de que tiene capacidad de convencimiento, un hombre de mil facetas, que se disfrazaba de lo que fuera: de cura, minusválido, era como un actor de Hollywood, una cosa increíble, con una gran realidad. Me impresionó también su mirada, sobre todo su ojo derecho porque el izquierdo se le ha ido cerrando porque tiene una verruga cancerígena. Él tiene leucemia. Desde el primer día que lo vi hasta hace cuatro meses que lo volvimos a entrevistar está mucho más delgado, el ojo se le cerró completamente y la verdad que ha estado muy enfermo.
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Después de ese primer encuentro en su celda, una celda solitaria, no hay ninguna celda alrededor, éramos solamente los tres y un guarda que estaba afuera, llegó la pandemia y pudimos entrevistarlo en abril de 2021 y por mucho tiempo. Eran sesiones de 10:00 de la mañana a 12:00 del mediodía, y de 2:00 a 4:00 de la tarde. Para mí era muy difícil. Creí que no lo iba a poder hacer. Tengo a mi hijo Martín que ahora tiene 12 años, y la verdad que es, junto con Valentina que tiene 16, el amor de mi vida. Esa era la edad promedio de los niños que mataba Garavito, y por consiguiente, estar hablando con él era imaginarme a mi hijo, qué habría pasado con él, conmigo, era imaginarme ese tema de las mamás. de todo lo que sufrieron, porque cuando mataba a uno de esos niños mataba en vida a esos familiares. Esa fue gran parte de la tragedia de Luis Alfredo Garavito. Por consiguiente, era difícil estar sentado con alguien y sentir esa energía pesada, esa mirada de un solo ojo, pero penetrante. Intentaba ser cortés, amable, pero me parece que era parte de una fachada para demostrar que era un hombre arrepentido, creyente en Dios, una persona que leía y recitaba la Biblia. Siempre la tenía con él. Yo la verdad que no sé si eso es verdad, pero lo que puedo decir es que no soy un dios, ni un juez, mi trabajo era hacer preguntas, escudriñar un poco y entender cómo fue posible que él matara 210 niños en Colombia y Ecuador y por qué lo hizo.
Él decía que cuando tomaba empezaba a sentir una gran urgencia en su cuerpo de llevarse un niño, y al mismo tiempo empezaba a escuchar unas voces ‘diabólicas’. En muchas oportunidades nos contó que él era lector de ‘libros diabólicos’, que estuvo, por ejemplo, en Bogotá en el sacrificio de un niño de 10 años en una ceremonia, en una secta, que él no lo hizo, pero estuvo ahí.
¿Cómo fueron los encuentros con familiares que fueron víctimas de Garavito?
Estuvimos visitando víctimas en Villavicencio, Pereira, Armenia, en el Valle, en Tunja, y llegamos más convencidos además de que el gobierno colombiano se olvidó de las víctimas de Garavito. Nunca nada para ellos. Nunca ninguna mención. No les ha importado a nuestros gobiernos. Son personas que necesitan ayuda, visibilidad. Me impresionó mucho que son personas que han muerto en vida. Ha pasado tanto tiempo y todavía con ese dolor en el corazón.
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Garavito nos contó de un niño que mató por los lados de San Mateo, al sur de Bogotá, y lo dejó en una arenera, hace casi 30 años. Y él recuerda cómo estaba vestido el niño. Kevin Pinzón, el periodista, estuvo casi tres meses recorriendo ese lugar, buscando a la familia de él y encontró a la mamá y le contó lo que había dicho Garavito. El año pasado, en diciembre, la mamá del niño le mandó un mensaje a Kevin agradeciéndole la noticia que le había dado, porque por primera vez iba a tener una navidad diferente, ya ella sabía que su niño nunca iba a volver. Muchas de esas familias piensan que a esos niños se los llevó la guerrilla o alguien más, y en muchas oportunidades esperaban esa navidad a que llegaran y tuvieran un momento de felicidad. Con esa historia yo me siento tranquilo de ese trabajo periodístico que hicimos.
Sigamos hablando del proceso del libro: luego de hablar con Garavito, cuando ya era momento de pasar todo al papel, ¿qué pensaba? ¿Cambió alguna perspectiva o pensamiento sobre todo lo que escuchó de Garavito?
De algo que estábamos convencidos es que no era una apología al delito. No nos interesaba hacer más grande a alguien que es el asesino en serie de niños más grande del mundo, pero también era importante no revictimizar a nadie, por consiguiente nunca le preguntamos cómo mató a alguien, eso está en sus expedientes, en sus confesiones, en las investigaciones. A mí me interesaba saber era por qué. Y yo salí como convencido de las más de 20 horas de entrevistas con él, que era una persona que había hecho un pacto con el diablo. Me llama mucho la atención muchas cosas: Garavito ha estado a punto de morirse, pero una de las enfermeras me contaba que muchas veces lo ven en las últimas y al otro día está como si nada.
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En Pereira, en Hacederos, que ahora es el Parque de la Vida, Garavito se llevó muchos niños, los amarraba, violaba y mataba, pero nunca los enterraba, los dejaba ahí. Y eso sucedía después de que había tomado. Pero se acuerda de absolutamente todo: de cómo estaban vestidos, de cómo se llamaba el niño. Cuando en un lugar hay un cuerpo, siempre hay gallinazos, pero en este caso hubo decenas de niños, más de 15 años, y los encontraron por causalidad, ahí nunca hubo gallinazos, y le preguntaba por qué pasaba esto, es como si hubiera algo diabólico. Y nunca había creído en nada de eso, en brujas o cosas así, pero uno sale convencido de que el mal existe y existe de muchas maneras.
Daniel Camargo es el nombre de otro asesino serial que mataba niños en Colombia y Ecuador. Recuerdo que en la obra de teatro en la que se cuenta su vida (Camargo), el personaje decía que él estaba en el mundo para representar el mal en la humanidad. Todo esto para preguntarle qué reflexión le deja sobre el mal este acercamiento con Garavito...
Hay tantas teorías que dicen que todos tenemos algo malo dentro de nosotros, pero la verdad que yo no me he puesto a estudiar eso, me pone a pensar mucho como país, de lo que estamos haciendo, como que siempre estamos en una puerta giratoria dando vueltas y dando vueltas y no mejoramos. Creo que tenemos un caldo de cultivo y tenemos que preguntarnos qué queremos como país y sociedad, pero estamos inmersos en un mar de problemas: de violencia, de drogas, de odio, de luchas políticas, de no perdón, es un caldo de cultivo para que sigan apareciendo Garavitos.
¿Y qué reflexión le deja esto sobre la condición humana?
Luis Alfredo Garavito nos dejó marcados para siempre y tenemos que tener como una lección aprendida, muy dolorosa, de algo que no puede suceder. Tenemos que comenzar, aunque no sé si lo hagamos porque siempre andamos de noticia en noticia, de pelea en pelea, a pensar en una mejor sociedad con los niños. Nadie habla de los niños. Hay muchos barrios en donde mandan a los niños a la esquina a comprar el pan, la leche, y mira lo vulnerables que son. Siento que los niños no nos importan mucho, que esos niños vulnerables son invisibles para nuestra sociedad y tenemos que analizarnos cómo es que nuestro país o nuestra sociedad produjo un monstruo como Garavito y otros asesinos en serie que también hemos creado.
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