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El terreno de la enfermedad, por intentar precisar uno de los temas del último espectáculo que tuve la fortuna de ver, se me ocurre, debe ser un tema obligado en la historia del arte por contener en si mismo el dolor físico como uno de sus nortes. El dolor, para mí, no importa de qué tipo, ha sido siempre la esencia desde la cual nacen las preguntas que se transforman en obras de arte. Una obra es una pregunta arrojada en público que intenta resonar con el otro, un camino de comunicación que no pretende respuestas, cuando las hay, es peligroso, cuando ocurre el silencio es un poco más satisfactorio, pero cuando las preguntas que aparecen en el espacio de lo público producen otras preguntas entonces, ahí sí, no por medio del maniqueo llanto o la risa superficial; ahí, en esa plataforma desnuda que es la comunicación, allí, nace la conmoción.
Salud, obra escrita, puesta en escena e interpretada por Andrea Duarte parte de la enfermedad como detonante de partida y punto de llegada, es un espectáculo llamado a promover preguntas. Cuando inicia la obra sabemos que asistiremos a una pieza que parte de lo real para convertirse en ficción, no olvidemos, nunca es posible sostener una verdad histórica en el escenario. Finalmente, la puesta en relato supone la creación de una fábula en tanto que el punto de vista siempre transforma la expectativa.
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La actriz y además escritora de Salud, nos expone su relación tóxica con una enfermedad que en casi todos los casos resulta fatal y no tiene otro posible final que la derrota de quienes la padecen. Su caso, cuando inicia y, durante todo la experiencia, es una batalla perdida; eso dicen los otros, de lo que nos hablan los doctores. Que no hay salida, que queda poco, que lo único que se puede es mitigar el dolor ¡El dolor! Con esta premisa se me renuevan algunas preguntas por las que ya he transitado con anterioridad pero desde otra perspectiva, las obras tratan dolores, sin duda, preocupaciones, la puesta en el espacio de las mismas es la que nos permite entendernos en la colectividad.
Sin embargo, y muy a propósito de lo oportuno que puede llegar a ser este trabajo sobre las angustias, de cualquier tipo, que pueda tener un artista, requieren de una muy fina inspección sobre los detalles. ¿Cómo debo tratar el dolor? ¿Por qué compartirlo? Y ¿Cómo hacerlo buscando un camino que no esté hecho de lastimeros comentarios acerca de mi lugar de víctima en el proceso? Cuando el dolor está arraigado a una enfermedad que además ha padecido el artista, resulta difícil comentar porque su dolor requiere de un respeto y ese respeto por la vida es también una barrera que protege el lugar de dicha creación, me resulta mucho más complejo el camino de comentarlo porque mi experiencia pasa por la técnica y allí algunos aspectos de la enfermedad y de la experiencia personal del creador terminan estando por encima.
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Mi vida, por supuesto, puede ser una plataforma donde es difícil comentar, es mi experiencia en el escenario la que da valor a los gestos que provoco, en todos los casos está legitimado el que hable en primera persona y que aquello de lo que hable sea finalmente yo mismo, protege mi relato de técnicas o métodos, no hay otra posible verdad porque en realidad solo se comparte una perspectiva y esta solo es posible porque trata el recuerdo y la memoria. No obstante, trataré con delicadeza de entrar en este umbral entre lo real y la obra de arte a provocar o enunciar las preguntas que me nacen mientras veo el espectáculo. Ciertamente hay una dirección cuando comparto mi experiencia, un objetivo, lo público. Esta experiencia entonces ya no es el único elemento que debe importar en la creación y no se debe obviar la potencia de lo real solo porque sea un hecho trascendente en mi vida, es claro que debo tener cuidado de no caer en el lugar común de la enfermedad, además de las precisiones que implica entender que ahora ya no es real en tanto que se ha convertido en relato, la experiencia ha mutado, pertenece al espectador y el espectador es salvaje. El camino se hace estrecho en esta vía de comunicación y entonces sea hace necesario producir una distancia, dicho de un modo mejor, ser consciente de esa distancia que ahora hay entre el hecho representado y la verdad que puede subyacer o ser el punto de partida. El “cómo”, entonces, resulta cobrar de nuevo más importancia que el “qué”. Resulta necesario entender esta distancia porque es justo esta distancia ante el dolor propio la que me permite rastrear mis estrategias para que mi mensaje tenga eficacia, sea cual sea.
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Por otro lado, una de las victorias más grandes del espectáculo tiene que ver con que, mientras vemos a la actriz transitar diferentes estados, nuestra experiencia colectiva nos reafirma una tensión que se produce en silencio; cada paso sobre el escenario, cada momento que nos es compartido es un deterioro silencioso dentro de ella, hay algo que me mantiene con la sensación de que en silencio algo le está matando, ese poder de verdad me hace sentir y sentir siempre es un buen síntoma porque me pone de frente contra mi humanidad.