El Magazín Cultural
Publicidad

Un escudo amarillo quemado (Cuentos de sábado en la tarde)

Llegó a su casa temprano, al atardecer, recibió el abrazo y los besos de la vieja, feliz de verlo llegar vivo, y furiosa porque usted es muy terco, está jugando con candela, y otra vez tan feliz que ni siquiera se dio cuenta de que el muchacho llegó con la mitad del almuerzo que le dan en el «punto». Se la trajo al viejo. El hermano menor lo vio más alto, más bello, le pidió detalles de los combates y le rogó que lo llevara algún día. Desde un rincón, la hermana mayor grabó su voz, sus gestos, el casco de utilería, las gafas industriales, esa pinta de quijote infantil.

Julio César Londoño
26 de junio de 2021 - 06:00 p. m.
Miguel transformó una antena de DirectTv en su escudo para protegerse de los ataques durante el paro nacional.
Miguel transformó una antena de DirectTv en su escudo para protegerse de los ataques durante el paro nacional.
Foto: Archivo personal de Miguel

El viejo le rogó que no volviera al «punto» y se puso a examinar el objeto que trajo el muchacho. Era un círculo de lámina fuerte. Estaba pintado de amarillo ocre, tenía medio metro de diámetro y en el centro una cruz curva, azul oscuro. Parecía una antena pero en realidad era un talismán, un ángel de la guarda redondo. «¿Y esto?», preguntó el viejo. «Ahora soy primera fila», contestó el muchacho.

El padre se pasó la mano por la cabeza. Se levantó de la Rimax remendada con alambre y se paseó de arriba abajo: «¿Primera línea? ¡No, pues qué honor!», gritó.

«Qué pasó?», preguntó la madre desde la cocina-lavadero.

El viejo revisó el escudo, lo calibró golpeándolo con los nudillos y lo acarició con mano temblorosa. Era sólido y hermoso pero necesitaba una mano. El viejo sacó la caja de la herramienta, buscó la cintesolda y un atornillador de estrella y se puso a asegurar el asa del escudo.

Le invitamos a leer: Denígrame y Asociados (Cuentos de sábado en la tarde)

El muchacho dejó el casco rojo sobre la mesa del comedor, sacó de la mochila el pañuelo entrapado en vinagre, una bolsa de leche y los tarros de pintura apachurrados que ponen resbaloso el asfalto bajo las botas de los «robocops». Luego le pasó la mochila a su hermana para que le zurciera el roto producido por los filos de los tarros.

Repartió entre sus hermanos las manzanas que le regaló una niña del edificio que está a lo diagonal del bloqueo. ¿Vivirá en el edificio de los bacanes? ¿Será hija del francotirador que nos dispara en las noches desde el piso diez? ¿Será verdad que la Virgen desvía las balas de los hombres malos?

A veces...

Apenas probó la sopa. Tenía un nudo en la garganta. Desde el martes todo le sabía a escupa de tombo.

En la sala-comedor-garaje se quitó las zapatillas que fueron blancas algún día y la camiseta amarilla de la Selección que tenía una mancha café en la manga. Luego se quitó la sudadera, los suspensorios y las canilleras, se duchó y se puso una pantaloneta limpia. Estaba cansado. Había sido otra jornada dura. Hubiera querido pasar la noche en el bloqueo pero los «primera línea» han sido claros: la noche es culebrera. Los más pelados tienen que salir del «punto» antes de las cinco de la tarde.

Además: Sequía (Cuentos de sábado en la tarde)

Luego se tiró en el colchón y trató de dormir pero los disparos y las bombas aturdidoras que resonaban desde el «punto de resistencia», allá abajo, en las primeras cuadras del barrio elegante, no lo dejaron dormir. Se tapó la cabeza con la almohada y se prometió bajar a combatir temprano. Había mucho trabajo. El presidente había ordenado «desplegar toda la fuerza operacional de la Policía». Se volteó bocarriba y cruzó las manos detrás de la nuca. Recordó a «Ronaldo», el primera línea que le salvó la vida el domingo, y lloró en silencio hasta que las orejas se le llenaron de agua salada. ¿Por qué son saladas las lágrimas? ¡Y cómo van a ser dulces si son lágrimas, güebón!

Pero no lloraba por Ronaldo, que ya estaba bien. Lo que le dolía era su impotencia. Y La Pecosa. Sería lindo tener poderes, voltear una tanqueta de una patada, barrer una docena de robocops de un manotón, despedir rayos por los dedos, tener blindado el cuerpo. Y el corazón. Y poder curar los heridos con un pase de manos. Y las heridas de la Pecosa. Y los males del viejo.

El domingo el combate fue recio. El escuadrón nuevo del Esmad, el «importado», era tieso. No se arrugaban ni con las molotov. Iban pa’ delante. Cuando Ronaldo cayó herido, abandonó su línea, la tercera, recogió el escudo de Ronaldo y se paró encima de la barricada. Fue un momento muy lindo. Su gesto le inyectó coraje a la primera línea. Se sintió bien y fue un hombre. Allí estaba él, un simple tercera línea, un recogedor de piedras de once años codo a codo con los grandes, los más fuertes, los que miran la muerte a los ojos sin parpadear, los que no se arrugan, los que se crecen si les disparan, los que no vacilan en poner el pecho y proteger la segunda línea. Los sueños.

No había terminado de acomodarse en la barricada cuando empezó el desmadre: la policía estaba disparando plomo de verdad pero él se mantuvo firme: era un primera línea, La Pecosa le pararía bolas y lloraría en su pecho y él le pediría perdón porque le falló, porque no la escoltó el martes, cuando fue al súper a comprar bicarbonato y la cogieron cuatro tombos y la metieron a una construcción abandonada cerca del mirador de Belalcázar, le hicieron de todo por todas partes y al final la escupieron y se burlaron, tenga pa’ que lleve, perra. ¿No dizque le gusta la acción? Y La Pecosa lloraría en su hombro y él jugaría con su pelo. No llorés, Pecosa, nadie te tocará nunca porque yo estaré a tu lado siempre, mi amor.

De pronto sintió un golpe en la pierna y cayó al suelo. ¿Estás loco, cagoncito? ¡Andá pa’ tu puta línea! Ronaldo estaba en el suelo y sangraba pero todavía pateaba duro y lideraba el «punto». Entonces fui a sacar piedras del río Cali y al rato Miguel, un primera línea muy joven pero ya veterano porque pagó servicio en el Caquetá, ordenó que los pelaos se abrieran. Quise regresar y entregarle el escudo a Ronaldo pero no me dejaron. Mejor úselo, chino, esto está caliente.

Se volteó, se secó las orejas con la sábana y miró en el wasap las imágenes de unas señoras muy lindas vestidas de blanco que aplaudían a los tombos y sintió una punzada de celos pero recordó los gritos de apoyo de los estudiantes y los vivas a los «muchachos» en las marchas y sintió que valía la pena el susto, que ahora tenía un lugar en el barrio. Quizá mañana las señoras volverían a despreciar a los policías y los estudiantes se enfrascarían en sus libros y olvidarían a los descamisados de las barricadas pero él habría hecho su tarea. Y hasta de pronto Ronaldo le regalaba el escudo y le decía véngase para acá, chino, usted es un guerrero.

Cali, mayo 20 de 2021

Estas líneas mezclan ficción y algunos datos duros recolectados en los bloqueos. Es el homenaje de un escritor viejo a esos jóvenes que están saltando, a punta de talento y coraje, de la marginalidad a la primera línea de la historia.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar