La teoría del color
Bajo las caricias del viento sabanero, el sol dibujando sobre los cerros orientales, y un acogedor container con el matiz del campo, se fusiona en un cálido tono el café especial con el ocaso de la capital.
Sebastián Londoño Velásquez
Un sorbo con sabor a mandarina, un ápice de cacao al enfriarse, el paladar humectado con el néctar de una almendra; sí, estoy hablando de la misma taza de café.
En una época donde una experiencia se vende por 'social media', nuestras raíces parten de norte a sur, y de oriente a occidente del país, para desembocar en un zaguán de sabores, previo al ingreso a la puerta principal de nuestro producto de exportación.
Puede leer: Un concierto con aroma de café
El azul que hay en la mente cuando un café castillo de Nariño roza las encías, abraza el paladar en un toque floral, o el verde vivo que salió de la tolva y penetró profundamente el olfato al atravesar el molino, mientras se calibra el espresso del día.
Simplemente, un espacio para sentir el país en las manos, para trasladar a las papilas gustativas a un espacio bohemio, maridado por Jazz, y un recurso humano dispuesto a explicar cada proceso.
Puede leer: Fuerte y superior lugar
Un señuelo para los recuerdos, el palacio del reencuentro.
Un sorbo con sabor a mandarina, un ápice de cacao al enfriarse, el paladar humectado con el néctar de una almendra; sí, estoy hablando de la misma taza de café.
En una época donde una experiencia se vende por 'social media', nuestras raíces parten de norte a sur, y de oriente a occidente del país, para desembocar en un zaguán de sabores, previo al ingreso a la puerta principal de nuestro producto de exportación.
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