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La verdad a través de la ficción de Luis Luna Maldonado

Entrevista al escritor colombiano Luis Luna Maldonado sobre “Muertos bajo tierra fértil” (Tusquets Editores, 2022).

Isabel-Cristina Arenas Sepúlveda

23 de agosto de 2022 - 09:00 p. m.
Luis Luna Maldonado, autor de la novela "Muertos bajo tierra fértil", que indaga sobre los diferentes tipos de verdades.
Foto: Juan Mario Cuéllar
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“En literatura se sueltan dardos, no emplastos”, afirma el escritor Luis Luna Maldonado, y en su más reciente novela, Muertos bajo tierra fértil (Tusquets Editores, 2022), todos van dirigidos hacia los tipos de verdad. El protagonista, Aristides, un reportero que trabajó por años en un diario amarillista, debe regresar a su pueblo natal a tramitar una herencia. En una curva, ya muy cerca de su destino, recuerda con claridad que a sus trece años vio cómo rescataban un cadáver mutilado de un río. La imagen del tronco humano, vista cuarenta años atrás, lo persigue hasta que decide investigar el caso. “El libro cuenta lo que puede haber ocurrido en cualquier rincón del país (o en México o Argentina), y de alguna manera retrata la llaga purulenta que aqueja a Colombia, haciendo a lo largo de la narración la misma pregunta: ¿dónde está la verdad?”, dice el escritor sobre su libro.

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Luna Maldonado vive en España desde 2008, en donde aparte de su trabajo diario como novelista dicta talleres de literatura: “Uno escribe sobre lo que conoce, de lo que le cala, de una problemática de la que pueda decir algo sin pretender resolverlo”. Con su anterior libro, Aquí sólo regalan perejil (Alfaguara, 2019), obtuvo el XX Premio Clarín de Novela en 2017 y fue nominado al V Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana en 2019. Y ahora, con su reciente obra, ha sido finalista del Premio Azorín de Novela 2021. Aquí una entrevista sobre Muertos bajo tierra fértil:

¿Cómo se preparó para escribir este libro? ¿Periódicos de su región, testimonios, casos reales...?

La novela nació de un recuerdo de infancia y estuvo macerándose un buen tiempo. Y cuando llegó el momento, profundicé –además de lo que todos sabemos– en el tema de la desaparición forzada, acudiendo a informes de prensa, organizaciones independientes, datos en Cruz Roja y algunos testimonios que dieron exparamilitares acogidos al proceso de justicia y paz. Lo único real vivido –por llamarlo así– es la visión de un muerto que vi sacar del río cuando era púber. De allí me agarré y el resto es ficción, que no es otra cosa que decir mentiras en una tentativa por escarbar en la verdad.

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El Muerto, con eme mayúscula, e hilo conductor del libro, es plural en nuestro país. Miles de personas aún sin identificar son parte de la historia de Colombia, ¿cómo escoger uno solo entre tantos?, ¿por qué eligió a quien eligió?

El Muerto de Aristides es un muerto real sobre quien intenté averiguar, pero me di cuenta de que no valía la pena, y como el reportero protagonista decidí que el autor también debería transitar a ciegas y tomarlo sólo como un punto de partida. Tal vez sea Aristides el que mejor responda a la pregunta en uno de sus artículos rimbombantes, donde escribe: “…porque cada muerto tiene su historia y los culpables, así se crean infalibles en sus madrigueras, están atados a ella” […] “porque este muerto representa a todos los muertos violentos y olvidados de este país, y que como tantos otros desaparecidos pasados y recientes, esperemos que abandone el terreno asquiento de la impunidad”.

El alcohol, la amistad, el dinero, además del amor perdido y quién sabe si recuperado, son temas alrededor de Aristides. Lo impulsan y lo tiran hacia abajo, pero lo que da realmente sentido a su vida es escribir, investigar, descubrir la verdad. ¿Cómo conciliar tantas verdades en el proceso de paz en Colombia?

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En un aparte de la novela, Aristides conversa con el Magistrado acerca de la verdad: “Ahondaron en la botella y en temas varios hasta que llegaron a un puerto común: la verdad. O las verdades, cuántas había. Consideraron algunas variantes: la verdad desnuda, la verdad a medias, la disfrazada, la verdad velada, la mentida, la olvidada, la desmentida, la verdad secreta, la ignorada, la deshuesada, la desangrada, la enterrada, la verdad oficial, la verdad que hay que creer”.

“Eran otros tiempos, pero los mismos. Eran otros violentos, pero los mismos. Eran otros políticos, pero los mismos...”, dice el narrador de la novela y es también la forma de resumir un país, un continente. ¿Hay esperanza?

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En medio de su caos, Aristides es más optimista que el autor, que quisiera contagiarse. Es que cuando se ha caído tan bajo en una sociedad como la colombiana no queda otra que apostar por la esperanza, pero hay mucha gente poderosa y mezquina que no le interesa que eso suceda, que la gente crea y se ilusione. Ahora se abre una ventana a otra apuesta, a otro estilo. Pero ya sabemos, el poder nubla…

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“¿La verdad o que le crean?”, le pregunta el jurista a Aristides, que intenta descubrir la identidad del Muerto. Usted como escritor, ¿qué piensa al respecto?

Retomando la conversación con el Magistrado, este empieza la pregunta así: “a usted qué le importa más…”. Cierta clase de periodismo peca de buscar más los golpes de efecto, de desear más los likes antes que trasladar la información. En la novela, aunque pretenda tocar una temática, la circundan las otras que has nombrado antes, pero tal vez el que se fue colando y que cobró mucho peso es justamente el que ronda esa palabra: la verdad, acompañada de todas sus facetas. La verdad es una piedra preciosa tallada al gusto de quien quiere contarla, restringirla o negarla. También es cierto que muchos periodistas en Latinoamérica han sido asesinados por haberla develado.

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Así como en su novela pasada, “Aquí sólo regalan perejil”, en esta también hay humor en algunos de los personajes, en cómo dicen lo que dicen, y también en ciertas escenas. ¿Qué importancia tiene este aspecto en su obra, en sus próximos libros?

Sí, al parecer no me puedo abstraer de esa arista. Y en el que viene tiene mucho peso, aunque tiene más de sorna y socarronería. Lo que pasa es que en la creación de personajes me gusta que estos sean torneados –antes que de carne y hueso– con los materiales con los que burlamos el día a día: víscera, crueldad y repentismo. Hay una escena en que Mina (la fotógrafa) y Aristides hablan sobre la realidad que les ha tocado cubrir y ella le dice: “en este puto país hacemos de lo macabro un chiste”. Y así es. Antídotos como la fiesta y el mamagallismo han salvado a Colombia de su abismo sin fondo, son los revulsivos que le han negado el totazo final.

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Por Isabel-Cristina Arenas Sepúlveda

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