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Las madres de la Biblioteca Popular Alfonso Cano

A una hora de Florencia, Caquetá, se encuentra Agua Bonita, un caserío que antes fue un espacio de reincorporación de excombatientes de las Farc. Hoy el lugar se levanta en el pie de monte amazónico gracias a la fortaleza de las mujeres. Esta es la historia de Carolina, Tatiana y Yolanda*, tres madres reincorporadas que hacen parte de un proyecto educativo que bajo el nombre de ‘Educación, campo y reconciliación’ (EDUCARE) está cambiando realidades.

13 de mayo de 2023 - 12:16 a. m.
La Biblioteca Popular Alfonso Cano hace parte de uno de los programas que, de forma transversal, hace parte del proyecto EDUCARE.
La Biblioteca Popular Alfonso Cano hace parte de uno de los programas que, de forma transversal, hace parte del proyecto EDUCARE.
Foto: Cortesía Universidad de La Sabana

A Carolina le encanta enseñar a jugar microfútbol, además de que se ha destacado en su comunidad por explicar a los niños juegos populares como la golosa y la rana. Dicta clase como si ella fuera una deportista de alto rendimiento. Su día a día es maratónico. Explica que cuando se es líder de un proyecto educativo, los cambios se hacen visibles en la vida de los demás y en la propia, pero que para lograrlos se requieren esfuerzos. Por eso su trabajo es, a fin de cuentas, de tiempo completo. “Son más de 12 horas diarias”, dice.

Carolina es madre de dos niños, —uno de 24 años, que nació cuando ella estaba en las filas del conflicto, y otro de cuatro, su “hijo de la paz”—, pero su rol no termina ahí. Cuenta que su trabajo actual como educadora, termina siendo muy similar al que tiene con sus hijos. Se siente como la mamá de sus estudiantes, pues asume la responsabilidad diaria de entenderlos, sobre todo a los más pequeños.

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Para eso, cuenta, se levanta temprano. Una vez termina con los quehaceres de la casa, se dedica a las tareas asignadas por EDUCARE, un proyecto educativo que surgió tras varias visitas de estudiantes de la materia de Psicología Comunitaria, aplicada al postconflicto, de la Facultad de Psicología y Ciencias del Comportamiento, de la Universidad de La Sabana. Los líderes del proyecto, tras entender cuáles eran las necesidades de las personas que buscaban reincorporarse a la vida civil, llegaron a la conclusión de que en la educación estaba la clave para empezar a construir paz.

“Ese es el día a día que llevamos todas las que trabajamos en EDUCARE y no es nada extraño, porque donde nosotras trabajábamos (en la guerrilla) era así. Decíamos ‘cambio de actividad’ y terminábamos a las ocho de la noche de hacer labores cotidianas, como cargar leña. A las nueve tocaba ir a la charla política; estamos acostumbradas a eso”, recuerda Carolina.

Hoy explica que a través de los juegos enseña valores como la humildad, la fraternidad, la camaradería y el trabajo en equipo, principios necesarios para ejercer el liderazgo comunitario. Pero este curso que dicta solo es la punta del iceberg de EDUCARE, que además cuenta con otros tres programas de educación no formal, enfocados en el postconflicto.

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“El programa de ‘Guardia del monte’, donde se busca que los más jóvenes reconozcan la importancia del territorio. El programa ‘Reporterito’, que busca brindar herramientas para tener una mirada crítica desde la reportería gráfica —para eso, los niños han recibido clases de fotografía, video y edición; para aprender a contar lo que pasa en su territorio­—. Finalmente, está, un programa más transversal que se llama ‘Cultura y tradiciones’, que ayuda a fortalecer la cultura. Este se ve reflejado en la Biblioteca Popular Alfonso Cano, un lugar que funciona como un centro cultural en donde se desarrollan los programas”, explica Laura Fonseca Durán, investigadora de EDUCARE.

“Tener a los niños y jóvenes en un proceso educativo hace que se mantengan en el territorio. Les da posibilidades de proyectarse a futuro. Ellos hoy dicen, ‘nosotros no vamos a volver a tomar las armas, porque la familia y nuestros niños son lo fundamental para nosotros”, señala Martha Rocío González, decana de la facultad de Psicología y Ciencias del Comportamiento de la Universidad de La Sabana.

Educación para la paz

“Anteriormente, uno en la guerrilla nunca convivía tanto con niños y niñas. Uno pasaba por la casita del civil y los niños salían a saludar y salían corriendo. En cambio, aquí no, aquí se mantiene cercanía con ellos a diario. Hay momentos en los que uno está solo en la biblioteca y llegan uno o dos y le dicen a uno que quieren pasar tiempo ahí y lo llaman ‘profe’. Ese cuento de ‘profe’ a mí siempre me ha quedado grande. Antes, uno estaba enseñado a que los niños le decían ‘profe’ a las personas que llegaban de las universidades, pero ahora es a uno al que le llaman así”, explica Yolanda, quien al frente de las filas, se dedicaba a la enfermería y hoy pasa sus horas en la Biblioteca Popular Alfonso Cano.

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A sus 45 años, Yolanda no solo es abuela de dos niños, sino madre de una hija de 25 años, un hijo de 23 y de Jhoiner, un niño de cuatro años que permanece a su lado y que día tras día va aprendiendo todo lo que se dicta en este espacio en donde se destacan las clases de edición y grabación.

“En la guerrilla, siempre tuvimos la visión de que la educación debería de ser equitativa en los territorios, que las personas, pese a sus recursos, debían tener acceso. Yo, por ejemplo, estoy de educadora. Querer es poder, ¿qué tal si yo me hubiera llenado de pesimismo?, ¿qué tal hubiera dicho ‘yo no voy a trabajar en el proyecto porque los profesores son los que hacen una carrera y estudian y yo no puedo? La vida nos ha enseñado que un profesor es el que enseña, el que sabe algo”, dice, mientras al fondo se escucha la voz de Jhoiner jugando.

Por eso mismo es enfática en la necesidad de la educación como un apoyo a la salida del conflicto, una educación pensada en la ruralidad y en las necesidades de las comunidades apartadas de las poblaciones como Agua Bonita.

Con esa reflexión coincide Tatiana, una mujer joven que también hace parte del proyecto como líder de ‘Guardia del monte’, un programa en donde le enseñan a los niños a sembrar.

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“Yo creo que los cambios serían muchos si tenemos una población educada con unos principios, valores campesinos, como nos lo enseñaron a nosotros, una educación en la que los niños sepan de dónde son sus raíces, una educación con la que puedan entender la realidad en Colombia. Entonces lo que queremos, es que haya un cambio desde el territorio, que las universidades lleguen y no que los jóvenes se vayan a las ciudades con esa concepción de que en el campo no pueden cambiar su visión o proyectarse en la vida”, explica.

Las razones se hacen válidas cuando se entra a revisar las cifras, pues según la ONU, se estima que el 50% de los niños que no asisten a la escuela primaria viven en zonas afectadas por conflictos y que 617 millones de jóvenes en el mundo carecen de los conocimientos básicos en aritmética y de un nivel mínimo de alfabetización.

Pero ese frente no es el único aporte del proyecto. De una u otra manera, cuentan las investigadoras, también se apunta a hacer un aporte a la consolidación de la paz.

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Vidas que como la de Tatiana han visto diferencias. EDCUARE no solo representa una fuente de ingresos, sino a la vez contar con el privilegio de no perderse la infancia de sus dos hijas, que pueden acompañarla en las clases que dicta, mientras enseña a los niños cómo sembrar las semillas de frijol, tomate o cilantro en el huerto.

“Este proyecto lo estamos haciendo desde la educación en favor del proceso de paz. Lo estamos haciendo personas en proceso de reincorporación, preservando eso que queremos que esté allí vivo. Si lo van a poner de ejemplo en otro proceso de paz, sería una base para fortalecer lo que nosotros estamos empezando aquí desde el territorio. Para mí, obviamente, tenemos una base que queremos que se duplique por muchas partes”, dice Tatiana.

La ONU dice que las mujeres tienen un papel valioso en la vida, ya sea como compañeras, madres, mentoras, líderes y defensoras de la igualdad. Yolanda, Tatiana y Carolina no solo dejaron las filas de la guerrilla para hacer presencia desde una biblioteca en su territorio, sino para alzar la voz, enseñar lo que saben y llevar con fortaleza la batuta de lo que implica ser madres en la búsqueda constante por construir paz y hacer contrapeso al dolor que ha aquejado por décadas a Colombia.

Los nombres de las protagonistas de este texto fueron cambiados para proteger su identidad*

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