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Los códice de Da Vinci

La historia de Leonardo da Vinci se escribió durante los tiempos de la revolución científica, pero también, en la del arte de los últimos años del Renacimiento. Con los siglos, Da Vinci pasó a convertirse en uno de los más trascendentes personajes de la humanidad, y su legado quedó inmortalizado, tanto por sus obras, exhibidas en distintos museos, como por los libros, películas y series que se hicieron sobre él, o a partir de él. Presentamos la primera parte de este especial sobre su vida, su influjo y sus trabajos.

Fernando Araújo Vélez

10 de julio de 2025 - 03:16 p. m.
Leonardo da Vinci pasó los últimos años de su vida en Francia, por invitación del rey Francisco I.
Foto: Archivo
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En los “Cuadernos” que Leonardo da Vinci escribió entre 1487 y 1490, se disculpaba con sus posibles lectores por no saber escribir, o mejor, por no ser escritor, pero se presentaba como filósofo moral, psicólogo y creador de parábolas. Sus apuntes eran palabras escritas en espejo, y dibujos y bocetos sobre la fisonomía del ser humano y sobre la arquitectura de algunos edificios de Florencia, fundamentalmente, donde había vivido y estudiado, y donde comenzó a aprender el arte de la pintura. El “códice”, como llamaban a este tipo de libretas en sus tiempos y después, fue rescatado en un principio por uno de sus alumnos, Francesco Melzi, quien lo marcó con la letra F. Cien años más tarde, fue a dar a la biblioteca privada del escultor Pompeo Leoni junto con otros documentos de Da Vinci.

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Hacia 1637, el conde Galeazzo Arconati compró tanto los “Cuadernos” como otros papeles y dibujos, y los donó a la Biblioteca Ambrosiana de Milán. Sin embargo, algunos de aquellos archivos se extraviaron, y a mediados del siglo XVIII Carlo Trivulzio los adquirió de manos Gaetano Caccia da Novara, a cambio de un repetidor de minutos de plata. En pleno siglo XX, las anotaciones de Da Vinci pasaron al castillo Sforzesco de Milán, con una que otra enmienda en su marcación y en su forma física, y con diez hojas de menos. Según el sitio web de Google Arts & Culture, “la numeración moderna de las páginas en tinta roja va del 1 al 102, con un total de 51 hojas, pero la foliación antigua en tinta marrón, que todavía se puede ver, revela la existencia de alrededor de 62 hojas que se perdieron”.

El nombre original de Da Vinci era Lionardo di ser Piero Da Vinci, y había nacido en Anciano el sábado 15 de abril de 1452, según constaba en su familia, “en la tercera hora de la noche”, es decir, tres horas después del Ave María, y fue descendiente de una familia de alto abolengo, aunque él fuera “ilegítimo”. Su padre, Piero Fruosino di Antonio, embajador de la entonces República de Florencia, tuvo relaciones con una mujer de campo de nombre Caterina, que según algunas versiones había sido esclava en las montañas del Cáucaso. Según el historiador Martin Kemp, profesor de Oxford, la madre de Da Vinci se llamaba Caterina di Meo Lippi y acababa de cumplir 15 años cuando lo tuvo. Apenas nació, su padre lo envió adonde su abuelo, Antonio da Vinci.

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Sus primeros cinco años los vivió con don Piero y su mujer, quienes lo trataron como a un hijo en el poblado de Vinci, de donde proviene su “apellido”. Aquellos aún eran los tiempos de los patronímicos. La gente era llamada por un nombre, o dos, o los que se hubieran registrado, y el de la localidad en la que vivía, o el de un lugar con el que pudiera identificarse. Los Da Vinci, por lo tanto, fueron muchos. Vinci era un pueblo con no más de diez mil habitantes que siglos antes del nacimiento de Leonardo había sido habitado por los estruscos. Fue ‘castrum’ del Imperio Romano, un asentamiento militar, y en el año 1000, aproximadamente, los condes de Guidi construyeron allí un castillo para defender sus tierras, que con el tiempo se volvió referente de la región y de la Toscana en general.

Para Giorgio Vasari, uno de sus biógrafos y contemporáneo, Da Vinci “En apariencia fue impresionante y hermoso, y su magnífica presencia también ha traído consuelo al alma más preocupada; era tan persuasivo que podía doblegar a otras personas a su voluntad. Físicamente era tan fuerte que podía soportar la violencia y con su mano derecha podía doblar el anillo de un llamador de puerta de hierro o una herradura, como si fueran de plomo. Fue tan generoso que dio de comer a todos sus amigos, ricos o pobres (…). A través de su nacimiento Florencia recibió un regalo muy grande y por su muerte sufrió una pérdida incalculable”. Era un gran conversador, esencialmente porque enfrentaba las charlas como lecciones y a fuerza de preguntas saciaba su curiosidad. Antes que nada le gustaba aprender, conocer. En últimas, descubrir.

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Un de las personas a las que más escuchaba era a su abuela paterna, Lucía di ser Piero de Zoso, y para los muchos y variados estudiosos de su vida y su obra, fue ella quien lo motivó para que se dedicara a las artes. Su padre no tenía mayores conocimientos sobre los dibujos e inclinaciones de su hijo, hasta que un día, según Vasari, llegó un campesino y le pidió que le dijera a su hijo que pintara una imagen sobre una placa. Leonardo hizo una composición con un dragón que escupía fuego, que a la postre su padre le vendió a un mercader de arte en Florencia, que se lo revendió al duque de Milán. El señor ser Piero le compró a otro campesino una placa dorada con un corazón en el centro atravesado por una flecha y se lo entregó al hombre que le había solicitado el primer dibujo.

Unos días más tarde, según “Le vite”, de Vasari, “ser Piero tomó algunos de sus dibujos y se los mostró a su amigo Andrea del Verrocchio y le pidió insistentemente que le dijera si Leonardo se podría dedicar al arte del dibujo y si podría conseguir algo en esta materia. Andrea se sorprendió mucho de los extraordinarios dones de Leonardo y recomendó a ser Piero que le dejara escoger este oficio, de manera que ser Piero resolvió que Leonardo entraría a trabajar en el taller de Verrocchio. Leonardo no se hizo rogar y, no contento con ejercer este oficio, realizó todo lo que se relacionaba con el arte del dibujo”. En 1469, Da Vinci ingresó como aprendiz al taller de Verrochio, quien le enseñó las técnicas esenciales de la pintura y las bases del arte en general.

Andrea Berrocchio era un artista de renombre cuando Da Vinci llegó, y se había iniciado en la vida laboral como herrero y orfebre. Luego trabajó en la corte de Lorenzo de Médici, y entre otros muchos, fue maestro de Sandro Botticelli, Perugino, y tuvo influencias sobre Miguel Ángel. Desde que llegó, y durante un año, puso a Da Vinci a limpiar pinceles y a hacer diversas labores de carpintería artística. Antes que nada, pretendía que su discípulo aprendiera los rudimentos del arte, y que se empapara de la disciplina que requería el oficio. Luego le enseñó algunos aspectos de la alquimia y la metalurgia, a manejar el yeso y la mecánica, y por fin, después de dos años, lo instruyó en las técnicas conocidas del dibujo, la pintura y la escultura, y la mezcla de colores y el grabado.

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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