¿Cómo y por qué decidió basar esta historia en hechos reales?
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Es un poco un juego. Conocer la realidad siempre tiene un atractivo adicional. En esta historia hay un elemento dramático muy importante: un asesinato, un parricidio, un hijo que mata al padre. Ese hecho está inspirado en un acontecimiento real que ocurrió en una familia cercana a la mía. Conozco a los protagonistas, tanto al parricida como a la víctima, al hermano, a la familia… los conozco a todos, y sé lo que provocó ese suceso. Ese episodio está aquí muy ficcionalizado: los personajes son distintos, las consecuencias también, incluso el momento en el que ocurre es diferente. Lo que sí pertenece al mundo real es el contexto en el que se mueven los personajes, no solo en el acontecimiento del asesinato, sino en toda su realidad. Es una novela que recorre unos 50 años de historia, sobre todo de Cuba, pero también del mundo.
Usted ha dicho que esta es “la novela más triste que ha escrito”, ¿por qué?
Sí, por el destino de estos personajes. Es un destino muy triste: tanto nadaron, llegaron a la orilla, dieron el primer paso y se hundieron en la arena, esa arena tan propia de la selva latinoamericana. Al contar el destino de esta generación, la novela inevitablemente transmite ese sentimiento de tristeza, una sensación de amargura que recorre la vida de todos ellos. Recuerde que todo comienza con algo que se convierte en una reflexión conceptual y existencial. Rodolfo llega a su casa, abre la puerta y pisa una mierda. Cuando lo escribí, en un primer momento solo quería mostrar que Rodolfo estaba teniendo un mal día. Pero después me di cuenta de que, a partir de ahí, se iniciaba una reflexión sobre lo que significa vivir en la mierda, ese estado lamentable al que han llegado los personajes, y donde hay una necesidad constante de buscar una salida. En el caso de Rodolfo y Nora, por ejemplo, hay algo que los salva de una miseria absoluta: cada uno tiene una hija fuera de Cuba. Eso, para los cubanos, es tener “FE”, que significa tener un “Familiar en el extranjero”. Así es como ellos resuelven la vida en Cuba de una manera menos dura, con menos limitaciones y carencias que si vivieras solo de una jubilación. Y lo digo con una cifra, porque a veces las palabras pueden generar distintas interpretaciones, pero la aritmética no y dice lo siguiente: en Cuba, una jubilación promedio, incluso después del último aumento, es de CUP 2.500 al mes, y un paquete de 30 huevos cuesta CUP 3.000.
No obstante, está la tensión entre el amor al país y a su gente y la idea de que afuera el futuro puede ser mejor, que es algo que también está en la novela...
Sí, la solución para mucha gente ha sido irse. En los últimos años eso se ha convertido en una espiral ascendente. Ahora la salida de personas de Cuba se ha ralentizado un poco, porque su principal destino era Estados Unidos, y ya sabemos lo que está ocurriendo allí con el fenómeno migratorio. Pero, por ejemplo, entre 2021 y 2023 salieron de Cuba alrededor de 1.200.000 personas, es decir, cerca del 10 % de la población. Y siempre digo que se fueron los que pudieron, no los que quisieron. Muchos no han tenido los medios, y algunos simplemente no han querido irse. En mi caso, viajo con frecuencia, sin embargo, siento que la realidad cubana es tan fuerte, tan invasiva, que incluso teniendo ciertas posibilidades no se puede escapar de ella. Y justamente por eso es tan importante para mí, porque basta con mirar por la ventana o respirar para sentir que esa realidad me inunda. Esa misma realidad que me invade es la que me permite seguir escribiendo sobre lo que ha pasado en Cuba durante todos estos años. Creo que mi literatura funciona, de alguna forma, como una crónica de lo que ha ocurrido allá en los últimos 40 o 50 años —con miradas también al pasado, por supuesto—, pero muy enfocada en la perspectiva de la gente de mi generación.
¿Cómo balancea la necesidad de contar una realidad tan dura con la de simplemente contar una historia?
Cada vez que hago entrevistas tengo cierto temor de que los lectores piensen que esta es una novela de tesis, una novela conceptual, en la que se discute o se reflexiona demasiado sobre la realidad. Pero lo que siempre trato de aclarar es que esta es una historia que le pasa a la gente. A las personas les suceden cosas, en el presente, en el pasado, y reaccionan. Estos personajes tienen una densidad literaria que permite transmitir todas esas ideas, pero al mismo tiempo el lector puede identificarse con ellos. No es una historia de conceptos, sino de hechos y de acontecimientos.
¿Usted cree que un escritor puede desligarse de su tiempo?
Sí, puede desligarse del tiempo. De hecho, hay muchos que lo hacen. Pero creo que la literatura —y en el caso latinoamericano eso es muy visible— tiene lo que Alfonso Reyes llamó hace casi un siglo el “carácter ancilar”: la literatura como un arte al servicio de la realidad, un arte que se fundamenta en ella y que funciona sobre ella. Eso está muy presente en la literatura latinoamericana, incluso en novelas que parecen apartarse del mundo real para crear otra metarrealidad. En el caso de Colombia, eso se ve con claridad en “Cien años de soledad”. Otros autores más contemporáneos, como Héctor Abad Faciolince o Juan Gabriel Vásquez, por ejemplo, tampoco se desligan de su realidad, porque quieren dialogar con ella. No buscan cambiarla ni imponer un código de conducta, sino acercar a las personas a lo que han vivido a través de historias posibles de contar. Uno tiene que tomar la realidad e intentar reflejarla, no reproducirla, sino adaptarla a códigos dramáticos que funcionen en una novela, y dar su visión de ella. El arte, en general, tiene una capacidad de penetración en los contextos en los que se mueve, lo que hace que sus funciones sean infinitas. Pero siempre puede conservar esa función ancilar: la de estar al servicio de una realidad.
¿Cómo maneja la relación entre la política y la literatura?
Cuando me siento a escribir literatura, no quiero ni puedo hacerlo desde una perspectiva ideologizada, porque eso significaría poner mi obra al servicio de un programa político, y creo que eso es fatal para la literatura. La literatura tiene que estar por encima de esas condiciones, porque además la política es cambiante. La esencia de la novela —y esto lo han dicho muchos escritores— la expresa muy bien Milan Kundera en uno de sus libros de ensayo, “El telón”: el arte de la novela tiene como misión fundamental indagar en la condición humana. Y la condición humana es universal y eterna. Eso está por encima de cualquier circunstancia política que pueda existir o desaparecer, y que puede reflejarse más o menos profundamente en una obra. Pero lo fundamental es siempre esa condición humana. Por eso mis historias están construidas sobre personajes, y trato de que sean fuertes, definidos, con sus propios caracteres y contradicciones.
Con respecto a eso, ¿qué cree que este camino como escritor le ha enseñado sobre la condición humana?
He aprendido muy poco, pero lo que sí creo que ha sido fundamental para mí es la posibilidad que me ha dado la literatura de reflejar esa realidad, de mostrar cómo se manifiesta en cada persona y cuántas lecturas puede tener. Puedo decir algo con absoluta certeza: en mi literatura no hay ninguna mentira sobre Cuba. No tengo que mentir para poder decir determinadas cosas sobre mi país. Lo que he intentado, desde mi perspectiva y mis posibilidades, es escribir una crónica posible de la vida contemporánea cubana, muy desde mi generación, con personajes y conflictos que son también de mi generación.
Y, a pesar de venir de su propia experiencia, se manifiesta como una historia universal sobre el dolor y la redención...
No se debe creer que un drama doméstico puede conmover por sí solo a la humanidad. Tiene que haber un puente, un lazo que conecte esa historia íntima con algo más grande. Miguel de Unamuno lo dijo de manera muy clara: en el arte debemos hallar lo universal en las entrañas de lo local y en lo circunscrito y limitado, lo eterno. El escritor puede tener la historia más conmovedora del mundo, pero si no logra comunicarla desde su sensibilidad, no llega. “Morir en la arena” es una novela que habla precisamente de eso: del miedo, del perdón y de la redención. Y esos son sentimientos profundamente humanos, que parten de lo cubano, pero que alcanzan lo universal.