
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
“Es que están vulnerando mi buen nombre”, “es que no pueden tratarme así” son cosas que se escuchan en redes sociales hoy en día. Sin embargo, en ciertas ocasiones no se tienen claras las reglas que rigen el mundo digital. Respiren, tómense un trago, y griten, griten fuerte que este mundo es de aguante.
Respira. No importa. Todo está bien. Te invito a un trago.
No, te estoy mintiendo. No todo está bien, en verdad, todo está mal.
Acostúmbrate a estas personas que ahora nos rodean. Acostúmbrate a sus pasos, a sus gritos, a las bolas de billar que chocan y al vidrio que cae. Acostúmbrate a sus lágrimas de despecho y a sus gargantas llenas de ira. Míralos, míralos bien a todos porque, aun si no los conoces, te van a acompañar siempre. Sí, siempre. Como si fueran una especie de tenia, de gusano blanco, de rémora, de garrapata.
No llores, este es el mundo en el que te tocó vivir. Asúmelo, acéptalo, hazlo tuyo. Sí, lo sé. Por más que te aferres a tu chaqueta sientes frío, un frío de esos que penetra hasta el alma y te hiere con su filo de hielo. Eso es porque estás desnuda, y no me refiero a tu cuerpo. En este mundo eso ya no importa. Lo que importa son tus pensamientos más íntimos, los sentimientos de los que ni tú misma eres consciente, los impulsos bioquímicos que ni sabes que existían. Lo que importa no es lo que eres, sino lo que proyectas.
Y aquello que proyectas no es tangible, pero sin ello ya no puedes vivir. Es ese perfil que has construido en Facebook, Twitter, Instagram…Snapchat…y Flickr, y Pinterest… LinkedIn…No nos olvidemos de Blogger, Reddit y por supuesto Tinder que sé que también tienes. “You have zero privacy anyway. Get over it”, ya han llegado a decir, y es cierto. La intimidad es un fósil de colores, es una estrella que se ve, pero no se alcanza, es un reloj de cadena que llevaron nuestros ancestros hace decenas de años.
Así que respira. No importa. No todo está bien, pero te invito a un trago.
¿Que qué puedes hacer? Pasarte ese mal trago y convencerte de aquello que has construido. No tenemos privacidad, pero nos queda nuestra autodeterminación. Te insultarán, te vilipendiarán, te lincharán digitalmente; pero por qué no hacerlo también. Que nadie te gane en blasfemia, pero que también esté llena de una profunda teología y de una comprensión de lo que es y lo que no es más que una gran mentira. Dirán cosas de las que luego se arrepentirán, pero de las que se olvidarán pronto, como si fueran borrachos eternos. Te insultarán, te escupirán su cerveza vencida, llegarán incluso a decir quién eres, muy seguros de sus eructos de ebrios. Respira, no importa, no llores. Como diría Fernando Vallejo, tú también tienes derecho a decirle al mundo “hijueputa”.
Porque la intimidad es tinta vieja y desgastada, pero aún puedes darle forma a tu silueta hecha de bits y bytes. Te defines por exclusión: “No soy como él”; “no soy como ella”; “se los digo, les respondo, destruyó sus argumentos, les hago caer en cuenta de que su ceguera sabor a ron”. Y ¡pum! Das un golpe contra la mesa.
Precisamente, de eso se trata la libertad de expresión, de proteger ese discurso que no quieren oír, de proteger las palabras que ahogan en alcohol. Úsala, esgrímela, hazla tuya.
Tus ojos caídos aún denotan duda, lo percibo “¿No está mal?”, preguntan. Y entonces suplicas que los dueños de la cantina hagan algo, lo que sea. Que detengan esta locura, que regulen las bebidas derramadas, y los insultos que viajan de mesa a mesa, y los ebrios que caen, y las tuzas que nacen, y el éxtasis que muere. Para ello, mejor sería retroceder en el tiempo y prohibir el alcohol de nuevo. Para ello, mejor comunicarse por mensajes de contrabando y alabar la censura. No te asustes, sé impermeable. Ellos están para acabar con una que otra riña, para defender la honra de quien lo merece. El resto dejáselo al alcohol, y aguanta, que este mundo se hizo para aguantar.
Así que tómate ese trago de una buena vez, coge fuerzas y grita, grita fuerte. Si no tienes privacidad, entonces que el mundo entero te escuche. Tienes una voz, e Internet es tu megáfono.