“Todos los indios se sentaron en tierra, alrededor de aquéllos, y uno a uno iban después a besarles los pies y las manos, creyendo que venían del cielo; y les daban a comer algunas raíces cocidas, que sabían a castañas, y les rogaban con instancia que permaneciesen en aquel lugar junto a ellos, o que al menos descansasen allí cinco o seis días, porque los dos indios que habían llevado como intérpretes, les hablaban muy bien de los cristianos. De allí a poco, entraron muchas mujeres a verlos, y salieron fuera los hombres; y aquéllas, con no menos asombro y reverencia, les besaban también los pies y las manos, como cosa sagrada, ofreciéndoles lo que consigo habían llevado. Cuando después pareció tiempo de volver a los navíos, muchos indios quisieron ir en su compañía, pero ellos no consintieron que fuesen más que el rey, un hijo suyo, y un criado, a los cuales hizo mucha honra el Almirante”. (Página 60) (Recomendamos: Denuncian ataque del ESMAD contra comunidad Misak en Bogotá).
“Aunque estas islas no estuviesen pobladas, se veían restos de muchos fuegos de pescadores; porque como se ha visto luego por experiencia, los habitantes de la isla de Cuba van en cuadrillas, con sus canoas, a estas islas y a otras innumerables que por allí están deshabitadas; y se alimentan de los peces que cogen, de los pájaros, de los cangrejos y de otras cosas que hallan en la tierra; es cosa conocida que los indios suelen comer generalmente muchas inmundicias, como arañas gordas y grandes, gusanos blancos que nacen en maderos podridos y en otros lugares corrompidos, también muchos peces casi crudos, a los que tan pronto como los cogen, antes de asarlos, les sacan los ojos para comérselos; y comen de estas cosas y otras muchas que, a más de dar náuseas, bastarían a matar a cualquiera de nosotros que las comiese. A estas cazas y pescas van, según los tiempos, de una isla en otra, como quien muda de pasto por estar cansado del primero”. (Página 63) (Video: ¿Por qué los misak quieren derribar la estatua de Cristóbal Colón?)
“En aquel viaje, habiendo sido advertido Martín Alonso Pinzón por algunos indios que llevaba presos en su carabela, de que en la isla de Bohío, que, como hemos dicho, así llamaban a la Española, había mucho oro, impulsado por su gran codicia, se alejó del Almirante a 21 de noviembre, sin verse forzado por el viento, ni por otra causa; porque, con viento en popa, podía llegarse a él; mas no quiso, antes bien, procuró adelantar su camino cuanto podía, por ser su navío muy velero, y habiendo navegado todo el jueves siguiente, uno a visto de otro; llegada la noche, desapareció del todo, de manera que el Almirante se quedó con los dos navíos, y no siendo el viento a propósito para ir con su nave a la Española”. (Página 64)
“Como todos tenían mucho deseo de saber la calidad de aquella isla, mientras la gente estaba pescando en la playa, tres cristianos se echaron a caminar por el monte, y dieron con una tropa de indios tan desnudos como los anteriores, los cuales, viendo que los cristianos se les acercaban mucho, con gran espanto echaron a correr por la espesura del bosque, como quienes no podían ser estorbados por la ropa. Y los cristianos, por tener lengua de aquellos, fueron corriendo detrás; pero, sólo pudieron alcanzar a una moza, que llevaba colgando de la nariz una lámina de oro. A ésta, luego que fue llevada a los navíos, el Almirante le dio muchas cosillas, a saber, algunas baratijas y cascabeles; después la hizo volver a tierra sin que se le hiciese mal alguno; y mandó que fueran con ella tres indios de los que llevaba de otras islas, y tres cristianos, que la acompañaron hasta su pueblo”. (Página 67)
“Recogido en la nave, lo llevó a la Española, y lo mandó a tierra con muchos regalos; el cual refirió a los indios los halagos que se le habían hecho, y tanto bien dijo de los cristianos, que pronto vinieron muchos de aquellos a la nave; pero no llevaban cosa de valor, excepto algunos granillos de oro, colgados de las orejas y en la nariz. Siendo preguntados de dónde habían aquel oro, dijeron, por señas que, más abajo de allí, había gran cantidad. Al día siguiente vino una gran canoa de la isla de la Tortuga, vecina al sitio donde el Almirante estaba fondeado, con cuarenta hombres, a tiempo que el cacique o señor de aquel puerto de la Española estaba en la playa con su gente trocando una lámina de oro que había llevado”. (Página 68)
“Llegó el rey principal de aquella isla a la carabela del Almirante, y mostrando gran tristeza y dolor, le consolaba ofreciéndole generosamente todo aquello de lo suyo que le gustase recibir, diciendo que ya había dado tres casas a los cristianos, para que guardasen todo lo que habían sacado de la nave; y que daría muchas más si fuese necesario. En tanto llegó una canoa, con ciertos indios de otra isla, que llevaban algunas hojas de oro, para cambiarlas por cascabeles, estimados por ellos más que otra cosa. También de tierra vinieron los marineros, diciendo que de otros lugares concurrían muchos indios al pueblo, llevaban muchos objetos de oro, y los daban por agujetas y cosas similares de poco valor, ofreciendo llevar mucho más oro si querían los cristianos. Viendo el gran cacique que esto gustaba al Almirante, le dijo que él le haría traer gran cantidad de Cibao, la región donde más oro había. Luego, ido a tierra, invitó al Almirante a comer ajíes y cazabe, que es su principal comida, y le dio algunas mascaras con los ojos de oro y grandes orejeras de oro, y otras cosas bellas que se colgaban al cuello”. (Página 73)
“Llegando la barca a tierra, los nuestros encontraron en la playa, escondidos entre los árboles, cincuenta y cinco indios, todos desnudos, con cabellos largos, como acostumbran las mujeres en Castilla, y detrás de la cabeza penachos de papagayos y de otras aves; todos armados de arcos y flechas. A éstos, cuando los nuestros saltaron a tierra, les hizo aquel indio dejar los arcos, las flechas, y un recio palo que llevaban en lugar de espada, porque, como hemos dicho, no tienen hierro alguno. Una vez en tierra, cuando los indios estuvieron cerca de la barca, los cristianos empezaron a comprar arcos, flechas y otras armas, por encargo del Almirante; aquéllos, después de vender dos arcos, no sólo no quisieron vender más, sino que con desprecio y con muestras de querer hacer prisioneros a los cristianos, fueron muy prestos a coger sus arcos y saetas donde las habían dejado, y también cuerdas para atarles a los nuestros las manos. Pero éstos, estando sobre aviso y viéndoles venir tan osados, aunque no eran más que siete, animosamente les resistieron, e hirieron a uno con una espada en las nalgas y a otro en el pecho con una saeta. Por lo cual, los indios, asustados del valor de los nuestros y de las heridas que hacían nuestras armas, echaron a correr, dejando caer arcos y flechas”. (Página 78).
“Luego, en amaneciendo, entró el Almirante en la barca, y salió a tierra a cazar de las aves que el día antes había visto. Después de vuelto, vino a él Martín Alonso Pinzón con dos pedazos de canela, y dijo que un portugués que tenía en su navío había visto a un indio que traía dos manojos della muy grandes, pero que no se la osó rescatar por la pena quel Almirante tenía puesta que nadie rescatase. Decía más: que aquel indio traía unas cosas bermejas como nueces. El contramaestre de la Pinta dijo que había hallado árboles de canela. Fue el Almirante luego allá y halló que no eran. Mostró el Almirante a unos indios de allí canela y pimienta —parece que de la que llevaba de Castilla para muestra— y conosciéronla, dice que, y dijeron por señas que cerca de allí había mucho de aquello al camino del Sueste. Mostróles oro y perlas, y respondieron ciertos viejos que en un lugar que llamaron Bohío había infinito y que lo traían al cuello y a las orejas y a los brazos y a las piernas, y también perlas”. (Página 136)
“Dice más el Almirante: Esta gente es muy mansa y muy temerosa, desnuda como dicho tengo, sin armas y sin ley. Estas tierras son muy fértiles: ellos las tienen llenas de mames, que son como zanahorias, que tienen sabor de castañas, y tienen faxones y habas muy diversas de las nuestras y mucho algodón, el cual no siembran, y nacen por los montes árboles grandes, y creo que en todo tiempo lo hay para coger, porque vi los cogujos abiertos y otros que se abrían y flores todo en un árbol, y otras mil maneras de frutas que me no es posible escribir; y todo debe ser cosa provechosa”. (Página 137)
“Dice más el Almirante aquí estas palabras: Cuánto será el beneficio que de aquí se puede haber, yo no lo escribo. Es cierto, Señores Príncipes, que donde hay tales tierras que debe haber infinitas cosas de provecho, mas yo no me detengo en ningún puerto, porque querría ver todas las más tierras que yo pudiese para hacer relación de ellas a Vuestras Altezas, y también no sé la lengua, y la gente de estas tierras no me entienden, ni yo ni otro que yo tenga a ellos. Y estos indios que yo traigo muchas veces les entiendo una cosa por otra al contrario, ni fío mucho dellos, porque muchas veces han probado a huir. Mas ahora, placiendo a Nuestro Señor, veré lo más que yo pudiere, y poco a poco andaré entendiendo y conosciendo y haré enseñar esta lengua a personas de mi casa, porque veo que es toda lengua una hasta aquí; y después se sabrán los beneficios y se trabajará de hacer todos estos pueblos cristianos porque de ligero se hará, porque ellos no tienen secta ninguna ni son idólatras, y Vuestras Altezas mandarán hacer en estas partes ciudad y fortaleza y se convertirán estas tierras”. (Páginas 155-156)
* Se publica por cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial.