Julio Paredes construye un escenario narrativo que está lleno de metáforas: una casa, un oficio, un caballo y el personaje principal de la novela. Todos los elementos son metáforas de la reminiscencia y de la muerte; de la idea de la extinción, que le interesa al autor por ese grado de desaparición y decadencia que sufre el ser vivo a causa de factores propios y externos que determinan que la preservación de las especies se convirtió en un mito, pues los seres humanos no solamente nos hemos encargado de hacernos finitos, sino que condenamos a todos los que habitan con nosotros a una eliminación sin reversa de su presencia en la Tierra.
Además de la tendencia a desaparecer, de lo particular de un oficio como la taxidermia, a Paredes le quedó un eco en su memoria de los pasos que dio por el Museo de Historia Natural de Nueva York, ciudad en la que vivió un tiempo y lugar que solía frecuentar por las imágenes que lo hicieron pensar en la ficción, en las ideas que rodean a un cuerpo disecado y su paradoja de imitar vida y representar muerte.
“Como escritor hay unos temas que se vuelven recurrentes y en los que uno se siente más cómodo. A mí me interesa hablar mucho sobre oficios en vías de extinción, porque la idea de la extinción me llama la atención, la idea de la muerte y de que existe un único ejemplar de determinada especie y se muere y esta desaparece del mundo. En la novela anterior yo hablaba era de un especialista en lenguas en vías de extinción. Entonces yo buscaba esos oficios como heredados, como el de relojero, oficios que si no hay quien los siga se desaparecen. Y la taxidermia, para mí, tiene esa característica. A mí me interesaba también mostrar que es un poco paradójico porque tiene un objetivo pedagógico y didáctico, pero está vinculado mucho al tema oscuro y tenebroso. Es un tema muy interesante que va más allá del proceso de disecar. La paradoja que mencioné consiste en que si yo quiero preservar esa especie y quiero que la gente aprenda de ella y vea cómo funciona, por ejemplo, un elefante africano, tengo que matar un ejemplar de esa especie. Con el tiempo la taxidermia ha entrado en unos límites por la protección de animales y la ética, pero tiene una línea paralela a lo que yo veo del animal asesinado y es el espécimen para el estudio de biólogos. A medida que me empecé a meter ahí me di cuenta de que podía hacer una ficción sobre la creación, sobre la idea de construir algo que la gente crea que es verdad. La traducción es una trampa al ojo”, contó el autor de Aves inmóviles.
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Los silencios muchas veces anteceden a las angustias. Esos instantes de pausas, o esos eternos momentos de soledad y reflexión, traen consigo pensamientos que trascienden al tiempo propio y van más allá del espacio y la comodidad. Esos silencios pasan en la novela: el personaje empieza a entender el peso de la mortalidad y se hace consciente de esa ilusión de la vida como un parpadeo y de la plenitud como un dado que no permite predecir si el número que caerá será el indicado.
“En la novela también hay una reflexión sobre el cuerpo. La taxidermia es un trabajo que uno hace con el cuerpo, con desechos que quedan de él, porque realmente lo único que utiliza un taxidermista es la piel, y es un órgano que, paradójicamente, se mantiene. La angustia que empieza a sentir el personaje, que hace que también se mueva, tiene que ver con la idea de la desaparición del cuerpo. Y es lo que ocurre con la taxidermia, pues además de ser una buena metáfora sobre la ficción, también es una metáfora de cómo puedo engañar a la muerte. El personaje empieza a sentir una angustia por la idea del cuerpo como un acompañamiento de la mente que en algún momento me va a traicionar. Y él está en ese borde”, concluye Julio Paredes.
Al autor, en cuyas palabras está el oficio de profesor, le interesa seguir haciendo de su obra un mismo universo, seguir enlazando los mundos de sus novelas por medio de personajes que aparecen y se cruzan con otros sujetos, volver a los mismos lugares y reconstruir y reinventar las ideas de la extinción, de la reminiscencia, de la retrospectiva como un método que da licencia para enaltecer el recuerdo y la pérdida implícita en ese ejercicio, pues en esas imágenes de la memoria también se construye la paradoja de la presencia de una vivencia y la ausencia de ese tiempo y la fuerza de ese instante.