En estos diez años de su existencia, una teoría que lo explica - la teoría queer – ganó cuerpos que importan, nombres transformados, presencias vibrantes o incómodas en la academia. En el mundo intelectual expandido, fuera de la academia, se configuró una estética incontenible, que da sentido a tal teoría. Sin estas obras, la teoría crearía un importante aparato para la militancia, pero sin utopía, sin franquear la experiencia trans, sin sonar las voces marginales, sin dejarse atravesar por las subjetividades minoritarias. Necesitamos del arte para configurar este estar adentro que nos revuelve. John Better, un cronista acrónico, da cuerpo y sensibilidad a la experiencia no normativa, ocupa territorios, desterritorializa el deseo, arrastra la literatura para el queer.
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La frontera adonde esta obra nos lleva es abierta por la “La ruta del arcoíris”, el barrio Santa Fe, el centro de Bogotá, la capital del país, donde se localizan al menos tres importantes universidades, el polo político, un comercio variado. Este es un espacio propio a la experiencia acomodada de desplazarse al centro a gobernar, a estudiar, a trabajar, a comprar. Caminando en un nomadismo limitado, de pronto, el centro tiene margen. En este espacio encapsulado por el orden social, se desarrolla el negocio de la prostitución, economía que se presenta como una paradoja, como fue señalada por Nelson Perlongher: por un lado, pone en movimiento una fuga deseante que enlaza cuerpos, sueños, formas de libertad; mientras que, por otro, una diversidad de dispositivos se instaura para canalizar tal eclosión de modo a aplastar o neutralizar los peligros que representan tales fugas.
Peligros que se presentan bajo distintas formas: peligro de la muerte anónima, peligro de ser víctima de la violencia provocada por el cliente, por el criminoso homofóbico aleatorio, por las muchas enfermedades y, a la vez, peligro de pasión vivido por el prostituto, peligro de manifestarse como persona viva, glamurosa, vibrante, amorable. Las principales fuerzas de la vida – sexo y muerte – escenificados en un territorio residual, para el cual convergen intereses, gustos, temperamento relacionados a la vida mariposa, al deseo no convencional. A partir de la casa de los bellos durmientes comenzamos a convivir con las pasiones indisciplinadas, que suelen ser reprimidas o rechazadas, y que aquí, en este lugar-escritura encuentra su ser.
Este “gueto gay”, como nos presenta Better, es un área de convergencia y circulación, por esto la casa es temporaria, cada espacio – cine, video-bar, calle, habitación, peluquería, baño, la cuna de venus – es efímero, el territorio, desterritorializado por el deseo, no es un área de fijación. Nos apegamos a Adriano, a Priscila, a la señorita Finn, a La Regina, a La Horripila, pero no podemos envejecer con Bardot, tenemos que dejarlas ir. Están a la deriva, flotando a manera de la “Invierno en Okinawa”. Aunque también permiten adhesiones temporales a la norma, como el matrimonio de Priscila, comportamientos que se coligan a la sociabilidad considerada normal, sin embargo, más bien reflejan una condición oscilante entre norma y desvío, en la cual los compromisos son frecuentemente aplazados, los personajes están en situación de evitar decisiones definitivas en relación una con las otras. La propia llegada a la ruta del arcoíris no puede ser entendida como una decisión consciente, es más bien, accidental, imprevisible, imprecisa como la frontera entre norma y desvío.
John Better, el cronista del bajo fondo, logró su sueño de serlo, con su escritura nos lleva a conocer la vieja y la nueva mariconería, abre cortinas para dejar pasar una luz empolvada, para que sea posible mirar a este mundo de mariposas exóticas, frecuentemente con las alas quemadas, por acercarse demasiado de la felicidad tal cual ella es: intensa y efímera. Así que invito entonces a arreglarse como Dios manda, con labial cherry fire, un paquete de pielroja, encendedor, condones, y una imprescindible puñaleta, para, antes que termine el carnaval, adentrarse a esta ruta del arcoíris y a celebrar estos diez años de Locas de Felicidad.