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Luis Fayad sigue por estos días en Bogotá. Llegó durante la pasada Feria del Libro, pero se quedará junto a su esposa un par de días más en la ciudad con la que sigue teniendo una relación estrecha, hecho que además se refleja a lo largo de su obra literaria.
Salir de casa, libro que publicó Himpar editores, reúne dos relatos que publicó hace 32 años: "La carta del futuro" y “El regresos de los ecos”. En cada uno de ellos se tratan temas como la migración, la familia y la memoria. Bogotá, como lo dije al principio, vuelve a ser protagonista como lo fue en otros libros del escritor colombiano.
Sobre esta publicación, Fayad contó en entrevista para El Espectador que: “Estos dos relatos salieron primero juntos, unidos, y en la portada aparecían los dos títulos. Yo tuve la impresión de que un título hacía que el otro se perdiera. Entonces los edité por separado.Cuando me dijeron en Himpar que los querían publicar, yo les dije: “pero es que se pierde un título con el otro, y quiero que aparezcan los dos para que los dos figuren”.Tuve la idea, inclusive, de publicarlos juntos intercalando los capítulos: primero uno de un relato, después el primero del otro, y así. Pero ellos me dieron unas razones buenas y me gustó su propuesta".
Fayad, que reconoce que siempre ha sido la familia uno de los conceptos transversales en su obra, confesó también su alegría por la reedición de uno de los relates de Salir de casa. “Cuando yo los escribí, dije: yo tengo un libro que es mi mejor libro, para mí, que es La carta del futuro. Yo pienso en ese relato y me alegra haberlo logrado como lo logré.Por eso me gusta que lo editen. Me gusta que se hable de un relato. Claro, la novela ocupa mucho más el interés de lectores, de ensayistas, de presentadores. Pero en este caso, para mí, que pongan atención a ese relato y lo consideren para volverlo a publicar, me alegra muchísimo".
¿Cuánto tiempo llevaba usted sin venir a Bogotá?
Más de tres años. Es raro, porque yo venía todos los años y a veces más de una vez. Mi comunicación con Colombia es diaria.Es diaria y de trabajo y sentimental, ambas cosas. Cuando me dicen que me fui de Colombia, yo les digo a los que viven fuera: “yo no me he ido de Colombia, yo vivo aquí, pero ustedes se fueron de Colombia. Yo no”. Cuando uno escribe, lo que uno hace tiene sentido en su país.Todo lo demás está bien, todo en el exterior, y caemos en el absurdo de ser universales. Yo no puedo desvincularme en ningún momento de mi tierra.
¿Para usted qué significa salir de Colombia?
Mi salida de Colombia no tuvo un motivo más sino mis deseos de salir un rato y de ir a París. No sé si todavía la gente… ahora salen más por trabajo y buscan países —no solamente Francia— donde haya trabajo, donde se mueva más la plata. En mi caso no había ningún propósito específico, sino salir un poco. Y claro, empecé a vivir en un sitio, en otro, y no fue el regreso tan rápido ni se ha dado definitivo. Pero no he salido de Colombia. Me lo propuse: no radicarme de verdad, no perder la visión del país. Porque hay gente que sale, y yo me doy cuenta, y después de unos años vuelven al país y siguen viendo lo mismo.Y no es cierto, hay una evolución en el pensamiento de la gente. Ellos están viendo de otra manera cómo imponernos entre todos una vida de comunidad distinta. Sí, ocurre de todo, y todos los días lo vemos. Hay una violencia que se ha disminuido un poco, pero tampoco lo que debería disminuir para dedicarle el país a otros proyectos. Hay mucha gente, muchos gremios se unen, tienen propósitos. Hay mujeres que se reúnen, crean asociaciones y pequeños negocios entre ellas, y van haciendo sus cosas, con calma, y sin criticar a nadie. No es que exista todos los días un reproche contra la falta de ayuda. Yo no estoy diciendo que el país está como deseamos que esté —se ve todos los días que no— pero que haya dominio de la vida del país, que haya mejorado, yo sí lo creo. Y el propósito ha mejorado, que eso ya es mucho.
Hablemos de esos personajes femeninos. ¿Cómo ha sido explorar a la mujer en su obra literaria?
Desde joven conocía el trato con las mujeres. Y, como se dice, el trato directo con las muchachas de las casas. Antes, en todas las casas, había una muchacha del servicio, y eran personas que yo las conocía en su medio también. Vivían en el campo. Yo me quedaba sorprendido cómo hablaban. Ellas tienen un lenguaje que cualquiera cree que es un lenguaje que ya hay que superar, que hablan mal, que hay que enseñarles. No.No hablan mal. Y tienen muchas frases y palabras bastante poéticas, que sirven para uno recogerlas.Entonces mi trato con las mujeres fue ese, directo, respetuoso además. Eso ha influido en mis personajes femeninos.Yo, ante todo, el respeto. Ellas no son “estas ignorantes”, “estas brutas”. En mi casa no. Por orden de mi padre, estaba prohibido levantarle la voz a las muchachas del servicio. Siempre con respeto porque nos estaban ayudando. Y es que personas que llegaban jóvenes empezaban a apropiarse del mando de la casa.Los niños llegaban y saludaban a la mamá y saludaban a la muchacha del servicio. Y muchas veces, en el trato, las que mandaban eran las muchachas del servicio. Yo recuerdo las visitas en la casa de otras mujeres, de parientes. A mí no me gustaba, porque era una persona de trato conmigo y con mis hermanos íntimo.Si nos estaban ayudando, si nos llevaban al parque de la mano, si eran las que con la plata que les daban nos compraban los dulces, el helado, nos llevaban con cuidado. Llegábamos a la casa y ella era la que mandaba: “Bueno, ahora tenemos esto y tal cosa, y a tomarse el chocolate y tal”. Ella tomaba el mando con mucho cariño.
¿Qué otros principios fueron claves en su vida?
Bueno, uno tiene sus principios. Claro, como yo escribo, entonces le dedico mucho de todas mis inclinaciones y lo que uno pueda dar y darse a sí mismo cada día a la literatura.En esto, cuando se dice que los escritores terminan siendo muy ególatras y muy egoístas... Mire, lo del ególatra yo no lo tengo, porque desde el comienzo me di cuenta de lo que es la literatura. Sí, la literatura, pero eso es el tiempo el que manda. No hay que confiarse mucho de que esto salió hoy y lo recibieron así y ya perduró.Yo me di cuenta desde muy joven de eso. Y dije: eso es mejor tener cuidado. Pero mis principios sí se rigen mucho por mi ocupación como escritor.En esto me pueden decir irresponsable, y lo acepto. Yo dejo todo en la vida, lo dejo todo si tengo que corregir una línea. Para mí, ante todo eso. Y me podrán decir: “pero él siempre en lo suyo es un egoísta”. Bueno, si es cierto que lo soy, yo lo acepto, pero yo no lo dejo.
Hablemos de Bogotá, porque el primer cuento, como muchos de sus otros relatos, tiene que ver con esta ciudad. ¿Cuál es el símbolo que sigue teniendo esta ciudad para usted?
Fue la ciudad donde nací. Fue también la ciudad que recorrí desde niño, cuando yo no tenía edad para ir a otros sitios. A mí me gustaba mucho ir al centro y yo le pedía a mi padre que me llevara, y él me llevaba.Yo tengo fotos con mi padre de niño. Tengo una muy buena que me gusta mucho —muy buena, bueno, a mí me gusta—, que está mi padre en el centro y mi hermano y yo a los lados, y se ve que somos niños.A mí me gustaba ir al centro, que me llevara. Yo, cuando empecé ya a ir solo, iba todos los días al centro y, con amigos, recorría Bogotá. Me gustaba que me invitaran, por ejemplo, a una fiesta de un barrio que no conocía. Me gustaba mucho conocer el barrio.Y yo todavía, mi relación con Bogotá es íntima, es la más fuerte. Todos los sitios donde yo pueda vivir, donde yo pueda estar, sobre lo que yo pueda escribir, siempre estoy en Bogotá. Yo siempre estoy en la carrera séptima. Yo me doy cuenta de que, si a mis novelas les quitan la carrera séptima, desaparecen. Porque muchas cosas pasan ahí.Por eso sí tengo una propiedad bastante desarrollada. Eso fue intuitivo. Hice esa propiedad mía para escribir sobre Bogotá, porque escribo sobre las esquinas.A mí me gusta escribir una novela donde yo al lector lo meta en un taxi. Me gusta meterlo en un taxi, y que el chofer diga una cosa y que camine. Me gusta coger al lector y pararlo en la avenida Jiménez con Séptima. Me gusta ponerlo ahí.Yo uso esto, que eso sí lo tengo: esa propiedad con la ciudad.
Aquí hay un diálogo en el primer cuento donde uno de los personajes dice: “Aquí la que sabe leer y escribir consigue un puesto mejor”. Parece ser una crítica, pero quisiera preguntarle por la importancia de estas dos acciones.
Mucha gente en Colombia no sabía leer y escribir.Y para ser portero, para ser ascensorista, me decían: “¿Pero cómo, que si usted no sabe leer y escribir?”. Yo decía: “No, porque yo no lo necesito para esto y para lo otro”. La misma gente que trabajaba, amigos en empresas, tenían un puesto y querían contratar, pero es que llega cantidad de gente —que aquí hay— y uno no se imagina, y no saben leer y escribir. Entonces, claro, era un país de un porcentaje de analfabetismo muy grande —cada vez menos, porque le dieron mucha importancia, al menos en la primaria-. Mire, en los países donde todo el mundo aprende a leer y a escribir —como en Alemania, en Francia— la educación no es que sea un derecho, es que es una obligación. Allá, un menor de once años... hasta los dieciséis es obligatorio ir. Yo siempre pido un favor: lean aunque sea una página al día, porque se les olvida. Y cuando uno sabe leer y escribir, para muchas cosas coordina mejor las ideas. Háganlo por ustedes mismos, aunque sea una página al día. Pero no olviden leer y escribir. Por eso le doy tanta importancia ahí, porque hasta para hacer los oficios, para ser el mesero en un bar, hacer los cocteles, hay que saber ambas cosas. La educación es tan importante como un sistema de salud. El país, el sistema de educación, tiene que tener la misma consideración.
El segundo cuento tiene en el fondo el tema del desarraigo, y quiero preguntarle por ese concepto.
Mire, es que de poco a poco —en el mundo entero, pero hablemos de nuestro país o de nuestro continente— la inmigración se empezó a dar más que en cualquier país. Las ciudades en Latinoamérica, desde los años 50, empezaron una construcción, un cambio arquitectónico desordenado y precipitado. Ahí no hubo estudio de recibir a tantas personas que vienen de un lado o a otro. En las ciudades, en los servicios, no lo sabían.Después se han organizado un poco, pero al principio era imposible. Entonces todo eso nos fue quedando a todos los que vivíamos en las ciudades: qué cantidad de gente que llega aquí.Yo, de niño, no conocía sino los vecinos bogotanos. Yo no conocía el acento costeño. Yo lo conocí en las praderas de niños en la Universidad Nacional, que se acercaron unos muchachos que, si queríamos jugar con ellos, y nos enseñaron a jugar béisbol.Y lo que más atención nos llamaba era el acento de ellos, cómo hablaban. Y hoy en día Bogotá está hecha de inmigraciones de todo el país.
