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Lutero como inspirador del individualismo (IV)

Los postulados y los actos de Lutero enardecieron al pueblo de Sajonia en varios niveles, y en la segunda década del siglo XVI se sucedieron dos revueltas que cambiaron a Europa para siempre: la de los nobles, y la del campesinado y los anabaptistas. De alguna manera, por ellas y por Lutero, su motivador, los seres humanos comenzarían a ser cada vez más conscientes de su individualidad y de sus derechos.

Fernando Araújo Vélez

08 de septiembre de 2025 - 02:00 p. m.
Martín Lutero nació en 1483 en Eisleben, en la actual Alemania, por aquel entonces parte del Sacro Imperio Romano.
Foto: Getty Images
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La compra y venta de indulgencias, la holgazanería de los monjes, la poca autoridad de los jerarcas y su ignorancia no eran en el fondo lo que quería combatir Martín Lutero, sino la teología en sí misma. Por un lado, consideraba que la venta de salvaciones liberaba al pecador de las penitencias que debía cumplir, pero no del pecado, pues en todo aquel proceso hacía falta un acto de contrición, que aquel que cometiera un pecado se arrepintiera en lo más profundo de su ser de su acto para no volver a caer en su falta. De allí se desprendía otra de sus tesis esenciales, la de que si lo importante era la contrición, para llegar a ese estado no se requería del pomposo, caro y ostentosos andamiaje que se había creado en la Iglesia Católica.

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En palabras de Peter Watson: “Al considerar que la salvación dependía únicamente de la fe y la contrición del individuo, Lutero acabó con la necesidad de los sacramentos y de una jerarquía que los administrara. La idea de intercesión, el fundamento básico de la Iglesia Católica, había sido defenestrada”. Por sus posturas y con ellas, Lutero fue apoyado por varios humanistas que estaban en contra de los dogmas y los sofismas del clero, y más aún, de su negocio con las indulgencias, pero aquel apoyo y el de gran parte del campesinado de Sajonia y de la Europa de entonces lo volvió cada vez más intolerante y agresivo, y por algunos de sus gestos parecía que buscaba una transformación total.

Quemó libros de derecho canónico y edictos papales en las plazas y exclamó que el papa no era mucho mejor que un ladrón o un asesino. “Y fue entonces cuando vino a sumarse al conflicto un elemento nacionalista —escribió Watson en su libro “Ideas, Historia intelectual de la humanidad”—, algo que tendría consecuencias profundas: la mayoría de los humanistas que se negaron a seguir a Lutero no eran alemanes”. Ante aquel rompimiento, Lutero decidió emprender una cruzada para que los clérigos alemanes se separaran totalmente de la Iglesia de Roma para formar una nueva iglesia nacional, que debía estar liderada por el arzobispo de Maguncia.

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El fervor por sus teorías aumentó, y ante cada nueva aprobación del pueblo de Wittenberg y de Sajonia, él iba tomando más y más fuerza. Afirmó, de acuerdo con las investigaciones de Brian Moynahan para su libro “The Faith” (La historia de la Cristiandad), que “el matrimonio no era un sacramento, que la esposa de un hombre impotente podía tener uno o varios otros amantes si lo que deseaba era quedar embarazada, y que hacer pasar por hijo de su marido a este bastardo no era inapropiado”. Dijo que la bigamia era preferible al divorcio, y en su clasificación de los libros de la Biblia, sostuvo que el Segundo Libro de los Macabeos era sospechoso y lo apartó, así como a otros a los que tachó de “apócrifos”.

En el fondo, poco a poco se fue dando cuenta de que pese a los abusos de la Iglesia romana, su objetivo no debía ser tanto reformar a la religión en el mundo, sino formar una iglesia en lo que luego sería Alemania. En su “Discurso a la nobleza cristiana de la nación alemana”, de 1520, se dirigió a los nobles alemanes para que se apropiaran de absolutamente todas las tierras de aquellos eclesiásticos que no hicieran parte de la reforma. Según W. D. J. Cargill Thompson y sus estudios sobre las influencias políticas de Lutero, eran bastantes y muy decididos los caballeros y los príncipes en Sajonia y sus alrededores prestos a aprovecharse de un momento como aquel, por lo que la reforma, que en un comienzo iba ser solo religiosa, fue social, económica y política.

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En un principio, Martín Lutero defendía la idea de que el hombre solo podría ser libre si actuaba de acuerdo con su conciencia, y jamás en contra de ella. Sin embargo, luego estuvo de acuerdo con el uso de la violencia, llegando hasta el extremo de la espada, si se requería para defender la fe. La guerra de los campesinos, la revuelta de los nobles y la aparición de los anabaptistas lo hicieron cambiar de opinión, o de proceder. En 1522, los caballeros de Sajonia se rebelaron contra el clero, y como se los había solicitado Lutero, reclamaron los terrenos que eran de la Iglesia. La revuelta, como escribió Peter Watson en “Ideas”, fue un fracaso, pero “contribuyó a hacer más tensa la situación política de Alemania”.

Pasados tres años, y contagiados por el espíritu de la revuelta de los nobles, el campesinado se enfrentó precisamente a ellos, en términos de Peter Watson, “fortalecido por su interpretación de la doctrina luterana de que la palabra de Dios había revelado que todos los hombres eran iguales”. Para el sociólogo húngaro Karl Mannheim, “Es en este momento cuando empieza la política en el sentido moderno del término, en la medida en que hoy entendemos la política como la participación más o menos consciente de todos los estratos de la sociedad en la consecución de un propósito mundano, a diferencia de una aceptación fatalista de los acontecimientos tal y como son, o del control desde arriba”.

La sublevación de los campesinos estuvo acompañada por el fortalecimiento de los anabaptistas, que como su nombre lo indicaba, se oponían al bautismo de los recién nacidos, pues eran muy jóvenes para tener fe. Sin ella, no había sacramento. Rechazaban, al mismo tiempo, las jerarquías papales, y algunos afirmaban que estaban en conexión directa con el Espíritu Santo. Una revuelta llevó a otra, y la otra, a una más. Por momentos, las tres se mezclaron en su propósito de abolir la autoridad, que de la Iglesia pasó a la política y viceversa. Lutero se oponía a ese derrumbamiento. Incluso, en la rebelión de los campesinos contra los nobles, apoyó a los nobles. Para él, la política y la fe no se debían mezclar.

Más de una vez dijo que los cristianos debían obedecer a las autoridades legitimas. La libertad residía en la vida interior de cada quien. La exterior estaba regida por las autoridades. Este dualismo, según Watson, se mantuvo en Alemania por muchos siglos. Más allá de que Lutero y sus huestes defendieran algún tipo de autoridad, lo cierto fue que la destruyeron, o fueron decisivos para que se rompiera. La liberación de la sociedad no podía ser exclusivamente de una vía. Si se luchaba por ella con respecto a la organización de la Iglesia, más tarde o más temprano surgirían otros movimientos que se enfrentarían a otro tipo de autoridades. Igual ocurriría y ocurrió con las luchas individuales. El hombre en el siglo XV potenció su individualismo, y Lutero fue una piedra angular para que eso sucediera.

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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