Con Jean y camiseta polo de color verde, Manolo Bellon llegó al auditorio TQ, en la Feria Internacional del Libro de Cali, para la charla en homenaje a su obra. Paola Guevara, directora de la Feria, al finalizar el evento, le dijo que solamente él podía llenar el recinto un lunes festivo en la capital del Valle del Cauca.
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Fue una conversación en la que, en 45 minutos, intentamos abordar desde varios ángulos esa perspectiva de su vida y de cómo con su trabajo ha forjado una obra que muchos admiramos y tenemos como referente en el periodismo musical en el país.
Manolo Bellon, que en realidad se llama Manuel, empezó contándonos precisamente qué lo llevó a ser Manolo: “Es muy sencillo. Fíjate, Andrés, que las cosas en la vida se dan porque tienen que suceder. Yo estaba en Radio 15, en 1972. Si quieren la fecha exacta, no me pregunten por qué lo sé, pero lo sé: el 28 de febrero de 1972, estábamos en el estudio de grabación con Alfonso Lizarazo y con María Elvira Carmen —la cantante—, y estábamos comenzando a hacer un programa que se llamó Estudio 15, que era el mismo programa que tenía en televisión y me invitó porque yo ya venía desde antes haciendo cosas con Humberto Monroy y Restrepo Caro —que en paz descansen—. De repente, Lizarazo despide el programa y dice: ’Nos acompañan María Elvira y Manolo Bellón’... Cuando se acabó, yo le dije: ‘Alfonso, por favor, mi nombre es Manuel, no es Manolo. Cuando oigan eso en mi casa me van a matar’. Y Lizarazo me dijo una de esas grandes verdades —que le he agradecido toda la vida—:’Piénsalo, si tú quieres convertir esto en carrera, piensa que Manuel Bellon no suena nada, pero Manolo Bellon es muy sonoro. De ahí salió. Lo demás es historia".
Volvamos muchos años atrás y hablemos de su papá, que tocaba el piano, y de su mamá, que era cantante. Ahí uno va entendiendo por qué Manolo Bellon tiene una relación tan estrecha con la música.
Mamá era una muy buena voz de contra alto. Ella cantó en varios coros en Bogotá. A Papá le fascinaba tocar el piano. Entre otras cosas, y para los que no me conocen, mis papás eran alemanes. Y eso era parte de la formación de un joven en esa época, en el siglo XX: una formación musical. Cuando llegaron a Colombia, llegaron con algunos discos. Entonces, desde muy pequeño yo escuchaba esos viejos discos de acetato, escuchaba Schubert, Chopin, Mozart y Tchaikovsky, todos los grandes clásicos. Esa fue mi primera formación, donde aprendí a escuchar música.
Quizá su gusto por la radio se debe a que su papá también tuvo su paso por ahí... Usted ha contado que la primera vez que lo escuchó, se fue detrás de la radio de su casa a ver si su papá estaba allí.
Sí, esa es la historia. A mí no me consta, me la contaba mi mamá. Yo tendría tres años. A mi papá lo invitaron a participar en un programa de radio. En esa época, para hacer entrevistas había que ir a la emisora; no se podía grabar por teléfono o Zoom o por Meet, alguna cosa de esas. No. Todo era en vivo y en directo. Eso no se podía grabar. Y a papá, probablemente don Alberto Galindo —un eminentísimo periodista huilense— lo invitó para hablar de la situación en Europa, por allá en los años 50. Y claro, la familia Bellon se sienta al frente de la radio Philips a escucharlo, y cuando comenzó la entrevista, un tal Manuel se levantó del sofá y se fue detrás del radio. Como no lo encontró, se fue detrás del sofá, de las cortinas, buscando de dónde salía esa voz. Ese día descubrí la magia de la radio.
En una entrevista que le hizo Eduardo Arias para la revista Bocas, usted le contó que una profesora de piano le dijo a su mamá cuando usted tenía seis años lo siguiente: “No pierda su dinero ni su tiempo, ese niño no tiene el más mínimo sentido musical”...
No tengo ni idea si después se habrá dado cuenta de lo que pasó.
¿Y cómo desarrolló entonces ese sentido musical que esa señora decía que no tenía?
La verdad, yo para tocar instrumentos soy medio torpe. Hace unos 10 o 15 años tomé unas clases de guitarra y... la verdad es que... “Santana, retírese de la música, porque aquí voy yo (ríe)”. No, en serio: descubrí que me resulta más grato hablar de música que hacerla. Esa es toda la realidad.
Hablamos ahorita de Radio 15. Cuéntenos por qué fue tan importante ese comienzo en la radio y qué sello le dejó.
Radio 15 nació como la primera emisora de música juvenil en Colombia, en 1962. Era la emisora cómplice: la que uno escuchaba por las noches, cuando los papás no se daban cuenta y uno resultaba escondido con el transistor o la radio de galena, con esos audífonos que parecían un chupo. Uno se metía el audífono en el oído para que nadie más oyera, y ahí se creaba una conexión muy personal con la emisora, con los djs, con la música. Ahí nació mi pasión por la radio. Después, con cada regalo de Navidad o cumpleaños, me iba derecho a Disco Club —la tienda de discos de moda— a comprar música. Ese vínculo me permitió llegar también después como disyóquey. Imagínese llegar a la emisora que uno ama a ser disyóquey.
Ahora hablemos de su faceta en la escritura. Usted empezó con una columna que se llamó Manolo Comenta y luego pasó a llamarse Surcos del Pop. ¿Cómo fue esa etapa?
En 1978, los Santos me propusieron hacer una columna. “¿Cómo la llamamos?” “Manolo Comenta”, ¡qué originales! (ríe). Luego, el maestro Rogelio Echavarría, el poeta y editor de Cultura y Espectáculos de El Tiempo, me dijo: “¿Por qué no le ponemos otro nombre?”. Coincidió con un programa de radio que estaba montando, con unos amigos de una agencia publicitaria llegamos al nombre Surcos del Pop, que sonaba bonito. Así salió la columna y luego el programa radial, que estuvo al aire casi 25 años en Caracol Estéreo y que también se llamó Surcos del Pop.
Es que usted hizo prensa escrita, radio y también televisión. ¿Cómo fue su primer programa de TV?
El primer programa mío fue Telediscoteca. Estaba enfrentado a un programa muy popular, Baila de rumba, de Alfonso Lizarazo. Eran programas con un corte semejante. Pero lo especial es que fue cuando comenzó la televisión a color, en 1980. Todos los videos eran a color, pero las cámaras todavía eran en blanco y negro. Así que el presentador salía en blanco y negro, mientras Sheena Easton o los Rolling Stones salían a color. Era chistosísimo. Esa fue mi entrada a un campo que inclusive hoy en día es difícil. Yo no creo que yo sea precisamente el mejor presentador de televisión.
Hagamos un ejercicio: las bandas sonoras de su vida. Empecemos por infancia y adolescencia.
Cuando escuché mis primeras canciones de rock and roll, que descubrí algo mucho más emocionante que Mozart, Beethoven o Bach, aparecieron personas como Elvis Presley, Chuck Berry, Fats Domino y otra cantidad de gente en la que encontré un mundo nuevo y nunca volví a ser el mismo. Es más, tuvimos desacuerdos con mis papás por los gustos en la música. A los 15 años, en 1964, escuché por primera vez a los Beatles. Fue justo cuando salieron. El tema es que eso fue transformador porque cuando uno piensa en Beatles, uno piensa en esas letras que le pegan al corazón adolescente: “Quiero tener tu mano”, “Ella te ama, sí, sí, sí”, pero con guitarras eléctricas. Era otra cosa. Fue un punto de quiebre. Ahí vinieron pegados los Rolling Stones, Bob Dylan, Simon & Garfunkel, Led Zeppelin… y nunca paró.
¿Y en su adultez cuáles son sus bandas sonoras, o siguen siendo las mismas?
Llegó la onda disco: Bee Gees, Donna Summer... Luego los 80, con Madonna, Michael Jackson, U2, y los colombianos como Compañía Ilimitada o Pasaporte. En los 90 cambió todo. El rock pierde un poquito de importancia, crecen los sonidos como el blues y aparecen las primeras cosas de rap. Pues sí, ahí hay artistas que incluso nosotros como colombianos podemos ver interesantes en los 90 cuando hablamos de Aterciopelados, inclusive de Carlos Vives. Y aquí quiero simplemente aclarar. Carlos Vives no se inventó la fusión del folclor con el rock. No. Eso lo hizo génesis con Humberto Monroy a comienzos de los 70. Pero ese es otro cuento. Ya hoy en día, cuando pienso en artistas, por supuesto hay que mencionar a Taylor Swift, hay otros artistas como Billie Eilish, Youngblood, Florence + The Machine… la cosa sigue, no para. Hay muchas cosas que son muy interesantes hoy en día.
Hablemos de conciertos: los que ha visto como público y los que ha cubierto. ¿Hay algunos que recuerde más que otros?
Conciertos... Jm. El último al que he asistido fue al de David Guetta, que me dejó una gripa hermosa. Pero recuerdo el de Santana, en 1973, en Bogotá, donde fui maestro de ceremonias en el Coliseo El Campín. En esa misma época vino un grupo inglés que se llamaba Christie, no sé si recuerden que había una canción que se llamaba Yellow River. El caso es que me pidieron que fuera presentador y fue rarísimo, porque sobre las vigas, un tipo se subió, caminaba por ahí y hubo que bajarlo para que el concierto se pudiera desarrollar.
Al finalizar el concierto, la gente pedía otra canción. El líder de la banda estaba sentado en una silla con oxígeno, obvio, 2.600 metros más cerca de las estrellas. Y le dije que la gente estaba pidiendo más. Él simplemente, con el oxígeno puesto, dijo que solamente repetía Yellow River. Okay... Salgo al escenario a preguntarle a la gente qué canción querían oír y las mencionaron todas, menos esa... Yo decía: “¿oigo a alguien decir Yellow River?” Y por fin, una voz por allá en los extramuros del Coliseo lo dijo y cinco minutos más tarde todos pedían la canción. Y la cantaron.
Me pidieron que le preguntara por la vez que le tocó cubrir la primera vez que vino Paul McCartney a Colombia...
Cuando Paul McCartney vino por primera vez el 19 de abril de 2012 a El Campín, me invitaron de Canal Capital a presentarlo. Eso fue muy misterioso porque el manager de Paul aceptó que se transmitiera una parte del concierto. Eso no lo hacen, pero lo hicieron. Había un segmento que era la primera hora del concierto y la última. ¿Y la mitad qué? No, relleno de chachara. Yo me levanté del set y me fui. En las tribunas del estadio uno se abrazaba, lloraba, cantaba canciones con ‘jijuemil’ personas que uno jamás volvió a ver, pero nada como la hermandad, y lo divertido es que Bacteria, el caricaturista, dijo que yo me veía tan amarrado al escenario, al set, que se inventó el hashtag #LiberenAManolo, que fue tendencia. Las tendencias del día siguiente fueron: “Paul McCartney”, “#LiberenAManolo”, Manolo y Manolo Bellon. Supuestamente Paul preguntó “¿quién es ese tipo?” y creo que nunca le contaron.
Como estamos en una Feria del Libro, tenemos que hablar de sus tres libros. Hablemos primero de El ABC del Rock....
Fue mi llegada a Penguin Random House. Yo había publicado un libro con Intermedio editores. Cuando llegué a Penguin empezamos a hablar y me dijeron que escribiera una historia del rock. Claro, muy bueno, esa historia la tengo en la cabeza, la escribo en un minuto... Empecé a escribirlo y caí en cuenta del lío en el que me había metido. La investigación requirió escuchar, estudiar y duró tres años hasta que finalmente salió en 2007. Dieciocho años después, sigue vendiendo y se sigue leyendo. Son de esas cosas que a mí no me caben en la cabeza.
Y sobre los Beatles, ¿cómo fue escribir ese?
Ese fue más fácil porque yo había hecho un programa en Caracol llamado Grandes Especiales con los Beatles. Fue un programa que duró casi dos años, se pasaba todos los sábados una hora, entonces mezclé la historia de los Beatles con las de ellos como solistas, pero contextualizaba y explicaba que cuando una canción de ellos llegaba al número seis, la número uno era tal, y con eso podía alargar la historia. Fue simplemente coger el libreto, ponerle más carne, no McCartney, más carne, y listos.
Y el más reciente, Conspiraciones, mitos y leyendas en la historia de la música...
Ese sí fue una locura. Fueron cuatro años de investigación. Entre otras cosas, un libro debe estar supremamente bien documentado porque uno se mete con personajes vivos y muertos que eventualmente uno se podría exponer a una demanda. Cada afirmación que hago está respaldada de la fuente de donde la saqué. Este libro tiene como 35 páginas de bibliografía y los reto a que la lean completa...
¿Qué artistas le faltan o faltaron por ver en vivo?
Jm... Uno ha visto ciento de conciertos, pero qué rico hubiera sido ver a los Beatles, ver a Queen, a Michael Jackson, sin duda. Entre otras cosas, sí lo tuve a menos de dos metros una vez, en 1993, pero nunca lo vi en concierto. A Abba. Hay cientos de artistas que me hubiera gustado ver. Elvis Presley, Led Zeppelin, ¿seguimos?
Y su relación con la música colombiana, ¿cómo la definiría?
Uno siempre está influenciado por lo que oye. Las empleadas escuchaban música en la casa en Radio Metropolitana, que era la emisora de las rancheras, pero también tenían Radio Reloj, en donde escuchábamos artistas colombianos. Tuve la fortuna de trabajar en una disquera en donde conocí a gente maravillosa como Silvia y Villalba, Napoleón Mercado, Eduardo Cabas, gran compositor, pero a la larga uno escucha muchísima música y espero que ustedes tengan conciencia de que no hay ningún país sobre la tierra que tenga la riqueza de variedades de géneros folclóricos que tiene Colombia: desde el reggae de San Andrés hasta los ritmos de la costa norte, las cumbias, los porros, el vallenato, la costa Pacífica, todo lo que hay en el interior con las expresiones indígenas. Y bueno, por supuesto, todos los movimientos colombianos de música contemporánea.
¿Tiene algún gusto culposo musical?
Pues... no tanto culposo, pero en ese sentido, ¿saben qué concierto disfruté muchísimo hace unos meses? El de un señor Solís. Marco Antonio Solís. Ay, no, una delicia, esas baladas lagrimosas, todas esas cosas.
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